Otras miradas

El Fin del Amor (Mundi)

Daniel Brea

Técnico Superior de la Administración General en la Comunidad de Madrid y autor de una tesis doctoral titulada 'El concepto de amor en Teoría política'

La trilogía de Achille Mbembe coronada por su último libro, 'La comunidad terrestre'.- Twitter de Daniel Brea/@Dan_Brea
La trilogía de Achille Mbembe coronada por su último libro, 'La comunidad terrestre'.- Twitter de Daniel Brea/@Dan_Brea

Pasar de una forma a otra, de un estado a otro, era el secreto 

Achille Mbembe 

En 2018, la socióloga Eva Illouz publicó en Alemania Warum Liebe endet (que en un español literal vendría a significar Por qué se acaba el amor). Y en 2019 la escritora Tamara Tenenbaum publicó en Argentina El fin del amor, un exitoso libro cuyo título iba a ser recuperado un año después por Katz, una editorial que comparte país con Tenembaum, para sacar a la luz la citada obra de Illouz.  

La coincidencia de los dos títulos es significativa por cuánto dice de lo que posiblemente sea un síntoma de época. Sin embargo, la problemática que Illouz y Tenenbaum asocian a las relaciones sexoafectivas podría hacerse extensible al Amor Mundi, una idea de Hannah Arendt. La pensadora alemana explicaba que, si el planeta Tierra es una realidad geológica, el mundo es una realidad sensible formada por los seres humanos y los vínculos que establecen entre sí. A resultas de lo cual, la autora de La vida del espíritu planteaba que la condición de la especie humana pasaba por el amor a un mundo que ella se había ocupado de poblar y edificar. 


Arendt falleció en 1975, cuando solo habían pasado tres años de la publicación de Los límites del crecimiento, un informe con el que el Club de Roma nos advirtió de que, si aspirábamos a seguir viviendo en el mismo planeta que hasta ahora, debíamos cambiar el paso. En vista de que, al cabo de más de medio siglo, según ha planteado Yayo Herrero en Toma de tierra, "lejos de haberse actuado al respecto, más bien se han intensificado los modelos de extracción y apropiación", cabe preguntarse si, además del fin del amor, es posible identificar el fin del Amor Mundi arendtiano. 

El Antropotecnoceno 

He ahí uno de los puntos de los que parte el grueso de la obra de Achille Mbembe. Doctor en Historia por la Sorbona y profesor en varios de los centros más ilustres de la Universidad estadounidense (Berkeley, Columbia, Harvard, Yale), se ha ido ganando un sitio en las estanterías de pensamiento político de las librerías españolas. Ahora, con La comunidad terrestre (2023), ha culminado una trilogía cuyos dos primeros volúmenes fueron los admirables Políticas de la enemistad y Brutalismo. Juntos forman una crítica profunda del capitalismo neoliberal, un paisaje de los peligros que afronta la vida en la Tierra y una batería de sugerencias para superarlos. 

Sin embargo, cabe preguntarse: ¿en qué punto se unen el Amor Mundi y sus ideas? La respuesta nos exige volver a una de las páginas más célebres sobre el amor.  


En el Banquete de Platón, Diotima y Sócrates afirmaban que una de las características de Eros, el dios griego del amor, era eludir la mortalidad por la vía de la procreación: la prole nos hace seguir vivos en el mundo, solo sea genéticamente. En cambio, el autor camerunés se opone al pensador griego cuando opina que los seres humanos ya no canalizan sus aspiraciones de vencer al paso del tiempo por la vía de la imaginación amorosa o erótica, sino por la de la "imaginación tecnológica".  

El problema es que dicha alteración ha sido fatal, no solo para la especie humana sino igualmente para el resto de seres vivos con los que compartimos el planeta. Al punto que Mbembe piensa que, en lugar de Antropoceno, sería más adecuado decir que la época en curso es la del Antropotecnoceno, una en la que la alianza entre el capital, los seres humanos y la tecnología habría puesto a muchas vidas en peligro 

Ello se debe a que, según el autor camerunés, desde hace varios siglos la relación que hemos establecido con la Tierra es análoga a la del amo y el esclavo, que a su vez es similar a la del depredador y su presa. De ahí que no sorprenda oírle decir que somos los protagonistas de un "gigantesco proceso de expulsión y de evacuación" que ha vaciado "los vasos y las sustancias orgánicas": el brutalismo. 

