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Picotazos en Torrelavega

Estoy en el autobús, mamá, que vamos a Torrelavega, que están en fiestas", dicen por un móvil delante de mí. Suena alegre, como a promesa de éxito seguro. Vamos allá en busca de las ventajas de las fiestas de los pueblos frente a las de las ciudades. El personal está mucho más entregado a la causa festiva, en cuerpo y alma, y no se lo toman sólo como "un pedo más".

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Lo mejor de todo es que se ha añadido una pequeña preciosidad a la alineación titular de la noche, formada en esencia por los compañeros que cubren los cursos de la UIMP en Santander. Hay que intentarlo. Es evidente que no estoy pasando por el mejor momento de mi carrera deportiva, pero la única forma de recuperarse que tienen los delanteros fuera de racha es seguir chutando a puerta.

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Primer tiempo. Nada más comenzar el encuentro, hago un buen acercamiento al área rival. En la feria, ella finge un inusitado interés por los peluches de las casetas. Cual Robin Hood de pacotilla, me juego mi honor ante la damisela lanzando dardos sin tan siquiera mirar al panel. El premio, un peluche en forma de Sugus. Qué cosa más bonita, seguro que nunca le han regalado algo semejante. Obligado en una feria: batirse en duelo en los coches de choque contra los macarras locales. Tengo las de perder. Un golpe a traición me causa la primera lesión del partido: la muñeca medio rota –todavía me duele al moverla, los dedos también– y tendré que jugar hasta el final infiltrado a base de copazos.

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Segundo tiempo. Los bares están tan abarrotados como cabe suponer, espacio reducido para mis filigranas. Al final nos hacemos sitio junto al baño femenino de un local. No se puede decir que fuera mi mejor partido: hago que se ría un par de veces, consigo su e-mail –ahora ya también su móvil–, un par de bromas subiditas de tono... y poco más. "Es que se te ve venir", me diría después su amiga. "No me jodas, ¿no se trata de eso?". En el pasillo de salida del bar, organizamos una conga. Deben ser pasadas las cinco y la gente no está para retar su sentido del equilibrio: dos personas se me echan encima y paro la caída de los tres cuerpos contra el suelo, naturalmente, con la muñeca jodida. Duele.

Prórroga. Ya ha amanecido y hay que volver a casa. En la estación de autobuses, le montamos un early morning show a unas jovencitas que esperaban aburridas. Ya en el bus, termino de cagarla con un repertorio ina-gotable de sandeces dedicadas a esta joven de ojitos inquietos.

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Reacciones en rueda de prensa. Al día siguiente, el grupo se vuelve a reunir para glosar –en la playa y de pinchos– las aventuras del día anterior. "A ver qué pones en el periódico", amenaza ella, "que mando a mi novio a buscarte con una escopeta". Estaré en Bilbao... dos días.

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