La segunda vuelta de las elecciones francesas ha dejado un sabor agridulce entre las filas de la nueva coalición de izquierdas liderada por Mélenchon. Los resultados siempre se miden por las expectativas, y lo cierto es que los 149 diputados y diputadas conseguidos por la NUPES se han quedado en la horquilla baja de las diferentes encuestas que fueron apareciendo en las últimas semanas de campaña.
Visto desde España, y presos aún de la resaca electoral de las andaluzas, parecería un delirio pensar que una fuerza política cuyo resultado ha conseguido arrebatar la segunda plaza a Marine LePen sólo dos meses después de las presidenciales haya sido derrotada. Y es que Mélenchon acertó enormemente situando la tercera vuelta en unas legislativas que siempre fueron terreno hostil para cualquier grupo que no fuese el del Presidente y que, en este caso, han dejado muy tocado a un Emmanuel Macron que se encuentra, recordemos, en su último mandato.
Cualquiera pensaría, entonces, que dicho liderazgo en la oposición es el mejor punto de partida posible para prepararse para las próximas presidenciales cuya contienda es hoy una absoluta incógnita, y, sin embargo, lo que nos ha llegado del país vecino desde el domingo son caras de decepción y las primeras voces que, como el PCF, ya han salido a hacerle la "autocrítica" a la France Insoumise señalando, por ejemplo, que se ha errado en descuidar las zonas rurales del país. Habrá quién leyendo este párrafo tenga ganas de gritarle al monitor: "¡Unidad!, "¡Unidad de las izquierdas!", pero la unidad no nace de la espontaneidad, tampoco en Francia, nace del contexto y de las condiciones que la hacen propicia. Me explico.
En primer lugar, está el aspecto meramente organizativo. La NUPES es un artefacto electoral que nace bajo dos premisas: el liderazgo incuestionable de la France Insoumise con su 22% en las elecciones presidenciales y la derrota sin paliativos de los verdes, socialistas y comunistas que no llegaron al 5%, es decir, al umbral mínimo para cobrar la subvención electoral. Dicho resultado convertía las elecciones legislativas en una cuestión de pura supervivencia para el conjunto de las fuerzas que concurrieron con los insumisos quiénes también necesitaban de la fuerza territorial con la que dicha plataforma nacida en 2016, no contaba.
En segundo lugar, está la cuestión electoral. La izquierda tuvo la gran virtud de situar las elecciones legislativas cómo una tercera vuelta capaz de alargar el ciclo electoral, y, por lo tanto, prorrogar la tensión de campaña que suele convertise siempre en el superglue de cualquier espacio político. Una vez acabada la contienda y con un Parlamento en el que, de entrada, la izquierda no será decisiva, Francia no volverá a votar hasta las europeas de 2024, y ya se sabe, en ausencia de una tensión principal, se abren las brechas de las tensiones secundarias.
En tercer lugar, el liderazgo. Jean-Luc Mélenchon no tiene la mejor de las relaciones con la mayoría de los líderes del resto de las fuerzas de la NUPES, sólo hace falta fijarse en el cruce de acusaciones que vimos durante la primera campaña electoral. Del mismo modo, su posición en primera línea llevaba tiempo siendo cuestionada por algunas voces de su propio partido que le criticaban, entre otras cosas, la negativa a haber construido una plataforma unitaria ya en las legislativas de 2017. Pese a todo ello, el candidato de los insumisos volvió a demostrar su supremacía en cuanto a carisma y capacidad estratégica a partir de su posición respecto de la guerra de Ucrania, una remontada histórica que le hizo pasar del 8% inicial a quedarse a las puertas de la segunda vuelta.
Este último punto es uno de los asuntos más delicados a la hora de afrontar el futuro de la NUPES, y es que Mélenchon ya avisó antes de iniciar la bautizada "tercera vuelta" que estas eran sus últimas elecciones como candidato y, en coherencia, no se presentó como diputado a la Asamblea Nacional. No obstante, sus declaraciones durante la noche electoral fueron las siguientes: "cambio de puesto de combate, pero si vosotros queréis, seguiré siendo una de las cabezas en primera línea". En la concreción de esta afirmación se juega gran parte de los debates que pueda tener la izquierda en Francia.
Habrán notado que en el conjunto de causalidades que han posibilitado el rompecabezas entre populistas, comunistas, verdes y socialistas, este artículo ha dejado para el final la cuestión clave, es decir, la política. Y no es un descuido, es que estoy absolutamente convencida, y los acuerdos programáticos así lo demuestran, que este es seguramente el aspecto que menos ha pesado a la hora de construir la coalición. Hay muchísimas cuestiones de calado que no se resolvieron en el programa para las legislativas: desde las diferencias entre los insumisos y los verdes respecto de la relación con Europa hasta el trato con Emmanuel Macron con quién los socialistas franceses siempre han tenido una posición muchísimo más pactista que el resto de fuerzas de la NUPES.
Ese camino, el de los acuerdos políticos y el del diagnóstico común, es el que está pendiente a partir de ahora, no solamente entre los distintos grupos parlamentarios de la izquierda que han decidido constituirse por separado, sino, sobre todo, entre las direcciones de los distintos partidos políticos a través de un espacio externo a la Asamblea que permita tejer una estrategia común de cara a 2027, cuando el partido unipersonal del Presidente desaparezca del mapa. Para ello, hace falta algo muy básico: no dar carpetazo a la posición de la izquierda quemando ciclos políticos como si de cerillas empapadas en gasolina se tratasen. Y es que no hay peor error posible, y eso lo sabemos también en España, que decretar derrotas antes de tiempo cuando de lo que se trata es de actualizar los análisis y las herramientas para adaptarse a tiempos más largos.
La izquierda en Francia, junta o en grupos separados, se ha colado desde el domingo como la principal alternativa al continuismo en un parlamento cuya derechización ha irrumpido de forma muy mayoritaria. Todo esto, en un país clave para Europa cuya posición va a definir el rumbo de la Unión en uno de los momentos geopolíticos más delicados que hayamos atravesado desde la caída del muro de Berlín. La unidad empieza ahora.
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