Acaba de publicarse el Barómetro del CIS de octubre de 2024, con la estimación de voto para unas elecciones generales. Estamos todavía lejos de la convocatoria de unas elecciones parlamentarias que tocan para el año 2027, pero conviene tener en cuenta las tendencias socio electorales que se van conformando y que explican la legitimidad pública de los distintos actores políticos y el sentido de sus estrategias.
Junto con el estancamiento reformador progresista, las perspectivas políticas son problemáticas para las izquierdas, con la desilusión de sus bases sociales y, particularmente, deriva del debilitamiento y la división de la izquierda transformadora. La dinámica sociopolítica es incierta y el riesgo resultante es la dificultad de la reedición de un acuerdo parlamentario y gubernamental que permita continuar con un avance democrático y de progreso.
A ello se añade el impacto del caso de la dimisión del portavoz parlamentario y referente político de Sumar y Más Madrid, Íñigo Errejón, por su admitido comportamiento machista y las acusaciones de violencia sexual, con su influencia en la credibilidad transformadora y feminista de esas formaciones y su previsible reflejo electoral negativo si no hay una respuesta global adecuada y convincente, tal como he explicado en ¿Fin de ciclo?.
Vayamos a los datos. En el gráfico adjunto expongo la evolución del voto de las principales fuerzas políticas estatales. Parto de los resultados de las elecciones generales del 23 de julio de 2023 y las europeas de junio de 2024, y los comparo con los datos del CIS, de septiembre y octubre de 2024 y de la agencia de investigación 40dB, de octubre. Por otra parte, es importante su traducción en escaños para valorar la composición parlamentaria y las opciones de gobernabilidad, para lo que utilizo distintas fuentes demoscópicas (entre ellas la de KEY DATA, Público 21/09/2024).
Un doble fenómeno se puede destacar. Uno, la relativa estabilidad del voto a las dos grandes formaciones, Partido Popular (34%, con unos 153 escaños) y Partido Socialista (31,5%, con unos 125 escaños), que mantienen sus porcentajes con una ligera ventaja para el PP (salvo el CIS de septiembre, que daba ganador al PSOE), junto con el ligero descenso de VOX (11,8% y 25 escaños).
Dos, el descenso significativo del voto conjunto a la izquierda del Partido Socialista, Sumar y Podemos, que alcanzaron de forma unitaria el 12,3% el 23J y, tras el proceso controvertido en su relación y su división posterior, su electorado conjunto se reduce una quinta parte, hasta el 9,9% (6,3% + 3,3%, respectivamente), en dirección hacia el PSOE, las izquierdas nacionalistas y la abstención. La proporción aproximada entre Sumar/Podemos es de dos a uno, (salvo en las europeas, cuya distancia es menor). Pero, sobre todo, se produciría una disminución significativa del acceso a su representación parlamentaria, menos de la mitad de los 31 escaños conseguidos en esas elecciones generales. Así, presentándose por separado obtendrían entre 13 (10 + 3) y 15 escaños (12 + 3).
Con esta dinámica político-electoral, que se está prefigurando durante más de un año y si no se modifica a gran escala, aparece en el horizonte un impacto institucional evidente: no se podría reeditar un gobierno de coalición progresista, aun con los apoyos de las izquierdas nacionalistas (ERC, EH-Bildu y BNG), que suman el 3,3% y 15 escaños, y las derechas nacionalistas (Junts, PNV, CC), que alcanzan el 2,5% y 14 escaños, y habría un Ejecutivo de las derechas (PP y VOX, y sin necesidad de SALT), con mayoría absoluta (178 escaños).
Ello contrasta con la persistencia de una mayoría social de izquierdas desde el punto de vista de la autoubicación ideológica de la población en ese eje izquierda/derecha. Constituye una amplia base social que permitiría frenar la ofensiva derechista y garantizar unas políticas de progreso. Pero, el acceso a los escaños y la gobernanza están condicionados por la normativa electoral que perjudica a las minorías, especialmente, en el caso de su fragmentación, como con Sumar/Podemos. Así, las diferencias existentes entre sus dirigencias impiden -de momento- su articulación unitaria, a pesar de que sus bases sociales son similares por su actitud ideológica, aun con algunos matices.
En el gráfico adjunto, con datos de 40dB, expongo la composición ideológica de las bases sociales de las izquierdas estatales, en el eje izquierda/derecha, considerando la población que expresa su simpatía política (no su voto, ya que una parte -en torno al 30% en unas elecciones generales-, se abstiene) con un total de 8,5 millones de personas que prefieren al PSOE y 3,2 millones a su izquierda, con una distribución del 42% para Podemos y 58% para Sumar.
El grueso de los tres campos sociopolíticos se autodefine de izquierdas (93,4% en las de Podemos, 83,3% en las de Sumar y 78,6% en las del PSOE); en las dos primeras son mayoría los individuos que se autoubican en la izquierda transformadora, aunque éstos tienen más peso comparativo en Podemos respecto de Sumar, donde hay mayor representatividad entre la izquierda moderada y el centro y la derecha, y a diferencia del PSOE donde también tienen mayoría las personas definidas de izquierda moderada. No obstante, en términos absolutos, todavía simpatizan con el Partido Socialista casi el doble de personas (62,4%), que se perciben de izquierda transformadora, respecto de las que se inclinan por las formaciones a su izquierda (19,3% para Podemos + 13,1% para Sumar).
