Rosas y espinas

Revilla y Vox

Revilla y Vox
(I-D) El presidente de Vox, Santiago Abascal; el portavoz parlamentario de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, y la secretaria general de Vox en el Congreso, Macarena Olona, en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados, a 14 de diciembre de 2021, en Madrid, (España).- Ricardo Rubio / Europa Press

Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, practica una campechanía inusual en nuestro zoo político, no solo por el hecho de que te regale siempre latas de anchoas. Ahora acaba de advertir de que "Vox no va a hacer lo mismo que Ciudadanos: suicidarse y dar votos al PP a cambio de nada". O sea, viene a decirle a los de Pablo Casado lo que ya vamos intuyendo hasta los más legos: la voxización de toda la derecha española es ya imparable. Vox ha venido para instalarse, y no se observa en un horizonte cercano la posibilidad de un gobierno de derechas en España sin su tóxico concurso.

La situación en la que queda el español conservador medio de ideas moderadas es compleja: sabe que votar al PP es también votar a Vox. Que es una de las variadas razones por las que el votante de Ciudadanos dejó de apoyar al presuntamente moderado y centrista ciudadanos. No se puede ser centrista y pasearse del bracito de Javier Ortega Smith, como pretendían los muchachos de Inés Arrimadas.

El PP ha vivido siempre muy cómodo con la barriga electoral llena con los votos ultra y filofascistas que sobrevivían ocultos en la sociedad española, que son muchos. Aunque una cantidad enorme de estos filofascistas ni siquiera saben que lo son. Se les reconoce en las cenas de navidad porque son los que sacan, jacarandosamente, el tema de las feminazis, o el de la defensa del asesinato cruel de un toro como cultura, o la honradez de nuestro rey nuevo (que era beneficiario sin saberlo de los choriceos del padre, pobrecito mío).

El problema es que aquella ultraderecha en la sombra ahora tiene nombre, siglas y apellidos, y no se esconde bajo las alas de la gaviota pepera. Vox es una versión secesionista de aquella "derecha sin complejos" que reivindicaba José María Aznar. Lo que pasa es que se ha desacomplejado tanto que Pablo Casado les parece un demonio casi bolchevique. Y lo que es peor: inofensivo.

Tardaremos tiempo en darnos cuenta de la verdadera dimensión que alcanzará nuestro blanquear el fascismo voxiano desde medios de comunicación y partidos conservadores. Porque, a diferencia de otros países europeos que también sufren a los ultras, aquí los fascistas, los nazis, ganaron una guerra. Y el orgullo, el ardor guerrero de los vencedores sigue intacto en el cerebro de sus bisnietos ideológicos. Aunque se hayan escaqueado de hacer la mili.

España se ha condenado a sí misma a no tener, en mucho tiempo, una derecha razonable y civilizada. A no ser que al PSOE se le llegue a pasar por la cabeza, en algún futuro más o menos lejano, la idea de aceptar una gran coalición con los populares. Experiencias semejantes en otros países demuestran que de estos maridajes solo sale reforzado el partido más conservador, llegue al gobierno o no como fuerza más votada. Porque la socialdemocracia moderna es muy fácil de seducir por los cantos neoliberales. Para eso se inventaron las puertas giratorias.

Desde la llegada de Vox, el trabajo en el Congreso, en los parlamentos autonómicos y en los ayuntamientos se ha emputecido de manera flagrante. Hay veteranos cronistas parlamentarios que nos cuentan en las teles que estos espectáculos sucedían también en otras épocas. Pero no es cierto. Entonces eran conflictos puntuales, no esta constante anulación de los mecanismos institucionales de nuestra democracia, que Vox practica con desparpajo montando broncas allá donde consigue una silla de poder.

Todas las encuestas nos vienen a confirmar que Vox mantendrá una cincuentena de escaños. Porque no se va a suicidar como Ciudadanos, asegura Revilla. Y yo creo que con razón. C's no tenía ningún contenido político, algo que le sobra a Vox, que con dos o tres ideas simples y perversas llenan el cerebro de sus deshumanizados votantes. Esa gente a la que muchos vais a sufrir en la cena de fin de año, en el trabajo y en el fútbol. Esa gente que ha venido para quedarse, como dice Revilla. Y esto no se arregla con una lata de anchoas del Cantábrico, presidente.

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