Otras miradas

Cuántos inmigrantes son muchos

Alfredo González-Ruibal

Investigador científico, Incipit-CSIC

Migrantes a su llegada a Canarias en una foto de archivo.- Europa Press
Migrantes a su llegada a Canarias en una foto de archivo.- Europa Press

La ultraderecha dice que son una invasión. La derecha menos ultra quiere mandar a la armada contra ellos. En un lenguaje más neutral se habla de crisis migratoria. En el imaginario colectivo los migrantes son muchos, muchísimos, no podemos con todos. Es económicamente inviable. Pero ¿cuántos son realmente muchos? Depende. 

En términos relativos, el gran siglo de la migración no es el XXI, sino el XIX. Entre 1850 y 1913 emigraron solo a las Américas 40 millones de europeos. Entre 1880 y 1914 se trasladaron a EEUU una media de 650.000 personas al año. EEUU tenía entonces unos 75 millones de habitantes. En 2023 llegaron a Europa 2,1 millones de migrantes, de los cuales solo el 0,5% lo hicieron irregularmente. Europa cuenta actualmente con una población de 750 millones. Para llegar a las cifras de EEUU a fines del XXI deberíamos recibir 6,5 millones de migrantes anuales. Tres veces más de los que entran actualmente.  

Con cuatro veces más población que en 1900, EEUU recibe solo un 25% más de migrantes más que en 1900. La migración masiva a EEUU se produjo, además, en un momento en que el crecimiento vegetativo de la población era muy elevado, mientras que Europa pasa por un invierno demográfico: en 2023 el continente no ganó población, sino que la perdió: un 0,09%. EEUU, por su parte, gana población gracias básicamente al aporte de los recién llegados. 

Las grandes migraciones del siglo XIX supusieron una reorganización de la población mundial a una escala nunca vista. Hubo regiones enteras que quedaron medio despobladas; otras vieron incrementar su demografía de forma exponencial. Entre 1890 y 1920, del Líbano se marchó un tercio de su población campesina. Suecia envió 1,9 millones de sus habitantes a EEUU entre el siglo XIX e inicios del XX, cuando en el país vivían entre 4 y 5 millones de personas. 


En Occidente, la migración masiva suele provocar menos rechazo cuando los que se mueven son blancos. Entre 1919 y 2005, casi dos millones de judíos de Europa oriental emigraron a Palestina, por ejemplo. Es más, incluso fundaron su propio país allí con el beneplácito de la ONU –algo que cuadra bastante bien con el primer significado de invasión que ofrece el diccionario de la RAE: "ocupación".  

En EEUU la llegada de europeos en la primera mitad del XIX provocó gran hostilidad cuando los que migraban eran católicos, pero las campañas más violentas se dirigieron contra la inmigración china a fines del XIX. La primera ley jamás promulgada en EEUU contra la llegada de extranjeros fue la Chinese Exclusion Act de 1882, que vetó la llegada de personas de esta procedencia durante diez años. En el siglo XIX viajaron 300.000 chinos a EEUU. En el mismo período lo hicieron 5 millones de alemanes. Ninguna ley prohibió la entrada de estos últimos.  

La migración tampoco resulta conflictiva cuando la organizan blancos. Los 12,5 millones de esclavos africanos que llegaron a América entre el siglo XVI y mediados del XIX no supusieron ningún problema. Al contrario. De hecho, lo que provocó una guerra civil en EEUU no fue el traslado de millones de africanos, sino que no se les pudiera esclavizar. Tampoco supuso problema alguno el millón y medio de trabajadores en condiciones de semiesclavitud (indentured labourers) transportados desde la India y China a las colonias inglesas entre 1834 y 1920.  


La ultraderecha habla de gran reemplazo, pero el único gran reemplazo que ha habido en la historia por ahora es el que los occidentales han protagonizado en otras tierras: al mismo tiempo que migraban al resto del mundo, las poblaciones locales disminuían catastróficamente. El historiador Bouda Etemad ha calculado que las enfermedades, las hambrunas y la violencia provocaron entre 50 y 60 millones de muertos entre 1750 y 1912 en las regiones colonizadas por Occidente.  

El miedo a la emigración es cuantitativo: son demasiados. Pero también cualitativo: son demasiado diferentes. Sin embargo, la diferencia cultural entre mis paisanos gallegos que emigraron a Chicago en los años 20 y los habitantes de Chicago era considerablemente mayor que la que existe hoy entre europeos y subsaharianos (que representan, además, un porcentaje menor de los migrantes al Norte). Vivimos en un mundo globalizado donde la diferencia cultural es cada vez más reducida. Pero da igual. El miedo, azuzado por la ultraderecha, se basa en el desconocimiento y un racismo sistémico que nos cuesta aceptar. 

La migración es un problema. No hay duda. Mi análisis comparativo no pretende quitarle hierro al asunto ni simplificarlo, sino ponerlo en perspectiva histórica. Pero la migración es un problema, sobre todo, porque es traumática para los que se desarraigan en condiciones de pobreza, crisis climática, persecución o conflictos. Es un problema, también, porque hace perder un capital humano valioso a los países de donde salen los migrantes. Es un problema para ellos mucho más que para nosotros. Y para darle solución a un problema hay que empezar por entender quiénes son los que de verdad lo sufren.   

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