Las películas de timos y las películas de robos no son las mismas películas, aunque compartan ciertos universos comunes. Las películas de robos son películas sobre la inteligencia, las de timos lo son sobre la mentira. Es el camino que va de Ocean’s Eleven a Nueve Reinas, por ejemplo.
Estos días hay dos elementos que integran 'el debate'. No el debate nacional, que es difícil saber dónde se encuentra, pero sí el debate en la ida y vuelta de los medios de comunicación y la política institucional. Uno es Palestina y otro son los bulos. La mentira.
La preocupación por los bulos y la mentira publicada empieza a tomar la forma de una película de timos en la que todo el mundo defiende que el otro miente más que uno mismo, que también está mintiendo. ¿No me creen? Atención.
Isabel Díaz Ayuso: "Nosotros no perseguimos a los medios de comunicación que nos son incómodos, como hacen los señores de la izquierda".
Alberto Nuñez Feijóo: "Pide terminar con los bulos y él es una fábrica de bulos".
No sé si recuerdan la expresión "gobierno del bulo", pero no es de esta semana. A Yolanda Díaz llevan cinco años diciéndole que miente con los datos del paro. La acusación de mentiroso se ha colocado muy por delante de aquellas que acusan al gobierno de romper España.
Bulo es hoy una palabra que no significa absolutamente nada. Un significante vacío que nos podemos tirar a la cara sin mancharnos.
Y el motivo no es, me temo, la infraestructura del bulo, sus mecanismos de financiación, su finalidad, su historicidad, su relación con las redes sociales, etc. Sino que lo que hemos abierto en torno al asunto es un debate. Eso fue lo que pidió el presidente del gobierno hace dos lunes: un debate.
¿Y por qué un debate? Porque esa es la forma que adopta la alternancia política en el bipartidismo.
Ya, sí, me he saltado algunos pasos. Esto también pasa mucho en las películas de robos y en las de timos. El engaño no se desarrolla sólo entre los personajes, sino también con relación al espectador. El punto de vista se oculta y el tiempo se desordena con el objetivo de mantener la atención en un lugar concreto y disfrutar con la revelación de lo que no sabíamos. Volvamos un momento atrás.
La forma en la que el periodo post-15M ha digerido culturalmente el bipartidismo tiene dos características. Una es la denominada alternancia, cuyas resonancias tiene el tono de un periodo suave en el que el PP y el PSOE se daban la mano cortesmente en un baile educado y cordial que iba pasando por la Moncloa un día tú y otro yo. La otra es que "muerto el bipartidismo" llego la polarización. Demasiados grupos políticos, posiciones extravangantes, parlamentos paralizados, ruido, agresividad.
Las dos son erróneas y nos desarman un poco ante el futuro inmediato. El bipartidismo no ha sido nunca un régimen frío, sino caliente. La alternancia siempre ha adoptado la forma de un plebiscito sobre el contrario con una gran movilización emocional. Es precisamente esa movilización emocional la que permite la alternancia. No es desafección, es afecto. No es desmovilización, es lo contrario. El paso del gobierno de Aznar al de Zapatero es el ejemplo perfecto de esta dinámica.
Plantear debates sociales como el de los bulos (trasladando a la sociedad una preocupación nueva que tiene más que ver con el gobierno que con ella misma) es una forma efectiva de aglutinar al gobierno en un eje (la verdad/el bulo) que absorbe y encierra las diferencias. Un ejemplo de esto es cómo anula de un plumazo las discusiones abiertas fundamentalmente por el feminismo y el movimiento LGTBIQ y cientos de miles de jóvenes sobre:
A.- La toxicidad en las redes.
B.- Las dinámicas de odio y violencia digital.
C.- La censura (con el caso Palestino especialmente).
Nada de eso está en el debate estos días, porque todo se ha reducido a la presidencia del gobierno. Tampoco lo están las condiciones laborales de la profesión periodística y sobre todo y por encima de todo, el debate de los bulos permite dejar de hablar del debate de los jueces. El debate, en vez de estimular la acción concreta, la bloquea.
La cuestión no es, nunca es, diferenciar entre las preocupaciones materiales y otras que no lo son tanto, porque todas ellas construyen un estado emocional lleno de pasiones, de miedo, de rabia, de frustración. Pero cualquier fuerza social o política a la que no le sea suficiente con debates que no van a ningún lugar concreto, tiene la obligación de colocar lo concreto, las acciones, las medidas, las propuestas, las peleas también, porque sólo desde esa posición se puede desplazar el territorio de la opinión pública al de la acción política.
Salir, en definitiva, del debate sobre qué es verdad y que no y entrar en la discusión de "Qué hacer al respecto".
Sin hacer no hay fuerza. Sin fuerza no hay desplazamientos. Sin desplazamientos no hay transformaciones. Sin transformaciones siempre vence quien menos la necesita.
Comentarios
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