Otras miradas

Desafíos articuladores y unitarios

Antonio Antón

Sociólogo y politólogo

La líder de Sumar y vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, interviene durante el cierre de la campaña electoral de su formación, este viernes en la Plaza de la Virgen de Valencia. EFE/ Biel Aliño
La líder de Sumar y vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, interviene durante el cierre de la campaña electoral de su formación, este viernes en la Plaza de la Virgen de Valencia. EFE/ Biel Aliño

Las derechas han ganado las elecciones europeas del 9 de junio. El bloque democrático y plurinacional ha perdido, aunque el PSOE ha resistido y el declive se ha centrado en la izquierda transformadora: han pasado de 11 escaños en 2014 (seis de IU y cinco de Podemos), a 6 en 2019 (de Unidas Podemos), y hasta los 5 actuales (tres Sumar, con mayores expectativas, y dos de Podemos, meritorios desde unas bajas perspectivas), considerando que ha habido una ampliación de siete escaños (un 14%).  

Pero si aplicamos estos resultados, con su bajo nivel de participación, que no ha llegado a la mitad, y la adscripción provincial de unas elecciones generales, con su barrera del 3%, se evidencia todavía más la debacle de la izquierda transformadora y la pérdida de la mayoría parlamentaria del gobierno de coalición.  

Así, las tres derechas conseguirían 179 escaños, mayoría absoluta, el PSOE, 131, el bloque nacionalista (incluido Junts y CC), 34, y la izquierda transformadora unos escasos 6 escaños (cuatro para Sumar y dos para Podemos).  

Más allá de la dimisión de Yolanda Díaz como coordinadora general de Movimiento Sumar, y su insistencia en continuar como referente institucional de todo el conglomerado de la coalición Sumar, se abre la necesidad de una profunda reflexión sobre la rearticulación de ese espacio. Valga la siguiente aportación general, sin entrar en los contextos sociopolíticos, para contribuir a ello. 


La fragilidad democrática y de la cultura pluralista 

La dirección de Podemos tuvo un gran acierto analítico y estratégico al encauzar al ámbito electoral e institucional la existencia de un amplio campo sociopolítico indignado, derivado de la gran experiencia de activación cívica precedente, que exigía más justicia social y más democracia real. La llamada nueva política ha supuesto un revulsivo político, en defensa de la gente, y un avance en términos participativos y democráticos, así como en calidad ética y honestidad personal, frente a la corrupción política, el autoritarismo y la jerarquización dominantes en las viejas estructuras partidarias.  

No obstante, en este proceso de recomposición del liderazgo hegemonizado por Sumar, con fuerte apoyo mediático, junto con la descalificación sistemática, el aislamiento político y el acoso judicial hacia Podemos, la izquierda transformadora ha demostrado sus límites e insuficiencias, cuando la autoridad moral y democrática es más fundamental para su liderazgo social. No solo se trata de aplicar los procedimientos mínimos deliberativos y decisorios -incluido las primarias y las votaciones de las bases inscritas o la militancia-, así como los códigos éticos, sino de mejorar el debate, la participación y la articulación de la pluralidad, al igual que la ejemplaridad personal.  

La degradación democrática e integradora de las élites partidarias está relacionada con la fragilidad orgánica de la base social, poco articulada en grandes organizaciones y poco cohesionada en torno a un proyecto compartido. Además, está reforzada por la preponderancia de la actividad discursiva y de propaganda, junto con la tendencia a la intransigencia, el sectarismo o la irresponsabilidad e insolidaridad ante las dificultades colectivas y la búsqueda grupal de reconocimiento de estatus.  


Esas debilidades se acentúan en los momentos de socialización de las desventajas por la contraofensiva represiva y descalificatoria, con pérdidas de ventajas de estatus, sin suficiente solidaridad o lealtad colectiva, junto con la falta de sistemas organizativos reglados y acuerdos sólidos. Esa fragilidad está derivada de la formación dirigente, a través de un aluvión rápido, discursivo, optimista y adaptativo a las condiciones del ascenso de estatus, con poco arraigo social, sin experiencia y acción colectiva de base prolongada, sin contrapesos organizacionales en el ámbito social y cultural y sin suficiente capacidad de resistencia ideológica y material.  

