Todo es posible

Los venenos que respiramos

Estoy convencida de que pronto me acostumbraré a conducir a 110 km/h
por la autopista que más frecuento, a pesar de ser tan enorme y solitaria que permite pisar el acelerador un poco más de la cuenta. A lo que no me acostumbro es a respirar el polvo atmosférico de mi ciudad, compuesto, según los expertos, de numerosas sustancias químicas y microorganismos perjudiciales para la salud. En Madrid y Barcelona hemos sufrido en febrero un alto grado de contaminación por la pésima calidad de un aire cargado de dióxido de nitrógeno.

Que las estaciones de medición digan lo que quieran, pero yo me fío de mi alergia, mi garganta y mis pulmones. Supongo que comparto los mismos síntomas con millones de ciudadanos, víctimas de los estragos provocados por las bacterias, los hongos y los virus que flotan en la atmósfera. Mi coche, motor diésel, también hace sentirme culpable. Cuando lo compré no sabía que estaba contribuyendo a envenenar el aire más de lo debido. En mi barrio hay moléculas de cocaína en suspensión, creo que en cantidades ínfimas comparadas, sobre todo, con las sustancias venenosas procedentes del tráfico y de los materiales de construcción para las obras.
En resumen, que estoy afónica y espero que llueva para recuperar plenamente la voz. Mientras tanto, voy firmando manifiestos (www.100percent.org.au)
que caen en mis manos a favor de reducir las emisiones de CO² y de promover las energías renovables. Si se toman ahora las medidas correctas, con un poco de suerte, el cambio se verá dentro de 40 años. De momento, me conformaré con la lluvia.

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