Otras miradas

La DANA comunista

Nere Basabe

Profesora de Historia del pensamiento político en la Universidad Autónoma de Madrid

La DANA comunista
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, visita el municipio de Villamanta, a 5 de septiembre de 2023, en Villamanta, Madrid (España). Jesús Hellín / Europa Press

De las tiras de Mafalda del genial Quino me acuerdo a menudo de una que tenía por protagonista a su pequeña amiga Libertad: obligada a subir al estrado para ser examinada oralmente a la vista de todos sus compañeros (infame práctica pedagógica que espero haya desparecido ya de nuestras aulas), la maestra le daba la entradilla para una afirmación que ella debía completar:

−A ver, Libertad: el sol sale por...

−La mañana.

−Sí, pero ¿por dónde?

−¡Ah! El sol sale por la ventana del living, señorita.

−¡Eso será en tu casa! −bramaba la maestra desesperada.

-Y sí, a mi edad no tengo muchas posibilidades de amanecer en otro lado.

El chiste surgía aquí del contraste entre el subjetivismo absoluto de la infancia, y un poco también del sentido común, con los conocimientos objetivos de la ciencia que se le suponen al lector adulto: Libertad no se sabía la lección de los puntos cardinales, y los límites de su libertad resultaban ser mucho más estrechos de lo que su nombre presumía. El pasado domingo se produjo sin embargo tremenda bronca en el debate público patrio siguiendo la máxima de aquel subjetivismo pueril como forma de conocer el mundo, por parte esta vez de hombres adultos (porque fueron señores en su inmensa mayoría) a los que se supone bien formados: la ciudadanía madrileña se asomó a la ventana de su sala de estar, su living, y juzgó si llovía mucho o no para tanto en función de lo que veía en el recuadro acristalado.

Me encontraba yo ese día en la periferia del país, donde la climatología suele evolucionar a la inversa, y llueve en plena ola de calor del resto del territorio o sale el sol cuando en la península cunden las tormentas, para desgracia de mi madre que no gana para sustos por culpa de los medios generalistas. No hay como pasar una temporada fuera de Madrid para darse cuenta del grado de centralismo de nuestros informativos. Aunque tampoco es solo cosa de Madrid: comenzamos el verano con megaincendios de sexta generación en los bosques canadienses, pulmón fundamental del planeta, y la noticia fue que los cielos de Nueva York se cubrieron de humo y de cenizas.

Al asomarme por la noche, tras un día atareado, a esa red social antes conocida por el nombre de Twitter y que mudó su logo, tal vez con acierto, por el aspa de la pornografía, ese nuevo foro público que de público tiene poco porque pertenece a un loco peligroso al que hemos hecho el hombre más millonario (ergo más poderoso) del mundo, no daba crédito ante la trifulca política del día: y es que parecía haber gente muy indignada y cabreada por no haberse inundado lo suficiente. O como lo resumió un amigo, con genial ironía: "¡Nos han prometido una catástrofe y queremos nuestra catástrofe!", parecían vociferar las hordas, antorcha virtual en mano.

Por un lado estaba la discusión de si había sido mucha o poca agua: los que se asomaban a la ventana de su living, ya saben, y juzgaban que aquello no pasaba de xirimiri u orvallo, frente a los que respondían con imágenes de carreteras convertidas en riadas, alcantarillas desbordadas y vagones de metro donde se colaba el agua en cascada. Dentro del primer grupo, una numerosa masa pedía que rodaran cabezas en la Agencia Estatal de Meteorología, tildaban a la AEMET de "terroristas" (qué fácil olvidamos lo que es el verdadero terrorismo) o, peor aún, de "vendidos a la Agenda 2030", porque en el último momento la gota fría, conocida como DANA por las siglas de su nombre científico, se había desviado providencialmente apenas unas decenas de kilómetros con respecto a la Puerta del Sol, nudo gordiano de todo este embrollo.

Luego estaban las mentes más preclaras de mi generación, incluidos algunos amigos a los que creía con más sentido de la responsabilidad, criticando la alerta que sonó en los teléfonos móviles como una "intromisión" del Gran Hermano en nuestra privacidad y libertad, por avisarnos de buena voluntad de que había un riesgo extremo y era mejor quedarse en casa que salir con el coche de paseo dominguero por ahí. En una sociedad hipervigilada, donde metemos en casa altavoces inteligentes, aceptamos alegremente cookies, nos paseamos con un geolocalizador en el bolsillo y permitimos indiferentes que compañías privadas se lucren con nuestros datos y nos interrumpan a la hora de la siesta o de la cena con llamadas de publicidad agresiva, donde hasta la aspiradora traza un plano exacto de nuestra vivienda, los adalides de la libertad del individuo andaban escandalizados por un maternal "coge el paraguas que va a llover" de toda la vida.

