En días como hoy siempre he pensado en mis propósitos de año nuevo, en qué quería lograr y cómo lograrlo, en metas, en ambiciones, en balances de resultados. Podían ser objetivos personales o colectivos, cosas que luego conseguía o conseguíamos o no tanto, cosas que después resultaban ser deseables o lo contrario.
Este año no; éste es todo distinto; éste es el año en el que quizá menos me propongo. Porque ¡qué distinto es vivir sin tiempo tasado, vivir como si hubiera mañanas infinitos, como si el futuro pudiera ser todo, como si todo estuviera en nuestra mano! Vivir rabiosamente en el presente es otra experiencia, es otra liga, es infinitamente más real y satisfactorio. Esta vez mi único propósito es aprender a no dejar de vivir, persiga lo que persiga.
A tomar por culo la ansiedad por saber qué desear, el miedo a no acertar con lo deseado, a no lograrlo, la presión autoinfligida y la ambiental por ser quiénes creemos querer ser, como si quiénes somos dependiera de lo que logramos, como si fuera fácil saber qué se puede esculpir con nuestro mármol y qué somos capaces de sacar del mármol que nos ha tocado, como si el vivir no fuera marcando y cincelando, como si el azar no tuviera un papel protagonista, como si la obra final fuera a ser expuesta para siempre en un museo, como si no fuéramos a irnos por el mismo camino por el que llegamos cuando demos el trabajo por terminado o en medio de la faena, como si no fueran a enterrarnos o lanzarnos al viento con todo lo que deseamos.
Y está resultando que no querer tanto hace que consiga más cosas. "Be water, my friend", decía Bruce Lee. Y, en mitad de esta vomitona new age de ideas viejas, sin saber bien por qué me acuerdo ahora de un karateca, me doy cuenta de que este momento también podría interpretarse como una pelea a muerte por seguir viva, por vivir con los cinco sentidos, por no perder ni un segundo del tiempo privilegiado que me ha tocado de amor y compañía.
En este nuevo fluir, en esta nueva manera de vivir en la que todavía soy novata, más que nadar en ese agua de momento solo floto, más que fluir de momento no me ahogo. Y, sin embargo, ya me siento mucho más ligera, mucho más presente, mucho más verdad, mucho menos exigida y controlada, menos manipulada por mis propias ideas, por mis órdenes a mí misma.
Y en este ordenamiento vital ignoto, en este mundo desconocido, en este nuevo todo, en medio de la inseguridad que genera criar a un adolescente y convivir con la enfermedad de la persona a la que amas, hace tres días pasó algo que me dijo que hay esperanza en que ellos también fluyan y que quizás en eso me ganan. De repente, sin venir a cuento, en un trayecto habitual de coche, después de un largo silencio, mi hijo me dijo: "Mamá, la vida es la polla, ¿verdad?".
Salté por encima de la forma, se me llenaron los ojos de lágrimas y asentí satisfecha: "Sí, la vida es la repolla".
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