Otras miradas

Frenar la marea trumpista

Pablo Arangüena

Diputado del PSdeG-PSOE en el Parlamento de Galicia. Ex diputado en el Congreso.

En un mundo racionalmente ordenado la probabilidad de que el PP y Vox ganasen las próximas elecciones generales sería escasa. Si a un ciudadano medio sensato debería alarmarle la perspectiva de ver en el poder a una derecha difícilmente homologable con la tradición democristiana europea en previsible abrazo con otra derecha aún más extrema que ha enviado sobradas señales del peligro que representa, frente a ellas está la posibilidad de reeditar un Gobierno progresista que ha capeado bien la mayor conjunción de temporales de la historia democrática de España.

Sin ánimo exhaustivo, sobran elementos racionales para aprobar con nota a este Gobierno. Subir el salario mínimo de los 736 euros en los que lo dejó Rajoy a los 1080 actuales (casi un 50% en 5 años) es un avance que va directo al bolsillo de mucha gente, al mismo tiempo que los buenos datos de empleo (récord de empleados en mayo con 20,8 millones de personas) rebaten a quienes decían que la subida del SMI sería dañina. Después de una caída drástica en 2020 por la pandemia, la economía se ha recuperado con fuerza en los años sucesivos, siendo la que más creció en 2022 entre las grandes economías de la UE y con perspectivas avaladas por el FMI, la OCDE y la UE de repetirlo este año. España está controlando la inflación, que fue la menor de toda la UE en 2022 (menos de la mitad que Italia y cuatro puntos por debajo de Portugal, por ejemplo) y sigue estando hoy con diferencia entre las menores de Europa solo por detrás de Bélgica y Luxemburgo. También ha mantenido la capacidad adquisitiva de las pensiones contributivas, después de años en los que Rajoy las tuvo prácticamente congeladas, además de subir la de las pensiones no contributivas.

La ley de eutanasia es un avance social que cuenta con un respaldo muy mayoritario entre la población. Lo mismo puede decirse de la eliminación del llamado "impuesto al sol" implantado por el PP, que ha permitido aumentar exponencialmente la energía solar instalada y el autoconsumo, en detrimento del siempre abultado beneficio de las grandes empresas energéticas, que ha sido además gravado con un impuesto al igual que el de los bancos y las grandes fortunas, otra medida nada impopular.

El desempeño exterior del primer presidente que habla inglés con soltura ha sido notable, traduciéndose en logros objetivos: con el 10% de la población de la UE, España va a recibir el 18% de los Fondos Next Generation, que están suponiendo ya la mayor apuesta de inversión pública y solidaridad en la historia de la UE, por la cual España apostó con fuerza y que no había que dar por descontada dado el antecedente del nefasto austericidio de la Gran Recesión.

No repetir ese austericidio ha sido otro acierto porque si con Rajoy gobernando en 2013 el desempleo escaló hasta el 26%, hoy no llega al 13% después de otra gran crisis económica, habiéndose conseguido, además, cuadrar el círculo de una reforma laboral pactada con empresarios y sindicatos. Pero para evitar la repetición de las consecuencias de la crisis anterior ha sido necesario un Gobierno progresista apostando no por la austeridad sino por un gran esfuerzo social y de expansión fiscal con los ERTES, ayudas a autónomos, etc.

Por otro lado, en un país con una cuestión territorial no resuelta, no es para nada baladí la progresiva calma y sosiego de Cataluña después del incendio de 2017. Que se haya obtenido esa "pacificación" dialogando y templando gaitas no es una renuncia sino más bien un logro de la lógica democrática, especialmente si se considera que no ha habido realmente grandes concesiones por parte del Estado.

Todo esto se ha conseguido en medio de una sucesión de catástrofes y desdichas como no ha experimentado ningún otro Gobierno en democracia: una trágica pandemia que paró casi por completo la economía, una atroz e inesperada guerra en Ucrania en la que estamos metidos indirectamente, una situación de inflación global pero que afecta especialmente a Europa dada su dependencia de los combustibles rusos y hasta una erupción volcánica. Y se ha conseguido resistir y avanzar a pesar de la ausencia de una mayoría parlamentaria estable, con el primer Gobierno de coalición de la democracia.