Por tanto, para el ascenso aspiracional de estatus y su mantenimiento, en ciertos sectores se refuerza el oportunismo adaptativo hacia la eficacia inmediata, es decir, a la adaptación a las posibilidades dadas por el poder jerárquico o las expectativas de ganar apoyos e influencia mayoritaria. El medio, la vertebración de la dirigencia partidaria, se convierte en el fin, que debieran ser las transformaciones de bienestar y derechos para la gente. Es una debilidad ética. Ello se agrava con las dificultades de arraigo social y pertenencia colectiva, con poca experiencia y acción de base prolongada en torno a una dinámica común.  

Todo ello se intenta relativizar o esconder con el énfasis en su contrario discursivo: la vinculación con la gente de abajo y la misión transformadora de la representación con avances sociales y de derechos para el pueblo. Se trata de su realización práctica, junto con la propia activación cívica y la participación democrática. 


El corporativismo sectario en las élites alternativas 

Existe una diferenciación básica en la izquierda transformadora entre una tendencia más moderada y posibilista (Sumar) y otra más exigente y confrontativa (Podemos). Aunque en algunos aspectos las diferencias pueden ser importantes, en la etapa actual frente a las derechas reaccionarias, no me parecen determinantes para impedir la convivencia básica en un proyecto político compartido o alianza amplia. Ello, aunque la dinámica institucional sea bastante continuista y la acción colectiva sea poco reformadora y siempre evitando los retrocesos y empujando en la conformación de fuerza social y legitimidad pública.  

Ese acuerdo plural mínimo es lo que sucede en grandes movimientos políticos populares o frentes amplios progresistas, con más similitudes que, por ejemplo, en el actual agrupamiento democrático y plurinacional con la socialdemocracia y el nacionalismo -de izquierda y de derecha-.   

Por tanto, la dificultad principal en la izquierda alternativa no es la diferencia programática o ideológica en sus definiciones generales. Es otro el elemento político decisivo, con importantes conexiones ideológicas y organizativas: el corporativismo sectario de (parte de) sus élites respecto de la vertebración partidaria estatal (y autonómica), con sus expectativas y procesos aspiracionales para conseguir reconocimiento público y estatus institucional. Tiene una vinculación, a veces confusa o indirecta, con los intereses, demandas y expectativas del poder o de fracciones populares y grupos sociales diversos con polarización identitaria.  


Se trata de valorar quién suma y quién resta (y cómo y por quién); o bien, tener una actitud inclusiva u otra excluyente, dentro de una dinámica de complementariedad de prioridades y jerarquización posicional. Se puede expresar como egos particulares y mayor o menor intransigencia discursiva y sectarismo organizativo, pero hay que interpretarlo en una lógica relacional o sociológica, no solo personal o psicológica.  

El factor divisivo principal, en el marco de la recomposición dirigente de la coalición Sumar, ha sido el tipo de desplazamiento (o reajuste) del liderazgo anterior de Podemos, sin articulación y justificación democrática consensuadas. Se ha realizado solo a través de la legitimación pública del nuevo liderazgo de Yolanda Díaz, con apoyo mediático e institucional y su proceso de escucha y su movimiento ciudadano de varios miles de personas. Ello le ha permitido asumir la dirección de su grupo político, como hegemónico, y del conjunto del conglomerado (desde el acto de Valencia, otoño 2021, y el de Magariños, primavera de 2023... hasta la asamblea fundacional, abril 2024, y la asamblea constituyente, otoño 2024).  

Y todo ello bajo el prisma de la imperiosidad de la subordinación de Podemos, por motivos políticos -ruido, resta- y orgánicos -desconfianza, sin representatividad-, así como su aislamiento y la insolidaridad ante la avalancha acosadora de las derechas y poderes fácticos, especialmente demostrados ante la defensa de la ley de libertad sexual y el consentimiento como eje central, luego revalorizados por la experiencia de la amplia solidaridad feminista frente al beso no consentido de Rubiales a la mundialista Jenni Hermoso.  