El debate se bizantinó aún más cuando empezó la polémica en torno a quién era el emisor de la alerta, si la Agencia de Emergencias del 112 pertenecía al Estado totalitario y orwelliano del "Perrosanxe" o a las buenas autoridades locales y autonómicas que velan por nuestro bienestar. Un debate que recordaba, convirtiendo la tragedia en farsa, al que se dio en su día sobre la responsabilidad última de la gestión de las residencias durante la pandemia, en la que tantos perdieron la vida. Ahora que ya sabemos que hay Madrid más allá del Primark, que ha habido muertos y desaparecidos cuyos cuerpos empiezan a aflorar entre el lodo, gente que lo ha perdido todo y lucha inútilmente contra la desgracia armados con escobas y fregonas, no sé qué pensarán los timoneles de la opinión conservadora de sus palabras, a cuyos apartamentos no llegó el agua. Un niño pasó la noche agarrado a un árbol mientras veía como el torrente se llevaba el coche con su padre dentro, y un joven de veinte años se ahogó en su propio ascensor: no se me ocurre muerte más terrible. Bajaba al garaje para ayudar a sus vecinos a achicar agua. Este tipo de gente es la que desgraciadamente acaba pagando el pato, y no los que, contraviniendo las recomendaciones, creyéndose héroes de nuestro tiempo, salen a la intemperie sin paraguas porque a ellos nadie les va a decir cuándo se tienen que quedar en casa, o cuántas copas de vino se pueden beber antes de ponerse al volante.

La conversación sobre el tiempo, que hoy alivia los silencios con los desconocidos, forma parte de lo más atávico de la humanidad, aunque ya no estemos pendientes de la cosecha porque los alimentos brotan en los supermercados. El refranero popular ya dice que no siempre llueve al gusto de todos, pero desconozco si alguna vez en el pasado hubo tanta división de opiniones en torno a un hecho cierto y objetivo como una sequía o un diluvio, tamizado por el filtro ideológico de cada cual. Si acaso los aztecas se revelaban contra sus sacerdotes porque los sacrificios humanos no atraían la lluvia, o si la lectura errada de las vísceras de un animal por parte de los oráculos provocó golpes de Estado en la Antigüedad. Plutarco ya nos explica que, ante el nacimiento de un carnero de un solo cuerno en la alquería de Pericles, el adivino Lampón y el filósofo Anaxágoras se enzarzaron a cuenta de su interpretación. No creo que ningún campesino medieval protestase por el tañido de campanas avisando de algún peligro colectivo, aunque puede que algún lord británico sí maldijese en la intimidad las sirenas que avisaban de bombardeos alemanes, porque interrumpían su partida de bridge.

Algunos políticos, nuestros "cuñados" por excelencia, han salido a la palestra para reclamar "más rigor" a la ciencia. Cómo habrá sido la cosa que hasta Ayuso u Ortega Smith han mostrado un poco de sentido común, frente a los Bonillas lamentando las "consecuencias sociales y económicas": el "¿es que nadie va a pensar en los niños?" se ha convertido en nuestros días en el "¡hay que salvar la hostelería!"; aunque los niños pasen la noche agarrados a la rama de un árbol para que no se los lleve la riada.

Pues atrevida es la ignorancia, al alcaldísimo de Madrid Martínez Almeida no le achantaba dar un tironcillo de orejas a las que no llega ni dando saltitos a científicos con un doble doctorado en físicas y matemáticas, pidiéndoles que la próxima vez "afinen" un poco más. Tal vez confíe más en el pastor del Gorbea, las cabañuelas o la marmota Phil de Pensilvania. Comprender cómo funcionan los satélites y sofisticados programas computacionales de simulaciones en tiempo real parece ser demasiado complejo para él y sus votantes. Acabaremos volviendo a las profecías de Nostradamus, pero preguntándonos si Nostradamus era de izquierdas o de derechas. Al tiempo.

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