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Bronce en salto al pilón

El que quiera que le tiremos ahora, que levante la mano". Son pasadas las 3 de la mañana y hemos regresado al local de la peña para repostar gasolina mientras se toma su descanso la Orquesta Bang-kok. Allí ha surgido de nuevo el asunto de tirarme al pilón del pueblo: la sentencia estaba dictada, sólo faltaba que el verbo se hiciera carne. Mayoría de brazos en alto, no tengo escapatoria. La hora es ideal, dado mi trancazo y lo poco que refresca en la provincia de Teruel durante la madrugada.

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La mejor estrategia para afrontar esta circunstancia es la de fingir una resistencia moderada. Hay que fingir resistencia porque si no no es divertido y los lugareños preferirán dejarlo para otro momento en el que no lo esperes o no estés tan preparado. Pero hay que resistirse moderadamente, y así tendrán la cortesía de dejar que elijas tu ropa de baño. En mi caso opté por el conjunto desnudo salvo calzoncillos y calcetines. Conviene cubrir las partes pudendas, pues estamos en medio del pueblo. Y lo de los calcetines se explica con tan sólo echarle una ojeada al fondo del pilón: una gruesa capa de mierda verde que probablemente transmite enfermedades más salvajes que el ébola únicamente con pisarla.

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Los jueces le otorgaron un 9,6 a mi técnica y un 9,9 a la ejecución artística de mi lanzamiento. Por suerte, no me realizaron ningún control antidoping al salir del agua: me hubieran retirado la medalla por ir claramente dopado.

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A la mañana siguiente, tengo la suerte de que una pareja de preciosas gemelas me ahorre el billete de autobús para salir de Pozuel. Estoy absolutamente destrozado después de tres jornadas intensivas de festividad popular. En el parte médico, a mi muñeca rota y el resfriado se suma ahora la rodilla. Funciona como un reloj: hace tic-tac cada vez que la muevo. La última prueba en este pueblo había sido la tradición de las tortas; aguantar de farra hasta la mañana, que es cuando una charanga nos acompaña a los borrachos casa por casa, asaltando a los dormidos para conseguir dulces, en caso de ser mayores, o colarnos en sus camas, como hicimos con los más jóvenes. Mi desayuno consistió en mojar magdalenas en orujo de hierbas:
una ocurrencia digna del mejor Ferran Adrià.

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Buscando más juerga, he venido hasta Soria. No está en fiestas, pero seguro que tiene una vida nocturna de lo más alocada un lunes y un martes. En serio, necesito un respiro y apenas piso la calle en la ciudad a la que le cantó Machado. Pero mi instinto no falla y de camino vi que en Tarazona empiezan sus fiestas: allá vamos. En la tele veo los anuncios de coleccionables imprescindibles (soperas en miniatura del siglo XIX...) y la vuelta al cole de El Corte Inglés. En otra época, odiaba esos anuncios. Ahora me encantan, porque mi cama está ya mucho más cerca.

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