La consecuencia de esa falta de articulación equilibrada y solidaria es que el frágil acuerdo electoral para el 23J, con dificultades para un grupo parlamentario unitario y un reparto de responsabilidades equitativo, saltó por los aires, y constituye la desconfianza básica para buscar una mayor colaboración en beneficio de todas las partes. La salida es la demostración de la representatividad de cada cual en unas elecciones sin grandes desventajas comparativas como las europeas, y sobre esa base objetiva, la posibilidad de comenzar de nuevo la aproximación en torno a un objetivo común. 

EL proceso de recomposición de la dirección de la coalición Sumar, así como la distribución de las responsabilidades institucionales o las listas europeas, no solo ha sido cupular sino que se ha impuesto la adjudicación de posiciones institucionales sin criterios objetivos o consensuados; de ahí el malestar de algunos grupos, en particular de Izquierda Unida.  

En gran medida, se ha aplicado el criterio por lo que cada cual SUMA o RESTA, a juicio del núcleo dirigente, y según su capacidad de presión. Así, en el documento organizativo de Movimiento Sumar se adjudica el 70% para Movimiento Sumar y el 30% a los partidos -una vez quedado fuera Podemos- que choca con las proporciones y jerarquías en las listas europeas, incluso del reparto gubernamental. Y ello, aunque en el equipo de Yolanda Díaz insisten en que la completa hegemonía de Movimiento Sumar y el perfil que representan, frente al protagonismo de los partidos, son la clave para evitar el declive y asegurar la remontada; es lo que ha saltado por los aires. O sea, se aventuran conflictos inmediatos sobre el modelo orgánico, en particular con la Izquierda Unida salida de su reciente Asamblea que reclama su reconocimiento.   


Toda esta vertebración, poco transparente y sin criterios objetivos compartidos, afecta a la configuración democrático-pluralista del sujeto político, a su papel de mediación con la sociedad, a su prestigio como ‘mediador’ de las relaciones sociales y políticas; genera distanciamiento o desafección hacia esa dirigencia poco maleable. Es contraproducente con la senda hacia un frente amplio, unitario y plural.  

Hace tiempo se había iniciado el cuestionamiento público de la legitimidad del liderazgo de Yolanda Díaz como garantizadora del ensanchamiento electoral y de influencia, beneficioso para el conjunto y cada parte del conglomerado, es decir, para un objetivo común, en el que quedaba fuera Podemos. La reacción inmediatista es a mirar por la posición institucional de cada cual a corto plazo; o sea, a cierta fragmentación y descomposición del proyecto e interés colectivo, visto como privilegio hegemonista de parte.  

El divisionismo y el burocratismo de las élites partidistas es un tema polémico en la historia de las izquierdas y la ciencia política, desde la revolución francesa y pasando por las experiencias de estos dos siglos hasta el debate sobre la oligarquía de los partidos políticos de hace un siglo y replanteado en la actualidad.  

Es necesaria la superación de esas inercias e intereses corporativos de las estructuras dirigentes de los partidos políticos, así como las deficiencias participativas de los hiperliderazgos. Se trata de reforzar, junto con su función representativa y gestora, un doble plano democrático: el talante unitario y colaborativo, y el respeto y la regulación de la pluralidad.  

En definitiva, sin un cambio de actitud político-democrática, sobre todo, de la dirigencia de Sumar, con un modelo orgánico integrador y respetuoso con el pluralismo, no es posible una cooperación con Podemos, centrado en su propio autodesarrollo, ni la perspectiva de un frente amplio, que pueda abordar unitariamente la próxima etapa política y electoral de 2027, de municipales, autonómicas y generales, con el fin del ciclo institucional progresista en España. Como he dicho en otro lugar, la solución, de venir, vendrá de abajo y, en parte, de fuera de las dirigencias alternativas actuales. Es un desafío para la izquierda transformadora. 

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