Otras miradas

Sé cómo conciliasteis el último verano

Silvia Nanclares

© Cartel de La Mercè 2024, Productora CANADA
© Cartel de La Mercè 2024, Productora CANADA

Sí, sé cómo conciliasteis el último verano. Y sí, sé que también fue una peli de terror. Digo también porque esta semana se ha presentado el no-cartel (es un vídeo) de las fiestas de La Mercé 2024 y la memética se ha disparado hacia la posibilidad de que fuera en realidad el del Festival de Sitges. Y no me pareció tan desatinado. Cuidar, soledad, verano y ciudad turistificada me parece de entrada un mood board inspirador para una peli de terror, unos buenas mimbres para un slasher.

A no ser que tengas mucho dinero o muchas amigas o mucha familia, o muchas familias amigas, que es el mejor combo para pasar el tiempo que va desde finales de junio hasta principios de agosto, en los que el trabajo –cada más desestructurado, intermitente y mal pagado–, y las vacaciones –cada vez más acaloradas– de la descendencia se encuentran en un choque mortal. Es una lucha a brazo partido. Hay varias opciones: externalizas –spoiler, dinero–, o te alternas las vacaciones o los turnos con tu pareja –si la tienes–, y, spoiler, tu relación de pareja puede, solo es un suponer, que se resienta. Otra opción sería disponer todas de bajas remuneradas por cuidado, pero, ¿quién quiere cumplir la normativa europea de conciliación? Un momento, siguiendo con los códigos del slasher, vayamos por partes. Perdón.

En el vídeo, una Anna Castillo desesperada por el llanto de su criatura vaga por su casa sin encontrar ningún tipo de solución al lloro incesante –¿dientes, cólicos, calor?– ni tiempo, literal, para cagar tranquila. "Nadie sabe lo que puede un cuerpo", decía Deleuze citando a Spinoza. Un cuerpo de bebé, añadiría yo. Ni de una madre o cuidadora. Finalmente, en el anuncio, la aparición de una de las gegantas típicas de los pasacalles de La Mercé y los posteriores fuegos artificiales consiguen calmar de una vez por todas al peque. El noi de la mare, se titula la pieza. La mare es La Mercé, la patrona de la ciudad, esa que debería acogernos a todos en su regazo. La aparición de la geganta y la eclosión pirotécnica de las fiestas consiguen también darle algo de cuartelillo a ella, la madre terrenal. Porque mientras el bebé duerme, al fin, imaginamos que ella consigue descansar. Aunque ante el final "abierto", inquietante y un tanto creepy es inevitable preguntarse: ¿habrá huido?, ¿se habrá bajado en un viaje fugaz a por una cerveza helada?

Contra la corriente mayoritaria, unida en quorum en contra de la campaña, a la que se ha acusado, además de dar miedo, de falta de catalanidad, de no tener vinculación con lo festivo, de estar falta de contexto, y como esta es una columna de opinión, a mí me parece un acierto que Canadá, la productora encargada del spot, haya puesto los ojos en cómo viven las fiestas esos habitantes de la ciudad que quedan fuera del target que 'mediterráneamente' suele protagonizar verbenas de verano y su propaganda, esa gente sin personas dependientes a su cargo. Y en las ciudades, sí, y en verano, también, de hecho, más –el calor solo agrava el arresto domiciliario al que muchas veces obligan los cuidados– hay mucha gente a la que velar por el bienestar de otro le quita, literalmente, el sueño y la salud. Y nunca salen en los anuncios. El subgénero 'mom exploitation' o 'cuidador-exploitation' tal vez sea el nuevo filo contemporáneo dentro del género de terror social: pocas situaciones más escalofriantes como estar en casa sola en pleno verano con un crío incómodo y acalorado, inconsolable, o una persona mayor dependiente que tampoco encuentra la postura y a quien ya no sabes qué darle o hacerle para que se sienta mejor. Sostener vidas dependientes sin políticas públicas que te ladren, lo dicho: un slasher emocional digno de abrir la sección oficial de Sitges.


