Rosas y espinas

Qué bulo ni qué niño muerto

Qué bulo ni qué niño muerto
Varios cadáveres embolsados en el kibutz Beeri, que sufrió el ataque masivo de Hamás el pasado sábado. EFE/ Alejandro Ernesto

El titular sin duda merecía la pena: "Ayuso: 40 bebés decapitados y el gobierno de Sánchez anda en la equidistancia" (El Imparcial); "Israel contabiliza 40 bebés muertos entre el centenar de víctimas del kibutz Kfar Aza" (La Razón); "El ejército israelí encuentra a 40 bebés asesinados por Hamás en sus cunas, algunos decapitados" (OK Diario). Esta terrorífica historia, por otra parte falsa, inundó estos días las portadas de decenas de periódicos de todo el mundo. La imagen de milicias terroristas de Hamás degollando bebés en plan Herodes hizo tanto las delicias belicistas de muchos directores que nadie se preocupó en contrastar la noticia y buscar las fuentes. Era suficientemente horrenda para parecer verdad y vender muchos clics y, por otra parte, también acorde a los casi unánimes vasallajes sionistas de nuestros capitalizados medios de comunicación. Los judíos son los buenos y, como dijo Netanyahu, el nazismo no fue tan atroz, pues Hitler no quería matar judíos. Si nos cuelan esta, nos cuelan todas.

Hace unos meses, Meta, el antiguo Facebook, publicaba un estudio o algo parecido en el que constataba que el 97% de los bulos que se difunden en su red son emitidos y consumidos por gente de derechas. El campo experimental del informe era bastante amplio como para tenerlo en cuenta, ya que manejaba los datos de los cerca de mil millones de usuarios que tiene la red en todo el mundo. Los bulos más populares son referentes a los negacionismos científicos (vacunas, por ejemplo) y climáticos (el calentamiento global es un montaje de los rojos), aunque seguidos muy de cerca por los conspiranoicos (Trump renegando de la limpieza de las elecciones en EEUU) y los directamente difamatorios (Lula da Silva y sus delitos inventados, Pablo Iglesias y sus millones granadinos...).

Desde su nacimiento, los cronistas que ingresamos en redes sociales sabíamos que eran un sustrato perfecto para la mendacidad y la insidia, una especie de contra-periódico global que iba a elevar a categoría de universales las sandeces propias de cualquier barra de bar o patio interior. Sin embargo, en nuestra candidez vaticinábamos que su pujanza informativa duraría poco: la gente es sabia y sin tardanza se dará cuenta de que Twitter no es un medio de comunicación, sino solo un útil y orientativo instrumento para no sé qué cosas. Nada más lejos de la realidad. Las redes han acabado devorando a los periódicos, que hoy asumen su falta de rigor como si no existieran principios deontológicos y tal.

El periodismo quiere combatir a las redes precisamente con las armas más destructivas de las redes, cual son la mentira y la desinformación. Es lo que ha sucedido con los 40 no-bebés decapitados en sus cunitas por Hamás. Un burdo rumor, que diría Javier Krahe, que no solo deslegitima a los periodistas y medios que lo han difundido. Nos deslegitima y nos ensucia a todos: después del todos los políticos son iguales llega el todos los periodistas son iguales, y con 140 caracteres nos hemos cargado dos de los pilares básicos de nuestra democracia.

Otra cosa es saber si esta noticia hubiera tenido tanto recorrido de ser capicúa: "Soldados israelís degollan a 40 niños palestinos en sus cunas". Estoy seguro de que La Razón, OK Diario y otros satélites mediáticos del acriticismo belicista buscarían al menos una confirmación oficial, oficiosa o sobre el terreno, de estar por allí los intrépidos Paco Marhuenda y Eduardo Inda vestidos de caqui.

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