Otras miradas

La verdad sobre los embalses de Franco

Alfredo González Ruibal

La verdad sobre los embalses de Franco
Presa de Atazar. Imagen de Wikipedia.

Entre los males añadidos que ha traído consigo la tragedia de la DANA se encuentra la proliferación de bulos. Y uno de ellos tiene que ver con la labor del franquismo en la construcción de obras hidráulicas, gracias a los cuales los cauces de los ríos discurrían por donde Dios manda, nadie moría y España prosperaba. La realidad histórica es un poco distinta. 

Para empezar, los pantanos del Caudillo no surgieron de la nada ni fueron una idea genial de su mente preclara. El primer programa de presas en España, de hecho, es de 1902: el Plan General de Canales de Riego y Pantanos. En los siguientes años se trazaron nuevos proyectos de los que solo unos pocos se llegaron a ejecutar. Los cambios decisivos no llegan hasta la dictadura de Primo de Rivera: en 1926 se crearon las famosas Confederaciones Hidrográficas. 

En 1933, ya con la Segunda República, se diseña el Plan Nacional de Obras Hidráulicas, con foco en la cuenca Mediterránea, que es el precedente más inmediato de los proyectos franquistas. Algunos de sus programas más famosos, como el Plan Badajoz, tienen su embrión precisamente en época republicana. El Plan General de Obras Públicas de 1940 desarrolló en buena medida las propuestas anteriores por lo que se refiere a infraestructuras hidráulicas.  

El objetivo de todos estos programas era, principalmente, incrementar la producción agrícola, que suponía, durante la primera mitad del siglo XX, uno de los pilares de la economía en un país eminentemente agrario. Lo deja claro el preámbulo mismo del Plan de 1940: "Siempre ha sido preocupación de los Poderes Públicos el establecer un sistema o plan de riegos para intensificar, en lo posible, la producción agrícola nacional". Ninguna ambigüedad respecto al propósito. Tampoco respecto a los precedentes.  

Los pantanos del franquismo, por lo tanto, nunca se concibieron para regular cauces ni mitigar las consecuencias de los desastres naturales, sino con criterios exclusivamente económicos: primordialmente potenciar una agricultura de alta productividad y orientada a la exportación, de cuyas divisas dependían las arcas del Estado. En segundo lugar, para producir energía eléctrica. 

Los programas hidráulicos de la dictadura tienen varias caras negativas de las que se suele olvidar el fandom franquista: la primera, los pueblos anegados, que fueron unos 500. Eso supuso el desplazamiento de decenas de miles de personas, expulsadas de lugares en los que sus ancestros habían vivido durante generaciones. El trauma que provocó fue intenso y duradero.  

Tampoco se puede olvidar que buena parte de las obras se levantaron gracias a mano de obra prácticamente gratuita: los presos políticos que redimían pena en la construcción de infraestructuras. Lo hicieron casi siempre en unas condiciones pésimas, tanto laborales como de vida, las cuales se hacían extensibles a sus familiares, condenados con frecuencia a sobrevivir en chozas míseras en el entorno de las obras.  

Hay, además, otro factor que raramente se tiene en cuenta. Se da muchas veces por buena la razón franquista para la construcción de presas: acabar con la miseria en el campo y dar solución a la "pertinaz sequía". Sin embargo, mejorar la vida del campesinado pobre nunca representó la principal meta del régimen. Lo de muestra con documentación irrefutable el historiador Antonio Cazorla en su reciente libro Los Pueblos de Franco. 

Los regadíos, alimentados por colosales obras hidráulicas, fueron la preocupación prioritaria en la política agraria franquista por los motivos señalados más arriba. ¿Y a quién beneficiaron? A los terratenientes de toda la vida. Los grandes propietarios, en su mayoría absentistas, vieron como su patrimonio se incrementaba exponencialmente sin gasto alguno por su parte: bien porque el Estado expropiaba sus terrenos pagándoles muy por encima del precio de mercado, bien porque las fincas de secano pasaban a ser de regadío y por lo tanto mucho más productivas y valiosas.  

¿A quién no beneficiaron las obras hidráulicas? Al campesinado. Pese a la propaganda del franquismo, los programas de colonización solo impactaron en un pequeño porcentaje de la población rural, que tuvo además que pagar al Estado las nuevas casas y tierras -a plazos que se prolongaron durante décadas. El resto emigró en masa. Ni los regadíos ni la colonización impidieron que el éxodo rural vaciara el campo. 

Un plan perfecto, pues: embalses construidos a cargo del Estado con mano de obra semiesclava para irrigar las tierras de los señoritos cultivadas por trabajadores agrícolas con sueldos de miseria. Neofeudalismo. Esa fue la España de los años 50 y, si ganan los mismos que propagan bulos sobre los pantanos de Franco, puede ser la España del futuro.  

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