Tal vez Anna pertenezca a una de las más de 3.000 familias que se quedarán sin plaza en las escoles bressol municipales de Barcelona este curso. Igual entonces su geganta, ese giro de guión que hace que su vida cambie, sea la llamada desde la dirección de una escoleta para decirle que una familia ha renunciado a su plaza y que por lo tanto su peque ha subido un puesto en la lista de espera y que, sí, que va en serio, no llore, mujer, que la semana que viene puede empezar la adaptación. Y yo me digo, Anna, piensa que podría haber sido peor, podrías vivir en Madrid y entonces serías unas de las 11.000 familias que se han quedado fuera y tendrías infinitamente menos posibilidades de recibir esa llamada salvadora. De sentir la alegría pública.

Otra opción es que Anna esté asistiendo perpleja ante el cada vez más probable escenario en el que el gobierno español vaya enfrentarse a la sanción de la UE —a cuya Directiva de Conciliación le quedan menos de una semana para entrar en vigor—, antes que hacer cumplir dicha directiva que estipula que han de reumerarse al menos cuatro de las ocho semanas para el cuidado de hijos menores de ocho años que posibilita la Ley de Familias aprobada el año pasado. Actualmente, además de sin remunerar, la concesión de estos permisos queda a interpretación de la empresa que los otorga y, de serte concedido, Anna, será en realidad una suspensión de tu contrato de trabajo (lo de cotizar por cuidar ya era demasiado). Te entiendo bien, querida, yo también he probado a mencionar en un entorno laboral algo sobre la necesidad de tiempo en horario laboral para acompañar a mi peque en la adaptación en su escuelita. Los cri-cri atronaron la incómoda pausa posterior. Imaginate que en vez de eso, tu empresa te concediera, sin rechistar y sin cuestionarte, una semana remunerada para hacer la importante adaptación de tu hijo. Eso sí que sería una buena geganta que aparece imponente al volver de una esquina, una buena fiesta con el mejor cartel de artistas, la verbena más fastuosa, Anna. Para ti y para tu bebé.

O tal vez Anna esté desolada, además de por el llanto del crío y por todo lo anterior, después de haber asistido a un desahucio en su escalera de una vecina como Zohra, que también tiene un hijo, incrédula ante el despliegue de recursos públicos –policía, personal de ambulancias, y hasta los, ay, propios bomberos y el SAMUR social–, esos servicios públicos que en teoría se deberían dedicar a hacer una vida más vivible en las ciudades, se han movilizado para expulsar a Zohra a la calle y poder devolverle al casero su propiedad –la número 27 de su humilde patrimonio, por cierto–. Es normal que todos los críos y las madres del mundo sigan llorando este verano, por pura solidaridad, empatía, rabia e impotencia.

Unos planos finales bonitos que remidmirían ese llanto serían, por ejemplo, los de Anna perreando en la calle por Karol G mientras un grupete de colegas, o la propia vecina que se queja del ruido del llanto en el vídeo, se lo ha pensado y ha vuelto a llamar a la puerta diciendo: "Anda, dame al crío, date una ducha y bajate a mover el culo. Ah, te he traído un táper de salmorejo, te lo dejo en el frigo para cuando vuelvas". En una semana en que ha vuelto con fuerza el debate de las trade wives –¿imaginaos que no hará RoRo por Pablo si deciden reproducirse?–, a nadie le ha dado por comparar el contenido estratégico de la tiktokera viral de esta semana con una peli de terror. Pensadlo. Y yo, Anna Castillo, si me dan a elegir, como heroína del género: me quedo contigo.

Postdata: Si veis este verano a una Anna Castillo con el agua al cuello, no seáis la vecina que viene a quejarse por el ruido del llanto. Sed su geganta por un rato. Las mamis con dificultades para conciliar también somos bichotas y queremos salir a bailar, aunque sea por un rato.

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