Otras miradas

Gaza y el colapso de Israel

Leila Nachawati Rego

Escritora y profesora de comunicación especialista en Oriente Próximo

Protestas propalestinas en Melbourne.- EFE
Protestas propalestinas en Melbourne.- EFE

La impunidad de la que disfruta Israel y la devastación que sufre la población gazatí pueden llevar a la conclusión de que el primero está logrando sus objetivos. El estado israelí es, sin duda, en el escenario local y regional, quien ostenta la fuerza de las armas, cada vez más sofisticadas. Es quien más destruye, quien más viola, quien más tortura, quien arrincona una y otra vez a una población asediada que no tiene adónde huir. Sin embargo, esta realidad no debe eclipsar el hecho de que el estado israelí también está perdiendo. O, al menos, de que no tiene forma, con la estrategia actual, de ganar esta guerra. 

"El colapso de Israel" 

Son muchas las voces que en los últimos meses han alertado de la imposibilidad de ganar esta guerra. No solo desde organizaciones de sociedad civil como B’Tselem, que denuncia desde hace décadas la ocupación y el sistema de segregación. También desde diversos sectores del espectro político israelí. Entre ellos, reconocidos miembros del Knesset o Cámara de Diputados del país como Ram Ben-Barak, antiguo subdirector del Mosad. "Esta guerra es inútil, carece de objetivo y es evidente que la estamos perdiendo", declaró el 21 de mayo en una radio pública israelí. 

"Israel está perdiendo y se enfrenta a un colapso económico total", señaló, además de remitir a la pérdida de legitimidad internacional: "Nos enfrentamos también a reveses en el escenario internacional, con nuestras relaciones con Estados Unidos deteriorándose significativamente y la economía israelí en declive. Muéstrenme algo en lo que hayamos tenido éxito". 

En la misma línea se expresaba el anterior Ministro de Defensa, el ultraderechista Avigdor Lieberman, el 15 de julio. En un artículo publicado en el sitio web israelí Walla, alertaba de que "la economía israelí está colapsando y nuestra diplomacia se está erosionando". Lieberman incidía también en que "niños, adultos, soldados y reservistas sufren de pesadillas sobre lo que ha ocurrido y lo que puede ocurrir". 


Las declaraciones de un número cada vez mayor de representantes políticos israelíes, en su mayoría centradas solo en el sufrimiento israelí y sin mención a la devastación causada en la población palestina, son reveladoras. Y no son las únicas. La revista hebrea Maariv publicaba el 10 de julio un artículo titulado "El colapso de Israel", en el que estimaba que al menos 46.000 negocios israelíes habían quebrado ya "debido a la guerra en curso y sus efectos devastadores en la economía" y que en torno a 60.000 lo harían antes de que acabe el año. 

"Basta con que una masa crítica decida no estar aquí mañana por la mañana para que el Estado de Israel abandone el mundo desarrollado". 

Respecto al futuro del país, el economista Dan Ben-David ahondaba en otra de las claves, vinculada a la escasez de personal en activo y especializado para la gestión de ámbitos fundamentales para el desarrollo del estado. De seguir Israel por el camino actual, "no nos convertiremos en un país del tercer mundo, simplemente ya no seremos. Sólo el 0,6% de la población son médicos, pero ¿quién los forma? El personal superior de las universidades de investigación es el 0,1% de la población. Los trabajadores de alta tecnología son el 6% de la población. En total, son 300.000 personas. Basta con que una masa crítica de este grupo decida no estar aquí mañana por la mañana para que el Estado de Israel abandone el mundo desarrollado". 


En la misma línea, Eugene Kandel, antiguo jefe del Consejo Económico Nacional en la Oficina del Primer Ministro, y Ron Tzur, que perteneció la Comisión de Energía Atómica, señalaron que "solo haría falta que emigrasen 20.000 personas de la élite productiva del país para que Israel se quedase sin alta tecnología, sin academia y sin seguridad". Poniendo el acento en la difícil ecuación que plantean al estado "ortodoxos, colonos y árabes", llegaron al punto de declarar que "por el camino actual que recorre Israel, no llegará a celebrar su centenario". 

En este contexto, el adjetivo "paria" suena cada vez con más fuerza. Entre otros, en boca del historiador israelí Ilán Pappé, que en uno de sus últimos artículos aborda "El colapso del sionismo". Pappé destaca la fractura de la sociedad judía israelí, una crisis económica sin salida, el aislamiento internacional, el posicionamiento anti-ocupación de buena parte de la comunidad judía no israelí y el potencial de las generaciones más jóvenes de palestinos como factores clave en el "colapso de Israel". 

