Otras miradas

Aniversarios socialistas, la verdad y 'Algunos Hombres Buenos'

Guillermo Zapata

Guionista

Aniversarios socialistas, la verdad y 'Algunos Hombres Buenos'
Los carteles con los que el PSOE conmemora su victoria en las elecciones de 1982

Uno de los mejores titulares bufos de la extensa lista de ellos que tiene El Mundo Today se publicó en octubre de 2014 y decía lo siguiente: "El PSOE ganaría las elecciones si se celebraran en 1982". Recordaba así, en las horas más bajas del partido socialista, su mayor momento de gloria, que cumplía esta semana 40 años.

40 años de una mayoría absoluta histórica que el PSOE está celebrando con actos públicos, un documental y la reimaginación del cartel que el gran ilustrador Jose Ramón Sánchez realizó para esa elecciones, uno de los ejemplos de comunicación política más virtuosos de nuestro país. El cartel conmemorativo es una versión del primero en el que las diferencias tienen que ver con el destinatario del mensaje. Lo que entonces era un cartel para España, hoy es un cartel para el propio PSOE. Lo que entonces era un mensaje nítido entorno a la idea del PSOE como aglutinador de una fuerza democrática nueva que aunaba ciudad y campo, hombres y mujeres y diferentes sectores productivos en torno a la figura de Felipe González hoy es una imagen a la que le falta la gente, dichos sectores productivos y en el que mientras que Zapatero y Pedro Sánchez aparecen tal y como son hoy, González aparece tal y como era en aquel cartel victorioso. Una imagen reconfortante, tranquila, que le habla a quién ya siente la conmoción del evento recordado y que no pretende apelar a nadie más.  Cuando la imagen se pone en movimiento, sin embargo, empiezan a pasar cosas.

En los actos del aniversario concurrieron Zapatero, el presidente Sánchez y el propio González, que aprovechó la oportunidad para dejar una frase que, creo, dice mucho más del presente que el cartel en cuestión. "Hay una verdad que he aprendido. En democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad". Es especialmente interesante el doble uso de la palabra "verdad" en la frase. La verdad que González ha aprendido es, esa sí, una verdad objetiva. Sin embargo, la verdad ciudadana es una verdad distinta, basada en la creencia: 'Lo que yo sé y los ciudadanos creen'. Es una manera sutil, casi un lapsus, de decir 'yo tengo razón pero las creencias pueden apartarte del poder' cuando se está intentando decir lo contrario 'no importan las verdades objetivas, sino las creencias compartidas'". Esta frase no tendría mayor importancia si no estuviéramos en un contexto de hundimiento de la confianza en todas y cada una de las instituciones y su lenta sustitución, no por nuevas formas de confianza más democráticas, con mayores niveles de complejidad y sofisticación, sino por estructuras autoritarias e iliberales.

Días después de la frase de González, salió el CIS. Un CIS a la contra del conjunto de las encuestas y que volvía a dar ganador al PSOE como primera fuerza electoral. Preguntado por el motivo de dicho adelantamiento, José Félix Tezanos explicó que los datos del PP bajaban porque Feijóo no tenía "los conocimientos necesarios para ejercer el liderazgo". Otra cita suya es especialmente relevante: "Cualquiera que analice la situación sin datos sociológicos puede percibir que ha habido un deterioro del señor Feijóo". ¿Perdón? ¿Entonces para qué hacemos encuestas? Para terminar dice Tezanos que el CIS vale cuatro veces más que otras encuestas. Se refiere a las encuestadoras privadas. Digamos que tiene razón en el sentido de que el CIS tiene muestras más amplias, mayor cantidad y profundidad de las preguntas, y series históricas mucho más consolidadas. Es decir, tiene razón en los mecanismos para obtener respuestas objetivas, pero eso no hace al CIS mejor para saber lo que va a pasar en unas elecciones, porque también juega la creencia -volvemos a González- de si las encuestas nos cuentan la verdad (o no) y si se confía más en una institución pública que en una privada.

Lo que nos lleva a Algunos Hombres Buenos, película excepcional de Rob Reiner escrita por Aaron Sorkin. Su primer guion para la pantalla. Un despiporre de interpretaciones alucinantes, diálogos increíbles y tensión dramática. Una película de juicios que, en su fase final, enfrenta a Tom Cruise y Jack Nicholson. Durante el interrogatorio final, Cruise ha sentado detrás de él a un aviador que podría (o no) saber lo que ha pasado con el "soldado Santiago" que aparentemente tendría que haber abandonado la base aérea de Guantánamo, pero en su lugar ha aparecido muerto después de que unos marines le aplicaran un severo correctivo por su indisciplina conocido como "código rojo". El aviador está ahí con un único objetivo: poner nervioso a Nicholson. Lo que sabe o deja de saber –la verdad– importa menos que la tensión dramática. Así, Cruise empuja a Nicholson poco a poco hasta ponerle de los nervios con sus preguntas.

– ¿Quieres respuestas? – dice Nicholson.

– ¡Quiero la verdad! – grita contundente Cruise.

– No aceptaría la verdad – dice Nicholson.

Poco después, rojo de rabia, manifiesta que por supuesto que ordenó el código rojo en cuestión. ¿Por qué lo dice? La hipótesis de Cruise (es decir, la de Sorkin) es que quiere decirlo, necesita decirlo, porque se siente orgulloso de lo que ha hecho. Es decir, que lo dice porque bajo toda esa cháchara técnica y rituales en torno al honor y, de nuevo, la verdad, lo único que hay son formas más o menos civilizadas de articular la ideología.

Nuestro problema hoy no son los aniversarios, sino el presente. No son los datos, sino la dificultad para creerlos. Tampoco es quién va primero o segundo en unas elecciones para las que queda más de un año, sino conocer cómo de lejos de esa cháchara técnica y rituales está la ciudadanía, que podría ser... tuviera sus propias respuestas, sus propias verdades a sus propios problemas. O lo que es lo mismo, abandonar el ensimismamiento nostálgico, que para eso ya tenemos Vox.

 

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