Otras miradas

Cuando la atención es violencia sexual

Amparo Díaz Ramos

Abogada especialista en victimología y violencia de género

Freepik.
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El 24 de febrero de 2009 salió al mercado la red de mensajería instantánea  WhatsApp, y dos años más tarde su uso estaba totalmente popularizado en España. En esos momentos no podíamos imaginarnos el impacto que tendría en las dinámicas sociales y en la salud de las personas, junto con las demás redes sociales.

A día de hoy, en mi trabajo como abogada atendiendo a víctimas de violencia de género, no me queda más remedio, muy a mi pesar,  que ser una gran lectora de chats de conversaciones entre víctimas y agresores. Y lo que leo me lleva a hacerme muchas preguntas sobre la situación en la que se encuentran  las niñas y niños en la actualidad, y sobre el papel que la Tecnologías de la Comunicación y la Información están teniendo en la proliferación de la violencia sexual entre menores; junto, por supuesto, con el porno online y a través de redes sociales.

Leo lo que escriben niñas entre 9 y 12 años en sus redes sociales y lo que les escriben los chicos, a veces de sus propias clases, y me causa pavor. Son niñas a las que les ha terminado pasando algo traumático y por eso llegan a mí. Pero lo que leo habitualmente empieza mucho antes de esa experiencia. Veo por el chat y otras redes sociales que se las ha ido llevando hacia situaciones peligrosas, hacia una imagen de sí mismas y de lo que es pasar a ser una mujer, que las reduce a objetos sexuales a punto de entrar en una película porno.

Veo  que suben videos en sus redes sociales poniendo posturas y morritos, y a veces pasan  otros  en los que ellas se promocionan directamente como disponibles sexualmente para ellos. A veces, incluso,  literalmente como tragadoras de semen, o como masturbadoras o folladoras. Y  luego, cuando  se las entrevista, no saben cómo sucedió todo, tal vez es que querían ser populares y no lo pensaron bien, en realidad nunca habían hecho nada de eso antes, era todo postureo, me dicen, y se encogen de hombros. Tal vez era  el querer ser reconocidas o reconocerse así mismas  como mujeres.

"¿Acaso no consiste en eso ser una mujer? ¿No consiste en gustar y excitar a los hombres? ¿No se graba todo el mundo masturbándose?", parece que me preguntan. Tal vez era el querer complacer al chico que le gusta,  o el no ser capaces de decir en voz alta que no a partir de cierto punto. El no saber que podrían no haberlo hecho. ¿Pueden de verdad no hacerlo?  Todo el mundo lo hace o si no es que estás loca, o te tratan como loca, me dicen.

Leo sus chats con sus supuestos novios y veo que se mencionan a otras niñas que están haciendo lo mismo que ellas, y a otros niños que están haciendo lo mismo que ellos. Entre mensajes escritos, de voz, emoticonos, fotografías y videos, el camino se va trazando claramente. ¡Y es tan difícil salirse del camino! Incluso cuando no llega a haber chantajes directos para que graben esos videos, o para que mantengan conversaciones electrónicas sexuales. En ninguna de esas niñas a las que he entrevistado  he identificado un deseo sexual como motivación, sino un deseo de recibir atención y de ser alguien, de tener valor.

Adolescentes que han llegado al despacho porque han sido obligadas  por el chico con el que salían a mantener relaciones sexuales que no querían. Y en los chat se lee cómo, entre expresiones de amor y de valoración,  se les informa, por parte del chico,  de lo que quieren, y ellas a veces de forma sumisa lo llevan a cabo, otras veces, tras presiones y hasta amenazas o coacciones. "Puta", "zorra", "guarra", "cerda", "calienta pollas", son expresiones con las que con frecuencia se dirige a ellas en el chat  el chico con el que salen. Especialmente cuando  hablan sobre sexo y cuando mantienen una experiencia sexual a través del chat. "¿Quién inicia el ritual de los insultos?", les pregunto. Me dicen que ellos.

"¿Tú querías que te insultara?", les suelo preguntar si me parece que están en condiciones de hablar. Hasta ahora todas me han dicho que no. Me dicen que creían que eso era lo normal y  que, durante un tiempo, no se quejan porque saben que si lo hacen, dejarán de prestarle atención.  Veo en los chats que cuando ellas empiezan a quejarse por esas expresiones, aparecen otras: "demasiado sensible", "histérica" "mala", "tonta",  "loca", "gilipollas" por molestarse por algo así. A veces hasta "feminista".

¿Cómo te puede molestar que te llamen "puta" si es para excitar a tu novio? Busco en los chats: ellas no les insultan para excitarse, ellas piden atención.  Les escriben quejándose de que no les contestan, de que no les confirman que van a verse. Y ellos les dicen que ya saben lo que tienen que hacer si quieren que se vean.  O eres mi puta o no eres nada, esa es la tradición que se difunde en WhatsApp y en las demás redes sociales, entre menores. Y quienes se apartan de ella, de los dos sexos, se encuentran no pocas veces señalados y en soledad.

Niñas a las que al empezar una relación con un niño éste les pide las claves para acceder a su comunicación por redes sociales, y si se niegan, se les reprocha que entonces tienen algo que ocultar. Niñas que consideran que son poderosas porque les dan las claves pero a la vez les exigen que le entreguen las suyas.

Niñas y chicas adolescentes a las que a través de las redes sociales, y en los mensajes de sus influencers y youtubers,  se les presenta, como acto de libertad y de empoderamiento, la mayor de las cosificaciones:  prostituirse.

Niñas y niños de quince años que son convocados por WhatsApp para salir a botellones y liarse, entre el vacío y la anestesia, como la forma más exitosa de integrarse en el mundo, reproduciendo de manera amplificada, en el siglo XXI, el machismo más antiguo.

Leo los chats y me doy cuenta de lo poco que sabemos de las vidas de nuestros hijos y de nuestras hijas.

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