El anuncio de que Barcelona acogería la Copa América de Vela fue recibido con entusiasmo por el sector turístico, pero también causó una lógica preocupación entre la población. Los organizadores no tardaron en mostrar su compromiso con la sostenibilidad en un intento de disipar las evidentes contradicciones de un espectáculo que, bajo la apariencia de acto deportivo, oculta una realidad incómoda. ¿Qué tan sostenible puede ser un evento que atraerá a más de dos millones y medio de visitantes la mayoría de los cuales llegarán en avión, disfrutarán de estancias lujosas en hoteles y pisos turísticos, se desplazarán en vehículos privados y seguirán la competición desde las playas o desde lanchas y yates?
A pesar de estas evidencias y de informes económicos que reportan beneficios estratosféricos, incomprensiblemente, no se han publicado estudios que evalúen el impacto ambiental y climático del evento. Lo único que tenemos son algunos estudios ambientales de ediciones anteriores y una cuantificación básica de las emisiones de CO2 de los equipos participantes. Pero ¿cuál es la huella de carbono de los millones de visitantes que llegarán de todo el mundo para seguir la competición en Barcelona? ¿Cuál es su impacto, por ejemplo, sobre la calidad del aire o en la salud de los ecosistemas marinos? Aunque contamos con pocos datos, intentaré responder a estas preguntas.
Desde una perspectiva climática, lo más preocupante de la Copa América de Vela es su capacidad para atraer a un gran volumen de visitantes, muchos de los cuales llegarán a Barcelona en avión. Según estudios recientes, el 96% de las emisiones de CO2 del turismo en Barcelona proviene del transporte aéreo, mientras que el resto se originan durante la estancia en la ciudad. Para ponerlo en contexto, esto significa que cada turista emite dieciocho veces más CO2 que un residente. Si tomamos este dato de referencia y consideramos la enorme asistencia esperada por los organizadores, es fácil prever que las emisiones de CO2 asociadas a la Copa América de Vela serán realmente significativas.
A estas emisiones deberíamos sumar también las producidas por las embarcaciones de apoyo y de seguridad marítima utilizadas durante el evento, pero, sobre todo, las de los espectadores. En ediciones anteriores, más de mil embarcaciones, muchas de ellas de lujo y altamente contaminantes, siguieron la competición en el mar. Un estudio realizado durante la Copa América de Vela en San Francisco mostró que las emisiones de CO2 del tráfico marítimo aumentaron un 102%. Lo mismo sucedió con las emisiones de los superyates que son utilizados para el hoteling, es decir, como hoteles de lujo flotantes, que aumentaron un 21%. Hoy, varios centenares de estos superyates ya están amarrados en la marina de lujo del puerto, lo que ilustra el modelo elitista y, añado, contaminante que promueven los organizadores.
Este intenso tráfico marítimo durante los meses de competición también tiene repercusiones ambientales. El uso de gasoil como combustible contribuye a la emisión de contaminantes atmosféricos como óxidos de nitrógeno y azufre o partículas finas. Junto con el aumento esperado del uso de vehículos privados, puede conllevar a la pérdida de calidad del aire de los barrios cercanos al mar. En una ciudad acechada históricamente por la contaminación del aire, donde miles de personas mueren prematuramente cada año por este motivo, esto no son buenas noticias. Además, el riesgo de vertidos de gasoil y aceites o de residuos plásticos y orgánicos al agua se incrementa, así como también la contaminación acústica generada por los motores de las embarcaciones que altera la vida marina.
Finalmente, en tierra, otra consecuencia importante de la asistencia masiva al evento es la sobreocupación de las playas. En los momentos álgidos de la competición, a mediados de octubre, se estima que aproximadamente 250.000 personas seguirán la regata desde las playas y paseos de Barcelona. Esta afluencia podría incrementar los procesos de erosión y compactación de unas playas muy afectadas por el retroceso de la línea de costa. Además, la llegada masiva de visitantes y las actividades asociadas al evento podrían incrementar el flujo de residuos y plásticos a la arena y posteriormente, al mar, empeorando una situación ya crítica.
Todos estos datos, y muchos otros, ejemplifican que la celebración de la Copa América de Vela puede será cualquier cosa menos sostenible como se comprometía la organización. Es cierto que para contrarrestar esto se han propuesto algunas medidas como la construcción de espigones artificiales para incrementar la biodiversidad marina o el uso del hidrógeno en ciertas embarcaciones de soporte. Sin embargo ¿son suficientes estas acciones para reducir la enorme huella de carbono y el impacto ambiental del evento? La respuesta es un rotundo no.
Como he intentado argumentar, la problemática de la Copa América de Vela no reside solamente en la competición deportiva, sino en el modelo turístico de masas y, a su vez, elitista y contaminante que la acompaña. Por ello, las soluciones no pueden limitarse a cambios superficiales o medidas aisladas que solo pueden considerarse como estrategias de greenwashing. En mi opinión, el punto de partida supone una transformación profunda del actual modelo productivo caracterizado por su dependencia de los combustibles fósiles. Reconocer, básicamente, que en un futuro climático incierto y preocupante, no hay lugar para macroeventos turísticos como la Copa América de Vela con una enorme huella ecológica y, no olvidemos, también social. La cuestión, al fin y al cabo, es encontrar formaciones políticas que apoyen una agenda climática real, transformadora y efectiva para evitar que se celebren eventos de este tipo. Esperemos que cuando logremos esto, no sea demasiado tarde.
Comentarios
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