Juan Antonio Aguilera Díaz, antropólogo y activista del Movimiento Integral y Democrático
La humanidad es inocente y no hay ni puede haber culpa alguna en el hecho de no haber sabido que debía conocer y superar los condicionamientos que se exponen en los anteriores párrafos, puesto que nuestros ancestros no sabían (ni podían saber), que eran entidades que estaban empezando a evolucionar como seres libres en la doble bipolaridad de la ENERGÍA UNIVERSAL, y que como tales, tenían necesariamente que ignorar la necesidad de llegar a un umbral suficiente de evolución para saber lo que hacían.
(Germán Martín Castro: Alternativa y Liberación, cap. 13)
Para un país como España, de tradición imperial y colonial, no debe resultar fácil pedir perdón por los genocidios y etnocidios que ha cometido en los últimos cinco siglos. No es la historia que nos han contado. Tampoco lo contrarrestan los medios de comunicación pública, salvo excepciones como las series Isabel (2012) y Carlos, Rey Emperador (2015) de Televisión Española. Con las licencias propias de la producción televisiva, describen la esclavización que sufrieron los indígenas que trajo Colón a España y las atrocidades bajo el mando de Hernán Cortés, así como la lucha -prácticamente solitaria- de Fray Bartolomé de las Casas.
Los indígenas americanos, en palabras de Lévi-Strauss, "se preguntaban si los españoles recién llegados eran dioses u hombres". Como pronto comprobarían, eran dioses, pues disponían de la vida y de la muerte. En estos cinco siglos largos, los europeos hemos cometido actos que hoy pueden calificarse sin ambages de genocidio sobre los pueblos originarios de América: Masacres genocidas; guerra biológica; difusión de enfermedades; esclavitud y trabajos forzados; desplazamiento de poblaciones; deliberada inanición y hambruna; educación forzada en escuelas para blancos. Estas atrocidades han variado según la época, las condiciones concretas y la potencia invasora, que establecieron distintas estrategias destinadas a la conquista y explotación de aquellas tierras. En la América hispana el desastre empezó pronto; en la primera isla que pisamos, la Española (actual República Dominicana y Haití), fueron exterminados decenas de miles de indios. Debemos aceptar la expresión "fueron exterminados" y no "murieron", como se endulza a veces, viendo el comportamiento de los conquistadores. "Masacraron a todos los que encontraron allí, incluidos niños pequeños, viejos, mujeres embarazadas" (Bartolomé de las Casas). Quienes sobrevivieron fueron esclavizados para trabajar en las minas, los campos o servicios sexuales. La población decayó de ocho millones a 20.000 en apenas tres décadas.
Como en primera instancia el recurso más valioso eran los metales preciosos, oro y plata, para enviarlos a la corte y financiar lujos, guerras y el imperio, la minería fue una actividad primordial. Las minas se convirtieron en una máquina de destruir vidas. En Cerro Rico (Potosí, Bolivia) murieron millones de indios, así como esclavos africanos, siendo considerada posiblemente el mayor cementerio del mundo tras estar activa doscientos años. No es de extrañar, porque las letales condiciones de trabajo hacían que la esperanza de vida fuera de tres a cuatro meses, igual que en el trabajo forzado de la manufactura de caucho sintético de Auschwitz en 1940. Según Fray Toribio de Motolinía, los cadáveres se acumulaban en las calles, el hedor producía peste, y las bandadas de pájaros que venían a comérselos "oscurecían el sol".
En marzo de 2019, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, envió cartas a Felipe VI, rey de España, y al Papa Francisco, solicitando una revisión histórica para avanzar en una reconciliación entre naciones. "Sobre todo, que se reconozcan los agravios que se cometieron y sufrieron los pueblos originarios". El mandatario mexicano se encontró la negativa por respuesta. Incluso en forma de sátira por parte del expresidente español José Mª Aznar, a cuento del nombre de López Obrador ("Andrés por la parte azteca, Manuel por la maya...").
Por alguna razón que hay que estudiar con detalle, viendo qué factores culturales, sociales, etc. influyen, en otros países no cuesta tanto reconocer los errores. En 2008 el primer ministro de Australia emitió una disculpa formal por las generaciones perdidas de los niños aborígenes que fueron sacados de sus tribus a la fuerza e internados en colegios para blancos. En 2004, un representante del gobierno alemán asistió a una ceremonia en Okakarara, en Namibia, para honrar a los Herero aniquilados por la ocupación alemana, reconocer la culpa y pedir perdón. En 2022, en Canadá, el papa Francisco pidió perdón por los abusos sufridos por niños indios en internados católicos. Reconoció que "muchos miembros de la iglesia han cooperado en la destrucción cultural y la asimilación forzada". En 2019, el gobernador de California mantuvo una reunión con decenas de líderes indígenas y pidió perdón por la historia de "violencia, maltrato y negligencia" contra los pueblos indígenas. En 2021, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se presentó ante la comunidad yaqui para "pedir perdón en nombre del Estado por los atropellos que han vivido a lo largo de siglos". También el presidente francés ha considerado que las torturas durante la ocupación de Argelia (1830-1962) fueron "un crimen contra la humanidad". El presidente turco Erdogán ha pedido disculpas por la muerte de armenios. Japón ha reconocido las matanzas en varios países e indemnizado a las esclavas sexuales.
España no parece estar madura para este tipo de reconocimientos. En 2019, la negativa "firme" del gobierno de Pedro Sánchez (PSOE) fue aplaudida por toda la derecha política. Cuando el papa Francisco sí reconoció en 2021, en carta a los obispos mexicanos, que la Iglesia Católica había cometido "errores muy dolorosos", la derecha española se revolvió. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se dijo sorprendida de que "un católico que habla español hable así", y añadió que España había llevado la "civilización y la libertad" a América. En estas declaraciones se condensa gran parte del mencionado sentido imperial español y su carga de "misión histórica" de la Conquista. En primer lugar, por la expansión del catolicismo, que fue uno de los elementos clave, tanto a nivel de objetivo como de ideología justificadora. Después, por supuesto, abunda en la consabida argumentación de la supremacía de la "civilización" (occidental, europea) sobre el "salvajismo" indígena. Ignorando que tampoco la civilización occidental es apta para la correcta evolución de la persona, como está demostrando Martín Castro. ¿Qué decir respecto a "la libertad"? Libertad para ser exterminados, esclavizados, expoliados, colonizados. Un eufemismo de "capitalismo", para enmascarar los destrozos que las empresas transnacionales (algunas españolas) siguen provocando en los territorios indígenas.
A pesar de tales incoherencias lógicas, amplias capas de la población admiten y apoyan ese discurso y se irritan cuando escuchan que se hicieron cosas horribles que hay que reconocer y enmendar. Y seguirán encastillándose porque al poso de la educación franquista se le está sumando un nuevo estrato que lo refuerza, formado por una visión nacionalista española combinada con un alto porcentaje de educación concertada confesional. España tardará mucho en pedir perdón por sus crímenes.
Comentarios
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