La CIJ y el señalamiento de la complicidad internacional 

El aislamiento internacional de Israel y sus consecuencias económicas no han cesado en los últimos meses. El presidente colombiano suspendió recientemente las exportaciones de carbón, del que Israel todavía depende energéticamente, hasta que el estado ponga fin al genocidio (después de Colombia, los principales proveedores de Israel son Sudáfrica y Rusia). LP, el mayor fondo de pensiones de Noruega, rompió lazos con la maquinaria de guerra israelí en respuesta a las violaciones de derechos humanos en Gaza y Cisjordania. El gigante tecnológico coreano Samsung clausuró sus operaciones en Tel Aviv; y el fabricante de circuitos integrados Intel congeló la construcción de una fábrica de 25.000 millones de dólares. A su vez, la cadena de cafeterías Pret A Manger abandonó sus planes de abrir cuarenta sucursales en Israel, mientras se sucedían las amenazas de boicot a sus productos. 


También en Estados Unidos, principal aliado del estado israelí, crece la demanda de desinversión. Dos de las principales iglesias del país (la Metodista Unida y la Presbiteriana) han votado a favor de retirar sus inversiones en empresas implicadas en la ocupación de territorio palestino. En el ámbito universitario, el gobierno estudiantil de la Universidad de California votó en febrero a favor de retirar su inversión de 20 millones de dólares de "empresas cómplices de la ocupación y el genocidio" (citando McDonald's, Sabra, Starbucks, Airbnb, Disney y Chevron, entre otras), una iniciativa a la que se han sumado otras universidades estadounidenses y de otros países. 

En España, la Universidad de Barcelona, la Universidad de Granada, la Universidad de Jaén y la Pablo Olavide de Sevilla decidieron romper colaboraciones con universidades israelíes, una de las principales reclamaciones de las acampadas estudiantiles que se extendieron por los campus españoles a finales de abril. Otras, presionadas por las acampadas, emitieron comunicados en los que afirmaban no tener actualmente convenios ni acuerdos con universidades israelíes. 

El último dictamen de la Corte Internacional de Justicia, el máximo tribunal de las Naciones Unidas, ahonda en este camino, al condenar no solo la ocupación ilegal en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este (ocupados desde 1967), sino las acciones de sus actuales o potenciales aliados, incluidos los lazos económicos que refuercen a la potencia ocupante. El dictamen especifica a los Estados miembros que es ilegal ofrecer cualquier tipo de apoyo o asistencia a la ocupación de Israel en los territorios palestinos. 


Según el defensor de derechos humanos Naazim Adam, a quien entrevistamos para este artículo y que vivió de primera mano el apartheid en Sudáfrica y coordina hoy la Alianza Sudafricana en Solidaridad con Palestina, el dictamen de la CIJ "es esperanzador en tanto Israel queda, aún más si cabe, expuesto por lo que todos sabemos que es: un Estado ilegal de apartheid. Ahora toca poner a prueba si podemos responsabilizar a quienes apoyan las prácticas israelíes en nuestros propios tribunales". 

Adam señala que "empresas y organizaciones vinculadas a la expansión sionista se dedican en muchos países del mundo a recaudar dinero, a vender propiedades en los territorios ocupados y otras actividades ilegales. Impugnar legalmente a estos cómplices de genocidio es clave en este punto". 

Además, el activista anti-apartheid destaca que la destrucción de vida y territorio es tan terrible que puede llegar a eclipsar el hecho de que "ha habido, sobre todo en buena parte del mundo no occidental, un resurgimiento sin precedentes de la solidaridad internacional con Palestina. Esta solidaridad pone de manifiesto también la hipocresía de muchos estados, con Estados Unidos, buena parte de Europa y los estados autócratas árabes a la cabeza". 

Israel, que ha provocado una segunda Nakba en la devastada población palestina, está en un callejón sin salida, pero eso no significa que el estado vaya a detener su rumbo hacia al abismo. Como señala Adam, "aunque la experiencia sudafricana es muy diferente, nos enseña que las élites de los sistemas de apartheid son tanto más peligrosas cuanto más arrinconadas se encuentran. Serían necesarias muchas más sanciones y una verdadera toma de conciencia por parte de la sociedad israelí para cambiar esta deriva". 

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