Cuando se escribe una novela es recomendable que una parte del tiempo que le dedicamos al asunto se invierta en no hacer nada, en dejar que los días o semanas pasen sin pensar en ella. A esa espera algunas personas lo llaman «perspectiva». Cuando el artefacto literario está terminado, lo mejor que puede hacer una autora es alejarse y tomar distancia. Dejar de vivir entre sus páginas para recordar que la vida sigue, y que las otras vidas, las que ha inventado (o reinventado) se ven de manera diferente cuando se olvidan momentáneamente para, después, regresar a ellas.
Han pasado ya varios días desde los resultados de las elecciones gallegas y me pregunto por qué en política no aplicamos también esta regla. Antes de que el 100 % de los votos estén escrutados, es una obligación moral salir y dar la cara. Con tan poco tiempo para la «perspectiva», los análisis son de lo más variopinto, en ocasiones de ciencia ficción. O fantasía.
Los más avezados cogen el camino de la autoficción, adornando la realidad para que responda a sus parámetros preestablecidos. Casi siempre los nacionales. Nacionales de España, quiero decir. Porque aunque las elecciones fueron en Galicia, y el ganador fue Rueda, estos días se ha oído mucho a Feijoo y poco a su, al parecer todavía, eterno segundo.
Pontón, que se mantiene como líder de la oposición, también ha hablado, aunque la he oído menos. Será que el resto gritaba más. Y los que casi susurraban han sido Sánchez y Díaz, que no estaban, pero se les esperaba con ganas, como el lobo aguarda a su presa. Admitámoslo: disfrutamos haciendo sangre. En Galicia y en España. No en vano el primer asesino en serie del Estado español fue Manuel Blanco Romasanta, conocido como el Sacauntos (Sacamantecas) o el Hombre Lobo de Allariz. Otro gallego que hizo historia al traspasar fronteras.
Habrá quién crea que me he extralimitado con la alusión a semejante personaje para hablar de las elecciones. Quizá. Pero no se me ocurre una máquina de triturar carne (profesionalmente hablando) más dura que la política. En Besta do seu sangue, la escritora Emma Pedreira nos acerca otra visión sobre el asesino: que en realidad era LA asesinA, hermafrodita. Y también incomprendida, poderosa, vilipendiada. Sedienta. No me digan que no son adjetivos que podrían aplicarse a la post-campaña.
Si mi argumentación no les convence, ni tampoco el hecho de que he esperado varios días para escribir sobre las elecciones, al estilo novelístico, la verdad es que tengo otra alternativa: vistos algunos de los y las tertulianas a las que se les ha dado altavoz para analizar los resultados, muchas tonterías tendría que decir yo para que no parezca que sé de lo que hablo. No se equivoquen: no es que nacer y vivir en Galicia me dé per se mayor legitimidad, sino que la sarta de sandeces que he escuchado en las últimas horas hace que el nivel esté muy bajo.
Si hacemos caso de las supuestas voces autorizadas, estas elecciones significan que se apoya la amnistía y que se rechaza; que se ha votado con ilusión al nacionalismo pero con miedo a los nacionalistas; que ha sido una victoria como nunca y una derrota como siempre, o al revés (ya me pierdo); que la izquierda sube y que la izquierda también baja, todo a la vez, igual que la derecha. Y no me hagan el chiste de la indecisión gallega, por favor se lo pido, que bastantes tópicos gaiegueiros tenemos ya para los siguientes cuatro años. O cuarenta.
Yo me he dedicado estos días a seguir el consejo que Andrés do Barro daba en O tren, única canción en gallego que ha alcanzado el número uno en España: falando coa xente pola mañá / escoitarei e saberei / o que pasou polo meu lar (hablando con la gente por la mañana / escucharé y saberé / lo que pasó por mi lar).
He visto desilusión, indiferencia, alivio, incertidumbre. He visto ganas de ponerse a trabajar para las siguientes elecciones y gente que ha decidido tirar la toalla. He visto euforia y pesimismo. Y viéndolo todo, no consigo vernos. A los gallegos y las gallegas, con perspectiva. Pero sí he visto cómo nos ven. Y me pregunto de dónde sacarán todas esas conclusiones grandilocuentes, esas afirmaciones que no dejan lugar a dudas, si ni nosotros mismos terminamos de entender cómo funcionamos.
Así que decido hacerle caso a Celso Emilio Ferreiro en su Longa noite de pedra y no hablar más nin dos sapientes memos / nin dos túzaros listos. Lo que hago es repasar los hechos por si puedo llegar yo también a alguna conclusión indiscutible: el PPdG ha bajado en escaños, pero subido en votos. Aunque se sumasen las papeletas de todos los partidos de izquierdas, la derecha seguiría gobernando con mayoría absoluta. El BNG es el que más ha subido y el PSdG el que más ha bajado. Democracia Ourensana ha entrado en el parlamento, mientras que VOX sigue quedándose fuera. Sumar ha obtenido menos votos que la ultraderecha y Podemos menos que Pacma.
Con todo esto, no sé discernir si los recientes comicios han sido decisivos en clave española, gallega o ambas. No me ha quedado claro si somos un pueblo atrasado o la vanguardia de España; si somos de derechas por las autonómicas o de izquierdas por las generales y municipales; si se presentaba Pontón o Puigdemont. Perdónenme, pero me hago un lío. Y no sé si buscaban en este artículo una respuesta, porque yo no tengo de eso. Solo puedo decirles que en la última frase de Adiós María, de Xohana Torres, he encontrado la mejor aproximación que jamás he leído para explicar cómo funcionamos en Galicia con esto de las elecciones: Maxa, escríbelles alá, dilles que o de sempre por non variar.
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