Se cuenta en el Antiguo Testamento la historia del Becerro de Oro, un icono macizo y poderoso al que se adoraba con fe ciega, daban igual las circunstancias, por ser el símbolo de Yahvé. Durante años esta ha sido siempre la imagen del ídolo, la de un becerro al que se adoraba con los ojos vendados y sobre el que no pesaban ni justificaciones ni cuentas más allá de las divinas, pero ya no es así; la representación más exacta de lo que debe ser ahora un ídolo la explicó C. Tangana en 2018, en un álbum titulado precisamente Ídolo, que rompe el relato divino de la construcción de un icono, el deux ex machina, y lo convierte en un proceso humano: los ídolos se pueden construir, pero también destruir; de hecho, los ídolos, por su nueva e inexorable condición humana – "mírale a la cara, solo es otro hombre / la hoja de un cuchillo puede abrir su carne" –, también se pueden autodestruir. Los ídolos ya no viven solo del relato, sino que ahora necesitan también de la realidad.
Pedro Sánchez es un ídolo no en el sentido bíblico, sino en el que desarrolla C. Tangana en su álbum; Pedro Sánchez es un ídolo que no se ha construido solito, parte a parte y joya a joya, sino que ha sido erigido por unos votantes y militantes que pueden bajarlo del pedestal de mármol en cualquier momento. La fe en los ídolos modernos no es ciega, sino que exige recompensas, y la falta de ellas puede acabar más pronto que tarde con la idolatría que mantiene al presidente del Gobierno en el templo de la Moncloa: ¿cuánto más puede soportar un líder solo porque hace rabiar a la derecha?
Sánchez estaba condenado a morir en las anteriores elecciones generales, las del 23-J, pero una masa de votantes – jóvenes y mujeres, principalmente – con una agenda progresista muy marcada decidieron iniciar un proceso de apoteosis para divinizarle y salvarle, y ahora él debe cumplir.
La agenda por la que sus votantes se movilizaron, creo, está más que clara: querían frenar a la ultraderecha y evitar un retroceso en derechos sociales, pero también seguir avanzando. Los votantes que salieron de casa alrededor del ídolo sanchista quieren avanzar, quieren recuperar el poder adquisitivo perdido, parar la usura de los alquileres y frenar la precariedad laboral y, de momento, Sánchez no ha hecho nada de eso.
Ahora Sánchez volvió a hacer una de las suyas, una de sus piruetas ininteligibles, al publicar la dichosa carta y pedir tiempo para pensar; la carta fue una nueva petición de sacrificio a su pueblo, el pueblo sanchista, y este sacrificio, según parece, ha sido recompensado con la nada. Y esto ya no vale.
Puede haber alegría entre sus votantes ahora que ha anunciado que se queda, pero muchos también han puesto muecas extrañas, de tener que volver a tragar sin ganas, al ver que todo esto, otra vez, ha sido una pirueta narrativa que no ha tenido ni el más mínimo efecto en la realidad; el pueblo progresista ha tragado un sapo muy chungo, el de tener que volver a defender ciegamente a su presidente, sin que este haya anunciado ni una sola medida efectiva, más allá de lo que concierne a su relato: en palabras de Internet, hemos sido otra vez psoeizados.
El anuncio de Sánchez no ha venido acompañado de ningún propósito de enmienda o cambio; de momento, todo sigue igual, nada ha pasado, y el presidente vuelve a pedir fe ciega y absoluta sin que nadie sepa exactamente por qué. El truco le funcionó hace casi un año, cuando la gente volvió a votarle, pero empiezo a dudar en serio que estas piruetas con el relato le valgan eternamente.
Los ídolos tienen que ser útiles, no existir para su mera supervivencia.
Comentarios
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