Otras miradas

¡Que le corten la cabeza! (a la sanidad madrileña)

Javier Padilla

Médico de Atención Primaria. Diputado de Más Madrid en la Asamblea de Madrid.

La reina de corazones, en la versión de 'Alicia en el país de las maravillas' de Tim Burton. /DISNEY
La reina de corazones, en la versión de 'Alicia en el país de las maravillas' de Tim Burton. /DISNEY

Madrid está gobernada por la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas. Cuando alguien osa decir que algo va mal, la reina saca el dedo índice, señala, y grita "¡que le corten la cabeza!", para que su deseo sea hecho realidad. La sanidad madrileña lleva unos años sufriendo esa forma de ser gobernada, y hay mandato decapitador para todo el mundo.

Para la población que lleva meses diciendo que la accesibilidad en Atención Primaria cada vez es peor, que la longitudinalidad se ha perdido, que no tenían urgencias en sus barrios y municipios y que las listas de espera iban en aumento: ¡que les corten la cabeza! en forma de insultos por malcriados, de decir que están al servicio de la oposición política o de ridiculizarlos con desprecio -generalmente clasista-.

Para los profesionales que cuando les van a cambiar de puesto de trabajo y horario deciden renunciar a su interinidad: ¡que les corten la cabeza! en forma de un año de penalización en la bolsa de empleo.

Para los directivos que no siguen a pies juntillas lo que se dicta desde arriba: ¡que les corten la cabeza!, esto es, un cese.

Para los que sí lo siguen, pero esas decisiones desembocan en movilizaciones sociales y profesionales: ¡que les corten la cabeza!, esto es, otro cese.

Para los representantes públicos que digan que lo que se está haciendo con la sanidad madrileña es improvisado, chapucero y un desprecio a la población y los trabajadores: ¡que les corten la cabeza!, en forma de insulto y calumnia.

Lo ocurrido en las últimas semanas con el nuevo-viejo plan de urgencias extrahospitalarias no es más que una nueva edición de ese "¡que le corten la cabeza!", pero esta vez a una parte del sistema sanitario; la presidenta del gobierno vio lo que estaba sucediendo con las urgencias extrahospitalarias y ordenó que eso dejara de ser un problema; como si los problemas de gestión enraizados en décadas de desastre se arreglaran con un chasquido de dedos.

Tras más de dos años teniendo cerrados los Servicios de Urgencias de Atención Primaria, anunciaron la transformación de todos los puntos de urgencias extrahospitalarias en Puntos de Atención Continuada, ejerciendo ese dudoso arte de la política de ponerle un lazo a algo antiguo y decir que es una medida novedosa. En el camino de ese cambio de nombre se han dejado a varios altos cargos directivos, a unos cuantos profesionales y se avecina una más que previsible desbandada de otros tantos al ser cambiados de puesto y turno de trabajo, pasando en muchos centros a tener la mitad de profesionales que los que habían tenido hasta ahora. Una medida que se basa en que profesionales hagan de voluntarios y renuncien a descansar tras trabajar toda la noche no parece un proyecto de futuro, sino un parche cutre hacia ese pasado en el que la gente trabajaba de noche y luego se iban a pasar varias consultas por diferentes centros.

En cierto modo, es como si el propio gobierno estuviera en huelga. No hay ningún problema de la sanidad madrileña de 2017 -cuando el consejero asumió su cargo- o 2019 -el año en el que la actual presidenta tomó el cargo- que ahora se haya resuelto. No hay ningún gran proyecto que pueda decirse que guíe la sanidad madrileña, nada realmente transformador. Hay un deterioro paulatino. Unas consultas cada vez más llenas. Unos profesionales cada vez más agotados. Un presente que intenta sostenerse bajo el mantra de que "tenemos «nosecuantos» hospitales entre los mejores de Europa", cuando se esconde que la base del sistema está vestida con harapos.

La semana que viene hay convocadas dos huelgas de trabajadores sanitarios en la Comunidad de Madrid: en el servicio de Urgencias del Hospital Infanta Sofía, y en los trabajadores de las urgencias extrahospitalarias. Son huelgas que tal vez podrían desconvocarse si el gobierno de la Comunidad de Madrid dejara de estar, a su vez, en huelga y se hiciera cargo de lo que le toca.

Pero ninguna huelga dura para siempre, tampoco las gubernamentales. En los últimos años hay mucha gente, tanto profesionales como diferentes actores de la población, que han ido generando propuestas realistas sobre qué necesita la sanidad (y otros servicios públicos). Es la muestra de que, por un lado, hay alternativa, y por otro lado, no cabe la resignación. La sanidad que será una vez abandonemos este gobierno en huelga no será como la que fue, porque el pasado cuando vuelve no suele ser para bien, sino que estará actualizada, y responderá a una sociedad y a unos profesionales muy diferentes a los de hace unos años. No abrazar en ningún momento la resignación es la condición necesaria -aunque no suficiente- para que esa sanidad sea mejor que lo que tenemos ahora.

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