Otras miradas

Iguales en público y en privado 

Carlos Fernández Barbudo

Profesor de Teoría Política en la Universidad Autónoma de Madrid

Iguales en público y en privado.- Freepik
Iguales en público y en privado.- Freepik

No podía hablar de libertad e igualdad sin entrar en una de las distinciones más importantes del mundo político occidental: la dicotomía público/privado. Esta batalla por los conceptos políticos comenzó con el problema de la libertad y si era posible ir más allá del yo para poder ser auténticamente libres. Después de esto, la igualdad fue el punto crucial para empezar a plantear cómo se construyen los sujetos políticos, pero se quedó en el aire si debemos apelar a algún criterio de justicia o si basta simplemente con decir: "eh, aquí estamos nosotras".  

Así que ahora, para encontrar ese criterio de justicia, propongo empezar por comprender en qué consiste la dicotomía que ha ordenado la vida política occidental desde que tenemos memoria. Efectivamente, la dicotomía público/privado puede entenderse como uno de esos pares fundamentales que ha evolucionado con el tiempo, reflejando y configurando las condiciones sociales y políticas de cada época. En la modernidad, esta distinción ha sido fundamental para el desarrollo de nociones como la ciudadanía, los derechos individuales y el alcance del Estado. La separación de lo público y lo privado ha permitido la formación de esferas autónomas donde se debate y se ejerce el poder (lo político) y se protege la intimidad y la autonomía personal (lo no político). 

De este modo, hemos comprendido históricamente que en la esfera pública es donde se articulan los intereses comunes y gestionan las relaciones de poder, mientras que en la esfera privada predominan los intereses individuales y familiares. Ahora bien, el problema está en que las decisiones sobre qué se considera privado o público son, en sí mismas, actos políticos que reflejan y afectan las relaciones de poder en la sociedad. Así, la dicotomía público/privado no solo estructura el pensamiento político, sino que también actúa como un campo de disputa donde se negocian y redefinen constantemente las fronteras entre lo político y lo no político. 

Pensemos en el esclavismo. La esclavitud se erigió como un mecanismo de dominación racial que eximía al "hombre blanco" –el sujeto racial-dominante de ascendencia europea– del trabajo físico. Esta jerarquía racial deshumanizaba a los esclavizados y los presentaba como "muebles productivos" en vez de personas iguales. Esta cosificación permitía racionalizar la esclavitud y hacer creer que las personas esclavizadas eran herramientas de producción desprovistas dignidad. 


Por eso el ámbito del esclavo era el ámbito privado, ya fuese el de la familia o el del taller. Un ámbito no-público que se transformaba en un espacio de invisibilidad forzada para las personas esclavizadas. Sus vidas y sufrimientos estaban ocultos, igual que seguimos ahora invisibilizando lo que nos incomoda o no creemos digno, permitiendo que la sociedad esclavista mantuviera una apariencia racional. Además, esta invisibilización servía para maximizar la explotación económica y mantener la supremacía del hombre blanco, reforzando la separación entre dominadores y dominados. Una estructura de poder donde la racionalidad y la autogestión eran atributos exclusivos de los dominadores. 

Del mismo modo, el patriarcado como sistema de dominación ha estructurado históricamente las relaciones de género y relegado a las mujeres al ámbito privado, mientras que ha reservado el espacio público y de poder a los hombres. La mujer era conceptualizada como un ser subordinado cuya función principal era servir y cuidar. Este confinamiento en los roles domésticos, privados, la excluía de la participación pública y política. De nuevo la invisibilización funciona como una estrategia para perpetuar la idea de que la racionalidad y la capacidad política son atributos exclusivamente masculinos. 

