Carta con respuesta

Que vienen los sabios

Siempre he defendido que los gobiernos deberían estar dirigidos por intelectuales y no por gestores. En principio me parece bien la idea del PSOE de juntar a varias eminencias para que aporten sus ideas al programa electoral, aunque en definitiva sólo sea un acto de publicidad. De los elegidos el más destacado es el Premio Nobel Joseph Stiglitz. Estuve en su conferencia en Sevilla: magistral, pero no hizo ninguna referencia a España, y cuando en el debate le hicieron una pregunta relacionada con nuestro país se fue por los cerros de Úbeda (o de Shangai).

ADRIÁN DE LA ROSA PÉREZ, Utrera (Sevilla)

Pues yo pienso que usted mismo se responde: ¿y qué narices sabrá Mr. Stiglitz de España? Detesto la gesticulación y esto me parece publicidad, es decir: como tirarse un pedo en un botijo, para que retumbe más. ¿Se acuerda usted de aquel otro Consejo de sabios que sin ninguna duda ha convertido nuestra televisión en una maravilla? Después de su dictamen es imposible apartar los ojos del televisor, ¿a que sí? Estaba formado, entre otros, por un filósofo que presumía de no ver nunca la tele. Así de chiripitifláutica era la cosa. Y esto de ahora parece todavía peor. "Tenemos tres premios Nobel, tres", nos cuentan, como si estuvieran pavoneándose en el patio del colegio. Bueno, ¿y qué? Watson, por ejemplo, es premio Nobel: ¿seguiría usted sus consejos en materia de discriminación racial? Igual podían presumir de tener tres plusmarquistas de salto con pértiga o a los Tres Tenores.

Cuando Vladimir Nabokov solicitó un puesto de profesor en Harvard, Roman Jakobson se opuso. "Debemos contratarle, es un gran escritor", argumentaba el resto del claustro. "Bueno, ¿y qué?", respondió Jakobson: "El elefante es un gran animal y no por eso vamos a nombrar a un elefante catedrático de Zoología". Jakobson tenía razón, aunque Nabokov fuera la excepción que confirma la regla, el elefante zoólogo (hasta que ganó suficiente dinero con Lolita y entonces ya no volvió a dar una clase en toda su vida, por supuesto). Por eso a mí ese Gobierno aristocrático de intelectuales me aterraría.

Los sabios parecen los Supertacañones o esa severa voz de árbitro de ultratumba que en el Un, dos, tres dictaminaba lo correcto y acababa aceptando pulpo como animal de compañía. Vale, muy divertido. Sin embargo, para elaborar un programa electoral, ¿no hubiera sido mejor idea consultar a los ciudadanos? El fundamento de la democracia, ¿no es precisamente ése: que los más sabios, para decidir sobre sus asuntos, son los propios ciudadanos? ¿O es que ahora volvemos atrás, a la vieja idea de que no puede valer lo mismo el voto de un sabio como Stiglitz que el de un jornalero andaluz que ni siquiera ha leído a Heidegger?

RAFAEL REIG

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