Todo es posible

El hombre y otros animales

Llevamos un mes atiborrado de sucesos sobre violencia machista. Un hombre mata a su esposa con un arma de caza porque ella le dijo que quería divorciarse. Otro confiesa que ha matado a una brasileña quién sabe por qué. Supongo que la misma sinrazón que habrá llevado al otro congénere a apuñalar a una dominicana. Y así sucesivamente. No es momento de entrar en estadísticas ni en datos truculentos. Sólo quiero insistir en la evidencia de que las mujeres sufren violencia machista en todas partes. Es un error pensar que se trata de un residuo atávico propio de sociedades machistas o de ambientes marginales. Los asesinos son de cualquier nacionalidad o clase social. Cada tradición tiene su particular arma homicida. Lapidan en Afganistán, pero también matan en Suecia, como nos recuerda Stieg Larsson.

La brutalidad se oculta y se disfraza dentro de la rutina de la vida en pareja. La agresión a las mujeres está solapada tras una multitud de justificaciones aberrantes. Para combatirla, hay que hacerla bien visible y, sobre todo, educar a los niños para que aprendan a controlar el poder y la fuerza.

Detesto que comparen a los asesinos de mujeres con animales salvajes. Nuestros parientes más cercanos pueden darnos lecciones sobre prevención de conflictos y su aversión a la violencia. No me refiero a otras especies, pero los machos bonobos ni se matan entre ellos ni intentan dominar a las hembras. Sería una larga historia entrar en detalles, así que retomo el hilo para concluir que no tiene sentido llamar animales a los hombres que matan a las mujeres; su fiereza es sólo un rasgo aberrante de su humanidad.

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