Este es el campo ideológico en el que se establece la pugna político-ideológica para aproximar y desplazar los segmentos más afines con sus estrategias políticas y conformar los respectivos espacios político-electorales. Además, intervienen otros ejes ideológicos (étnico-nacional, sexo-género...), así como la credibilidad transformadora, ética y democrática de su representación política e institucional.
Por tanto, los obstáculos para la colaboración de las izquierdas políticas en la acción política y la conformación de acuerdos y proyectos transformadores y de gobernabilidad no vienen derivados de la diferenciación político-ideológica de sus respectivas bases sociales y electorales. Están condicionados por las distintas estrategias, así como por los intereses corporativos y la (in)capacidad de articulación pluralista y unitaria de sus grupos dirigentes. Además, está por ver el impacto socioelectoral en Sumar/Más Madrid del caso Errejón y el alcance de su proceso de reestructuración orgánica y política.
El carácter ambivalente del Partido Socialista
El impacto de la debilidad y la división de la izquierda transformadora en la gobernabilidad del país y su sentido también afecta al propio Partido Socialista. Su estrategia tiene un carácter doble: por un lado, dependiente de su vinculación con los poderes fácticos, con políticas centristas o de derechas, y por otro lado, necesitado de mantener una representación mayoritaria, con reformas progresistas y acuerdos con sus izquierdas y los sectores nacionalistas. En las dos últimas décadas ha ido dando bandazos de una gestión dominante a otra. Dentro de su pragmatismo hegemonista y de relativa confrontación con la derecha política, el sanchismo trata de ampliar su base electoral por su derecha y por su izquierda; en este caso a costa del electorado de Sumar y antes de Unidas Podemos, del que ya ha conseguido cerca de dos millones de votantes, pero ese proceso de absorción se ha ralentizado.
Su expectativa puede ser ir incrementando ese desplazamiento, aprovechando e impulsando el desgaste de Sumar, pero es dudoso que en este plazo inmediato hasta las elecciones generales sea suficiente para alcanzar una mayoría parlamentaria en solitario frente a las derechas.
El Presidente Sánchez también es realista y para su gobernabilidad, en esa etapa, necesita un espacio a su izquierda con una representatividad significativa -cercana a los 31 escaños actuales-. Pero con dos condiciones que han presidido su posición hegemonista estos años. Una, la imposición de una estrategia moderada y subordinada a sus propios intereses en la relación de conveniencia con los poderes establecidos -incluido la OTAN y la UE o la judicatura y el poder empresarial-, con contención de las presiones por la izquierda -y el nacionalismo periférico- o los movimientos sociales progresistas.
Otra, la prevalencia política y orgánica de un liderazgo moderado y afín en el conjunto de ese espacio alternativo -que representa Yolanda Díaz/Ernest Urtasun/Mónica García y, hasta ahora, Íñigo Errejón-, con una Izquierda Unida contenida y con un Podemos subalterno pero que, al mantener un nicho electoral propio, sume en un campo electoral unitario para superar la constricción del sistema electoral. Su temor, por tanto, es a que se ‘descontrole’ la dinámica por la izquierda y/o por la plurinacionalidad, taponando las grietas de descontento con políticas sociales y democratizadoras mínimas y según la capacidad de presión ciudadana, los condicionamientos fácticos y los equilibrios de su gobernabilidad.
La dirección socialista necesita que Sumar, como coalición, remonte algo su intención de voto y apañe un acuerdo con Podemos con un paraguas electoral compartido. Pero no parece que esté por colaborar con ello con un cierto giro sustantivo hacia la izquierda que le dé a Sumar un mayor oxígeno público, por ejemplo con una reforma fiscal, social y laboral significativa, y suavice sus diferencias con Podemos. No quiere tensiones con los grupos políticos y fácticos a su derecha. Y ello mientras no vengan por el horizonte nubarrones socioeconómicos regresivos o imperativos geopolíticos autoritarios, como es la permisividad con el genocidio del Gobierno israelí.
El margen de maniobra socialista es escaso. Necesitaría un liderazgo con firmeza reformadora progresista y valor democrático, con la mirada a medio plazo. Pero ese escenario solo se concretaría bajo una dinámica de fortalecimiento unitario de la izquierda transformadora, Sumar/Podemos, y las izquierdas nacionalistas, junto con una amplia activación cívica y popular.
La excepcionalidad socialdemócrata en España está pendiente de confirmarse en la próxima etapa. Y, también, la consolidación -o no- de una potente izquierda alternativa, junto con la perspectiva de una senda de progreso para la sociedad. Las izquierdas, incluidas las nacionalistas, están en una encrucijada de caminos. La victoria de las derechas no es inevitable. La mayoría ciudadana necesita una trayectoria democratizadora y de reforma social. Las izquierdas deben estar a la altura de su contrato social. Veremos.
Comentarios
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