Mbembe advierte que las raíces del brutalismo se encuentran en África, un continente en el que la raza negra habría sido la primera en sufrir el gobierno que ahora sufrimos el resto de vivientes. Quizás lo más característico del mismo sea que es un régimen que gira alrededor del cálculo, que hace de las formas de vida simples cifras y que solo es capaz de pensar en recursos y en desechos. A partir de ahí, genera seres válidos y seres superfluos, sirviéndose de la población funcional a su lógica y expulsando a la población excedente, sin valor para ella. Han de salirle las cuentas.  

Y si su origen fue africano, su expansión a día de hoy es planetaria. 

Al fin y al cabo, el proyecto histórico al que alude Mbembe es el del capital, el mismo que Rita Segato ha asociado en varias ocasiones con el proyecto histórico de las cosas, en oposición al de los vínculos. A sabiendas o no, las obras del camerunés y de la argentina dialogan alrededor de la cosificación del mundo que nos rodea y de quienes lo poblamos. De ahí que ambos autores coincidan en identificar un causante común: el capital, que "se ha hecho mundo", en las exactas palabras de Mbembe.  

Qué hacer 

Frente a un capitalismo que ha erigido un mundo a su medida y en el que la extinción de muchas formas de vida es una realidad, la pregunta más urgente pasa por averiguar si sigue siendo posible que el resto de formas de vida salgan adelante 

La respuesta de Mbembe es afirmativa, pero sometida a condiciones. 

El primer paso que sugiere es combatir la visión economicista a la que aludíamos, sacando a la vida del ámbito del cálculo, que había hecho de ella una víctima de la razón capitalista. "Lo viviente es lo que no tiene precio", explica en La comunidad terrestre; es "lo que está más allá de toda medida" porque "depende de lo incalculable". Al levantar el velo del cálculo, la vida recupera su dignidad original. 

Y el siguiente paso, aún más arduo que el primero, es dar voz y voto a los seres vivientes que hasta ahora se habían visto privado de ellos, siguiendo la senda de Vandana Shiva, que ya en 2007 se orientaba hacia una "democracia de la Tierra". Humanos o no (¡vivos o no!), el gobierno asambleario con el que fantasea es uno en el que se dan cita los y las "terrestres", por usar una categoría que se repite en su último libro, "que incluye tanto a los ancestros como a quienes aún no han nacido". 

Más allá de su viabilidad, el planteamiento de Mbembe completa un giro que venía, precisamente, de la obra de Arendt. Y él es consciente de ello, ya que en Políticas de la enemistad explicitaba que "hemos pasado de la condición humana a la condición terrestre", unas palabras que vinculan la obra de la pensadora alemana publicada en 1958 con el libro que él mismo iba a publicar siete años después. 

¿Final o principio? 

Según le confesaba Arendt a su amigo Karl Jaspers, la pensadora alemana se había planteado seriamente la posibilidad de titular a su libro Amor Mundi, una expresión que ya nos suena familiar, en lugar de La condición humana. Quizás a partir de ahí sea posible aventurar una respuesta a la pregunta que presentábamos al principio: ¿asistimos al final del amor, no solo el que nos vincula sexoafectivamente con los seres humanos, sino además del que nos vincula con el mundo y sus criaturas?

Salta a la vista que la condición terrestre identificada por el autor camerunés nos obliga a articular una política a la altura, una de la que Bruno Latour afirmó que será "atmosférica". Siguiendo una lógica similar, el amor al mundo habría dado paso a un amor atmosférico por todos los seres vivientes. De suerte que, si Arendt volviera a publicar La condición humana en 2024, posiblemente ya no pensaría en darle por título Amor Mundi, sino Amor Omnium Viventium. Y, en lo que nos ocupa ahora, ¿es que no podría Mbembe haber hecho lo mismo con La comunidad terrestre? 

Hablamos de un amor a la vida más que al mundo o a los seres humanos y que, sobre todo, cuenta con la fuerza suficiente para sustituir a la imaginación tecnológica en la canalización de nuestras aspiraciones de sortear el paso del tiempo y el final. Sabedor de que somos capaces de amar, al autor camerunés le gustaría que quienes hemos venido después de Diotima y Sócrates volviéramos a firmar sus palabras. 

A expensas de saber si seremos capaces de colmar sus elevadas expectativas, ahora podríamos concluir: ha muerto el Amor Mundi, ¡viva el Amor Omnium Viventium! 

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