Otras miradas

El 'gran saqueo'

Silvia Cosio

Licenciada en Filosofía y creadora del podcast 'Punto Ciego'

El 'gran saqueo'
Imagen de archivo: Julián Muñoz e Isabel Pantoja.

Hoy quiero confesar que cuando me enteré de la muerte de Julián Múñoz lo primero que pasó por mi mente fue extrañeza pues estaba convencida de que ya había fallecido. Me pasa muy a menudo: gente que se queda atrapada en la parte trasera de mi memoria, donde muerte y olvido conviven y se confunden. La verdad es que hacía años que no pensaba en el 'Caso Malaya', la trama de corrupción urbanísitica de Marbella que a mediados de los años dos mil -justo antes del estallido del 2008 que se llevó por delante lo poquito del Estado de Bienestar que se había construido en este país- se había convertido en fuente de entretenimiento para la mayoría de nosotros. Y es que el 'Caso Malaya' poseía todos los ingredientes para triunfar: mociones de censura traicioneras, esposas despechadas, tránsfugas, empresarios con apodos tan evocadores como 'Sandokán', narcotraficantes, abogados que blanqueaban capitales y una historia de amor de esas más grandes que la vida misma protagonizada por un político gris y una tonadillera que era leyenda viva de este país, Isabel Pantoja, la Viuda de España.

Esta ópera bufa se retransmitió además en riguroso directo, en pleno auge de los llamados programas de cotilleos, en los que se analizaban con lupa tanto las desventuras amorosas de los protagonistas como las consecuencias políticas y penales de un caso de corrupción que acabó con detenciones y sentencias de cárcel y en el que la propia Isabel Pantoja vivió el ciclo completo del héroe clásico, con su auge, su caída y su redención. Como trama de ficción es dificil de superar, eso hay que reconocerlo. Con mucho menos los guionistas de Succession se montaron cuatro temporadas y arrasaron en los Globo de Oro.

Pero el 'Caso Malaya' no lo habían inventado ni Julián Múñoz ni Isabel Yagüe ni la Pantoja, había sido la conclusión lógica de la llegada a la alcaldía de Marbella de Jesús Gil, el constructor condenado por una imprudencia temeraria que le costó la vida a cincuenta y ocho personas -sí, sí, cincuenta y ocho personas- y que había sido indultado por el dictador Franco para reinventarse posteriormente en payaso televisivo y en el dueño de un equipo de fútbol madrileño (en mi mente todos los equipos de fútbol que no sean el Sporting o el Ciares son el mismo, sorry por no ser más concreta). Gil llegó a Marbella para hacer negocio... y vaya si lo hizo. Lo hizo, además, a la vista de todo el mundo, con el aplauso y la risa cómplice de muchos y muchas que le votaron o le hicieron popular blanqueando su figura, su trayectoria y sus declaraciones, y también ante la indeferencia de las autoridades que llegaron tarde y mal a parar lo que era un secreto a voces: que estaban robando a manos llenas, blanqueando dinero del narco y cachondeándose de las instituciones, el Estado de Derecho y la gente. Ahora bien, debieron de pensar Gil y Múñoz, por qué no, por qué no podemos hacer nosotros lo mismito que están haciendo otros con mejores trajes, mejor reputación y mejores partidos que los avalen.

La materia prima de España es la propia España, no se cansa de repetir con razón Jorge Dioni. La materia prima de España es la propia España que lleva por añadidura siendo saqueada por las mismas élites desde hace casi dos siglos. Al problema actual con la vivienda no hemos llegado porque sí, nos han llevado y, en muchos casos, hemos ayudado a que nos llevasen, hasta que ha empezado a ahogarnos. Pero lo que más me llama la atención del 'Caso Malaya' hoy en día, y sobre todo de la forma en la que fue tratado, tanto informativamente como socialmente, no fue la corrupción en sí, sino el hecho de que esta fuera llevada a cabo por personas que parecían sacadas de un vodevil, unos advenedizos con mal gusto, unos intrusos. Y fue por eso que quizás la mayoría de nosotros nos tomamos en su momento el tema más como objeto de cachondeo y no con la indignación que debería habernos despertado. Como si pensáramos que en el selecto club de los saqueadores de España esta gente no tenía cabida.