Como todo Gobierno, este ha tenido también sus sombras, que pueden achacarse en gran medida a la competencia entre los partidos del Gobierno y a la hiperactividad asociada al ánimo de hacer muchas cosas, pero objetivamente las sombras son pequeñas al lado de las luces. Por otro lado, ¿cuál habría sido la alternativa a esa hiperactividad? ¿Habría sido mejor un modelo de gobierno al estilo Rajoy (fumarse un puro esperando a que los problemas se resuelvan solos) en medio de tanta tempestad? Aunque la respuesta no ofrece dudas y a pesar del balance netamente positivo de la labor del Gobierno, las encuestas más fiables dejan clara la posibilidad de que gobierne la derecha más extrema de nuestra democracia. También los resultados de las recientes municipales y autonómicas. ¿Cómo se explica esta disonancia entre hechos y resultados democráticos? La clave está en la suma latente de malestar, batallas culturales y elementos irracionales en la decisión de voto.

El sistema, a nivel global, está gripado y ha ido dejando de prometer mejoras para todos a medida que nos adentramos en el siglo XXI. Los hijos asumen, por primera vez en generaciones, que sus vidas serán menos prósperas que las de sus padres. El crecimiento, combustible del capitalismo, se ralentizó tras la Gran Recesión al mismo tiempo que se acelera la tendencia a que sus frutos caigan siempre en los bolsillos de una pequeña minoría. En el último foro de Davos Oxfam Intermón lo dejó claro al señalar que casi dos tercios de la riqueza producida en el mundo desde 2020 ha sido acumulada por el 1% más rico, un dato demoledor para el relato económico convencional. Por no decir que la propia idea de crecimiento está en cuestión a medida que los límites de los sistemas biofísicos que permiten nuestra existencia en la Tierra (entre ellos el clima) se ven más y más superados por el exceso de carga sobre el medio y de consumo de recursos de todo tipo de nuestras sociedades. O que la propia existencia de límites le chirría enormemente al subconsciente colectivo neoliberal que nos han ido inoculando masivamente en las últimas décadas.

Todo lo anterior es caldo de cultivo para el malestar y, en este contexto, la derecha no propone nada sino que se limita a fomentar guerrillas culturales y agregar descontentos y rechazos variados, identificando falsos culpables y chivos expiatorios, del cual el principal es el "sanchismo" que dice querer derogar. El mecanismo básico social del chivo expiatorio fue investigado como nadie por el filósofo e historiador francés René Girard: cuando una sociedad se siente amenazada o alterada en sus fundamentos, tiende siempre a buscar –de forma irracional- una víctima a la que sacrificar para restablecer el orden, el chivo expiatorio. Esa víctima sacrificial no es responsable del desorden ni su sacrificio va a mejorar nada, pero proporciona alivio psicológico. Una sociedad, como cada uno de sus miembros, funciona tanto en el plano racional y consciente como en el inconsciente, que puede ser sutilmente manipulado.

Todo ese malestar latente y los mecanismos del inconsciente colectivo han sido usados sin escrúpulos y con éxito por Trump en EEUU. Las derechas españolas siguen el camino trumpista, con descaro en el caso de Ayuso o Abascal y característico disimulo en el de Feijóo. Las técnicas propagandísticas perfeccionadas por Joseph Goebbels (simplifica, exagera, repite) se usan con naturalidad. Los checks and balances democráticos se desprecian y erosionan, como demuestra el ejemplo del bloqueo del poder judicial. La objetividad se deforma a través de medios de comunicación que responden a grupos de poder económicos, por definición casi siempre dispuestos a ayudar a una derecha a su servicio. Las ganas del gran capital de tumbar a quien se atreve a imponerle impuestos y llevarle la contraria son esta vez mayores que de costumbre; los escrúpulos de sus agentes políticos, casi nulos. El trumpismo no es un chiste sino una grave enfermedad de la democracia que está subiendo como una marea en nuestro país y amenaza con entrarnos por la puerta. La única vía para evitarlo es el voto.

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