Rosas y espinas

Tú y yo somos asesinos civilizados

Nos consideramos a nosotros mismos muy civilizados y europeos, nos creemos que tenemos el deber de civilizar a gente que ya estaba más civilizada que nosotros, mandamos civilizados fusiles, y luego pasan cosas como lo de Afganistán. O lo de la Amazonía. Yo no sé para qué somos tan civilizados.

José María Aznar, no sé si os suena, es un ilustre políglota y uno de los electricistas más caros del mundo (200.000 euros en Endesa sin pelar ni un cable: con los calambres que me produce pensar en él, me parece poco). Aquel Aznar era nuestro presidente cuando decidió invadir un poquito Irak. O sea que, al final, Irak lo invadimos tú y yo. Pues los demócratas tenemos el deber de responsabilizarnos de lo que provocan aquellos a los que votamos. No había armas de destrucción masiva en Irak, supimos luego. Nosotros somos las armas de destrucción masiva. Lo que sucede es que estaremos muertos cuando la Historia acabe de demostrárnoslo, y eso consuela mucho.

Ser civilizado consiste en no enterarse. Cualquiera con dos dedos de clítoris podría darse cuenta de que eso que llamamos el occidente civilizado (y armado) ha dedicado sus mayores energías en castrar todo lo que les suene a socialismo, a comunismo y a feminismo. Como la Inquisición quemaba a todo aquel que no fuera terraplanista. En Afganistán, EEUU arrasó un país para buscar a un solo terrorista: Osama Bin Laden, que había sido formado como terrorista por los propios estadounidenses. Nadie dijo nada. El estremecimiento producido por la muerte de tanta gente en las torres gemelas nos justificó matar a mucha más gente allá en montañas lejanas. Y al final, de todo eso, nos queda un Afganistán en poder de los señores de la heroína. No nos equivoquemos y no nos asustemos de que los traficantes integristas gobiernen el país. Los hemos puesto nosotros.

En algunas cosas, a mí Afganistán me recuerda a la España republicana. Es como un ensayo de la muerte. En un país, como era el nuestro, atrasado y estratégico. Aquí vino Hitler a bombardear Gernika, Valencia y Madrid. Éramos una especie de laboratorio donde ensayar las modernas formas de guerra. No importaba que muriéramos. Éramos los afganos de la época: seres ignorantes y prescindibles sobre los que practicar un ensayo clínico de nuevo armamento fascista. Se lo explicaba muy bien Robert Jordan a María en Por quién doblan las campanas: no vengo a morir por tu pequeño país, María; vengo a morir para evitar el ascenso del fascismo.

El problema de Afganistán, como el problema de España en la República, fue que en determinada época se consagró un gobierno socialista y feminista, que dio derechos a las mujeres, que redujo drásticamente el analfabetismo en pocos años. Y, como en España, la contrarrevolución se inició por impulso de la oligarquía y de la iglesia (en este caso islamista). Y si leéis un poco la historia de España y de Afganistán, hay un rasgo común: los primeros que fueron juzgados y ejecutados en los dos países fueron los maestros.

Cuando me hablan de democracia, yo no entiendo como los demócratas consentimos estas barbaridades. Al final, no somos mucho menos yihadistas que los señores de la droga afganos con los que ahora Europa dice que tendrá que negociar. Mientras, sigue el bloqueo a Cuba con 184 países de la ONU en contra año tras año. Cuba seguirá bloqueada, pero ya occidente reconoce más o menos al nuevo gobierno de Afganistán. A nuestro monstruo doméstico.

No tenemos ni siquiera que negociar con los narcos talibanes. Ya hemos negociado. Ya le hemos dado el poder a los que mueven el 90% de la heroína del planeta. Son nuestros amigos. Son ricos. Son guapos. No lo eran los que otorgaron derechos a las mujeres en Afganistán. Esos eran asquerosos socialistas.

A medida que más avanza el derecho a la información, los llamados civilizados nos volvemos más ignorantes y obviamos estas cosas. La culpa no es de los talibanes, chaval. Mira esa mierda de wikipedia y a ver si nos enteramos. A los talibanes los has puesto tú. Con tu voto.

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