Podemos trazar una línea directa que une a la beautiful people de la era González con los pijos cayetanos actuales que se reparten el poder y el suelo, con los herederos de las élites franquistas que se adueñaron de España -y de su materia prima- en el 39. Todos ellos están hermanados, además de por la endogamia y por esa querencia ridícula por los trajes dos tallas más pequeños o los vestidos tipo bata veraniega abuelil que han convertido las bodas de los pijos actuales en un desfile de mal gusto y estampados horteras, por el indisimulado afán de continuar con el saqueo que inaguraron sus abuelos. Pero este saqueo descarado y perpetrado con luz y taquígrafos no podría ser posible sin la participación activa y cómplice de una parte de la clase política, o desde el propio ejercicio de la política como actividad profesional. Vicente Sanz, el que fuera Secretario General del Partido Popular en Valencia en 1990, ya lo verbalizó perfectamente en su momento cuando soltó aquello de que él estaba en política para forrarse -y no solo-, frase atribuida erróneamente a Zaplana pero que sin embargo podrían haber dicho con la misma desvergüenza cualquiera de sus compañeros de partido en las últimas décadas, tanto en la Comunidad Valenciana, Madrid -que bien valía un Tamayazo-, Andalucía y, ya que nos ponemos, el Partido Popular en su conjunto. Pero a este saqueo también están contribuyendo recién llegados a estas lides como Alvise, que no lleva ni un año ejerciendo como político profesional y ya le han pillado alargando la manita.

Mientras se nos servía el entremés del 'Caso Malaya' en prime time como distracción popular, entre bambalinas los actores principales estaban ensayando el siguiente acto del 'gran saqueo', ese que se llevó por delante, junto a derechos laborales y sociales y a lo poco que quedaba de la clase media española, las Cajas de Ahorros, poniendo fin así a la existencia de la banca pública en este país, y arrasando de paso con los fondos artísticos de sus fundaciones culturales. Tan grande fue este saqueo que el gobierno se vio obligado a pedir un rescate que de facto significó la socialización de las pérdidas milmillonarias provocadas por unos banqueros y políticos corruptos, avariciosos e incompetentes mientras miles de familias acababan en la calle desahuciadas.

Pero el 'gran saqueo' no se reduce exclusivamente a las tramas clásicas de políticos corruptos a los que les gusta meter la mano en la caja común. Muchos de los grandes empresarios, esos mismos que luego protagonizan las páginas salmón de los periódicos -qué bonita y a la vez anticuada, casi arqueológica, expresión- y la crónica social, y que no paran de alabar los beneficios del trabajo duro y el sacrificio personal y que se quejan muy fuerte de que los jóvenes ahora ya no se dejan explotar con alegría, no serían nada si no depredaran de los servicios públicos, su principal fuente de financiación e ingresos gracias a esa estafa piramidal que conocemos con el nombre de colaboración público-privada.

La educación, la sanidad, los transportes, el suelo, el agua, la energía... hasta el sol, nada les resulta ajeno ni intocable porque lo importante aquí es desviar fondos de lo común para llenar sus bolsillos. Y si un servicio público del que podemos sacar tajada funciona bien, basta con destrozarlo, siempre encuentran un amiguito del alma, un compiyogui o un pariente con cargo y responsabilidad política dispuesto a echar un cable.

Pero esta impunidad con la que practican el 'gran saqueo' a la vista de todos no podría explicarse si no se supieran los dueños del país. De otra forma, por ejemplo, no podría haberse dado un caso tan grave como el de la doctora Pinto, en el que la crónica social, política, económica y de sucesos se han entremezcaldo para tejer una trama de corrupción, acoso, malas prácticas policiales y judiciales que ha involucrado en esta última década a altos cargos del Ministerio del Interior y de la Comunidad de Madrid, a comisarios -entre ellos el infame Villarejo-, a abogados, jueces y a empresarios de renombre con conexiones con la monarquía y que sin embargo, y a pesar de su gravedad, ha pasado prácticamente desapercibido para la opinión pública y todavía no ha tenido consecuencias judiciales o penales para los acosadores y los agresores de la doctora.

Lo cierto es que mientras nos distraen de su saqueo y corruptelas con guerras culturales,  declaraciones extravagantes o hiperventilando patriotismo de opereta (la estrategia funciona, no hay más que ver ciertos resultados electorales), los saqueadores siguen a lo suyo de siempre que es hacer negocio con el dinero y los servicios públicos. Llevamos así décadas, pagándoles con total alegría y despreocupación la fiesta a los de siempre. A cambio estos nos devuelven la mirada sonrientes y con insolencia farfullan: "Dientes, dientes, que es lo que les jode".

 

 

 

 

 

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