El famoso lema "lo personal es político" desafió esta separación al argumentar que las experiencias individuales de las mujeres no son asuntos privados, sino reflejos de desigualdades estructurales. La violencia machista, la discriminación en el lugar de trabajo, la separación de tareas entre cuidadoras (íntimas) y productivas (públicas) o, en general, las expectativas sociales sobre el rol de la mujer no son problemas aislados de individuos particulares, sino síntomas de una estructura de dominación. Al hacer visibles estas conexiones, el movimiento feminista logró politizar cuestiones que eran invisibles, que estaban ocultas en el ámbito privado-íntimo, y de este modo comenzó a desarmar la estructura patriarcal de dominación. 


El imperialismo opera en una escala geopolítica similar al patriarcado y al racismo, construyendo una sociedad internacional en la que sus protagonistas dominantes definen las relaciones entre naciones. Estas potencias conforman un ámbito público global donde se toman decisiones cruciales, estableciendo las normas y políticas que rigen el orden mundial. Mientras tanto, el resto de las comunidades políticas son relegadas a lo que podría llamarse el "privado global". 

En este espacio subordinado, estas naciones carecen de la capacidad de actuar como iguales en la arena internacional. Aunque pueden disfrutar de ciertos derechos y beneficios, similares a los esclavos bajo el racismo o las mujeres bajo el patriarcado, no tienen una participación equitativa en la toma de decisiones globales. Su papel se limita a cumplir con las directrices impuestas por las potencias dominantes, sin poder influir significativamente en el proceso. 

Este sistema perpetúa la desigualdad entre naciones, donde solo unas pocas tienen el poder de definir las políticas y estrategias globales, mientras que el resto permanece en una posición de subordinación. El imperialismo, al igual que otras formas de dominación, refuerza un orden mundial jerárquico y excluyente, impidiendo que todas las comunidades políticas sean tratadas como iguales en el escenario internacional. 


Sin embargo, el capitalismo invierte el proceso de dominación y nos iguala en lo privado mientras nos domina en lo público. En el ámbito privado, todos somos consumidores con derechos similares: elegimos qué comprar, cómo vivir y qué queremos hacer. Esta aparente igualdad oculta las desigualdades y estructuras de poder que operan desde el ámbito político. 

En el ámbito político o público, el capitalismo establece un "gobierno de las cosas" en que el control sobre los recursos y los bienes se convierte en el principal medio para gobernar a las personas. Al priorizar el lucro sobre el bienestar social, se subordinan los intereses colectivos a las exigencias del mercado y las grandes empresas. De este modo, las decisiones clave que afectan a la sociedad, como las políticas económicas, laborales o medioambientales, se toman en función de intereses económicos, no democráticos. 

Así, la igualdad en lo privado del capitalismo sirve para legitimar y perpetuar esta dominación. Mientras los individuos sienten que tienen control sobre sus vidas privadas, el auténtico poder reside en estructuras económicas y políticas que gobiernan lo público. De ahí que el capitalismo pueda mantener una fachada de igualdad y libertad individual, mientras que, en realidad, perpetúa una dominación sistémica que limita la capacidad de las personas para influir en las decisiones que realmente importan. 


Ser iguales en público y privado requiere de la creación de un espacio social donde las personas puedan encontrarse y relacionarse sin estar sujetas a dominación alguna. Este espacio, libre de jerarquías y coerción, permite que todos los sujetos políticos participen como iguales en la vida colectiva, expresando sus perspectivas, intereses y opiniones en igualdad. 

Hannah Arendt llamó a este lugar el espacio público. De acuerdo con Arendt, el espacio público es el ámbito donde los ciudadanos se pueden encontrar para discutir, deliberar y actuar en conjunto, un espacio que no pertenece a ningún grupo o institución en particular, sino a la comunidad en su conjunto. En este espacio, la política no es solo la administración de los asuntos comunes, sino la capacidad de las personas para iniciar algo nuevo, lo que Arendt llamó el "milagro de la política". 

Este espacio abierto a la totalidad es la razón de ser de la democracia. La semana que viene cerramos esta batalla por los conceptos políticos con una reflexión sobre la democracia, el espacio público que necesita y cómo ser libres e iguales democratizando radicalmente la vida.  

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