Save the Children lo ha vuelto a hacer. Esta semana ha vuelto a enseñarnos eso que tozudamente no miramos porque de tan horrible nos da vergüenza, grima, asco.
Según su último informe, entre 800.000–1.600.000 niños españoles, es decir, entre el 10 y el 20% de nuestros 8 millones sufren abusos sexuales en este país, en el que nos decimos que hay justicia. De ellos, solo un 15% denuncia. En 2016 más del 70% de las denuncias presentadas no llegaron a juicio.
Lo voy a repetir: hoy uno o dos de cada diez niños en España sufren esta lacra asquerosa y nuestra justicia les da la espalda.
La dimensión abismal de este horror invisible es la prueba irrefutable de lo ciegos que estamos y lo poco que nos abren los ojos a la realidad los medios de comunicación que consumimos. En uno de los países más seguros del mundo, en la zona del globo con menos delincuencia, todos los días derrochamos ojos, oídos y neuronas en asesinatos más o menos macabros, en sucesos que alientan nuestro morbo y miedo irracionales y desproporcionados, si valorásemos en su justa medida el volumen de estos casos excepcionales. Del tiempo y el espacio que dedican los medios a las agresiones sexuales, la mitad debería contar casos de niños abusados, si fuera la verdad lo que contasen.
Así de brutal es la cuenta que refleja el informe que acaba de publicar Save the Children. La mitad de los delitos contra la libertad sexual denunciados en 2019 y en 2020 tienen a un niño como víctima y los procesos judiciales a los que se enfrentan son otro horror todavía más incomprensible.
Muy pocos se atreven a denunciar y, viendo lo que dice este estudio sobre las 400 sentencias de 2019 y 2020 que ha analizado, es que quizá no denunciar sea la manera menos dolorosa de pasar por algo tan horrible.
El perfil de las víctimas dice que el 80% son niñas. Lo mismo que pasa con las víctimas de violencia intrafamiliar: el sexo femenino es abrumadoramente el más agredido. Conclusión: la violencia de género está por todas partes.
El perfil del abusador es en el 84% de los casos el de un conocido o cercano; casi el 50% son de la familia; casi el 25% son el propio padre. No es solo problema de familias desestructuradas, como dice el mito, y estos pederastas no son fáciles de descubrir, más del 80% no tenía antecedentes.
Pero, aún con toda esta verdad espantosa, lo peor no creo que sean los abusos en sí mismos. Lo peor es que cuando lo cuentan no les creemos y les devolvemos a sus infiernos, peores que cuando salieron, marcados por haber intentado buscar una salida. Los pocos que encuentran la valentía suficiente para contarlo y la suerte de que alguien les apoye son condenados a revivir una media de cuatro veces lo sufrido en procesos que duran dos años de media, pero pueden llegar hasta cinco. Save the Children los califica como "calvarios judiciales." Cada vez que declara un pequeño revive lo que le ocurrió, vuelve a sufrirlo. Y, además: ¿qué niño es capaz de recordar y repetir cuatro veces a lo largo de dos o más años los detalles de episodios que su mente intenta borrar por pura supervivencia? Cualquier contradicción o titubeo en sus múltiples declaraciones les roba la poca credibilidad que lamentablemente tienen en un principio. La mayoría de los casos en los que la única fuente es el niño terminan archivados.
Save the Children ante estos espantos judiciales pide cosas muy sencillas y comprensibles: que las declaraciones de estos menores sean pruebas preconstituidas, es decir, una sola grabación previa y única en un ambiente amigable para estas víctimas tan inmensamente vulnerables, que muchas veces van a declarar de la mano de su presunto abusador, de la mano de quien tantísimo dependen. En 2019 y 2020, en más del 77% de los casos, sus declaraciones no fueron de este tipo. Además, solicita jueces y fiscales especializados porque ahora no tienen ninguna formación específica y obviamente no es lo mismo un adulto que un niño. Por último, pide espacios para la infancia en los que estén integrados los servicios sociales, sanitarios, educativos, policiales y judiciales para atenderles en un mismo sitio.
Esta presunta justicia que tenemos, que plasma en su informe Save the Children, no se la merece nadie y menos un niño. Como escribió Thomas Hardy: "Si te paras a pensar, ¿qué importa que un niño sea de tu misma sangre o no? TODOS los niños de nuestro tiempo son colectivamente nuestros hijos".
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