Estos días atrás, cómo no, las mujeres han vuelto a ser el comodín para ocultar miserias, vergüenzas, deslealtades, o delitos. Y los más visible, han sido dos:
El primero, Rodolfo Sancho, que tras la condena a cadena perpetua de su hijo Daniel por asesinar y descuartizar a Edwin Arrieta dice: "Si Daniel fuese una mujer, pensaríamos que la han intentado violar". La verdad es que si Daniel fuese una mujer habría muchas diferencias. Para empezar, las violaciones a mujeres se denuncian cada dos horas en este país, y no tienen ni de lejos la repercusión mediática del caso Sancho. Entre otras cosas, porque aún en España no hemos tenido que una mujer violada haya asesinado y descuartizado a su agresor. Al revés, son ellas las que acaban después de ser violadas, asesinadas e incluso descuartizadas sin que, de nuevo, sus casos tengan ni la mitad de la mitad de la mitad de la repercusión del caso de Daniel Sancho.
Nuestras violaciones, asesinatos y descuartizamientos dan lo mismo. Y ejemplos, los tenemos por décadas, desde las niñas de Alcásser, pasando por Rocío Wanninkhof, Diana Quer, Heidi Paz o Romina Celeste y tantas y tantas, donde no habría artículo suficiente para recogerlas. Por suerte, algunas viven, afrontando muchos traumas en centros de recuperación y otras lo llevan en silencio toda la vida a cuestas. Frases como estas, que buscan comparativas que no proceden, son solo una falta de respeto a las víctimas, a todas. Si Sancho quiere seguir escondiendo, defendiendo o encontrar razones para explicar el crimen de su hijo, que deje de instrumentalizar la realidad de los feminicidios. Las mujeres no están para tapar las vergüenzas de otros. Y para no complicar las cosas a veces la solución es muy fácil: asimilar el hecho, saber retirarse y guardar silencio.
El segundo, Juan Carlos I. Ya saben, el hijo de Bárbara Rey ha vendido a una revista extranjera (poco importante) las fotos de su madre con el rey Juan Carlos cuando eran amantes. Los titulares y tertulias han girado solo bajo un concepto: el chantaje de Bárbara Rey. Quizás hay que poner un poco la lupa más allá y ver que hay chantajes aún más graves.
El primero, el de una monarquía juancarlista que hizo el mayor chantaje a todos los españoles y españolas, vendiendo la imagen del rey campechano, de una monarquía como imprescindible de la democracia, cuando la acabó convirtiendo no solo en su negocio profesional sino personal. Las relaciones privadas me resbalan, salvo cuando queda la sospecha del uso del dinero público. Porque aquí se habla mucho de chantajes pero poco de pagar para comprar el silencio. Porque menudo chantaje es aquel que después de acceder a él no termina quitando las fotos de circulación. Y eso, en las circunstancias de una corona, interesaba y mucho. La imagen había que mantenerla de cara a la galería mientras, más allá de pagos concretos, el uso de instituciones y servicio públicos para manejar la situación cuando se escapó de control fue el recurso, según apuntan varias fuentes.
El segundo chantaje, el de un hijo a Bárbara Rey, el mismo que decía hace unos años que su madre lo era todo y la defendería hasta siempre, lleva una racha en la que se vende al mejor postor, porque ¡ay de las madres que no hacen lo que los hijos quieren! Y no, ya son varios periodistas los que acreditan que él no hizo las fotos, sino que se usó esa excusa para ocultar el nombre real del fotógrafo. Porque de verdad, si tan pequeño ya disparaba esas imágenes, no sé cómo no tiene ya el Pulitzer de Periodismo y se ha dedicado profesionalmente a ello.
El tercero, aquí monarca y jefe del Estado no era Bárbara Rey, se llamaba Juan Calos I, un hombre casado, cuya reina Sofía, de la que poco se habla, tenía que salir en documentales explicando cómo el rey y ella se enamoraron, mientras tenía que seguir representando el papel de buena madre y buena esposa que tiene que tragar con sapos y culebras para que la imagen de él y la institución a la que representa fuera perfecta.
Y cuarto, dicen que el que era jefe del Cesid, Manglano, escribió en sus papeles el concepto "chantaje" después de que el rey tuviera conocimiento de las imágenes hace décadas. Y claro, esto nos puede dar para un artículo otro día, pero cómo no... al final las que se valoran son las otras amantes del rey que se hayan quedado calladitas, santas y obedientes; pero las amantes desobedientes son las que se registran como "chantaje", cuando el chantaje es la deslealtad de Juan Carlos I a su esposa y de un monarca a todo un país.
Salvando las distancias y diferencias, a unos y a otros, a Rodolfo o a todo lo que rodea a Juan Carlos, qué bien les viene usar a las mujeres para tapar vergüenzas y deslealtades. Qué fácil es interpretar un crimen con comparativas más que desafortunadas o bien, en el segundo caso, para limpiarse las manos y hacerse la víctima. Las mujeres, siempre el comodín para tapar las vergüenzas de los señores y de los ejecutores.
Comentarios
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