Detrás de la función

Las finanzas nos vuelven a robar la realidad

En 1928, el sociólogo estadounidense William Thomas imaginó un país en guerra civil, en el que se firmaba una declaración final de paz. Sin embargo, la noticia no llegaba a una de las islas del Estado. Los habitantes insulares, al no enterarse de la buena nueva, continuaban combatiendo y matándose entre sí. Estos guerreros desconocían la última y más reciente ‘definición de la realidad’, y ello estaba provocando efectos reales: seguía muriendo mucha gente a pesar de que, oficialmente, ya no había guerra. Han pasado más de ochenta años de la formulación del conocido como ‘Teorema de Thomas’: "Cuando la gente define algo como real, acaba siendo real en sus consecuencias".

De la misma manera que los guerreros del islote, los Estados occidentales, una vez salvado el sistema financiero, se encontraban luchando contra la Gran Recesión, sin enterarse de que esta había terminado, para transformarse en algo diferente. Los ataques a la deuda pública griega, portuguesa o española en la primavera de 2010 supusieron los fuegos artificiales de la nueva configuración de la ‘realidad’: ya no había que continuar trabajando para recuperar el empleo, la producción o para cambiar de modelo; la siguiente tarea consistía en adaptar los Estados-nación a las exigencias de los mercados financieros y de las instituciones internacionales vinculadas en cierto modo a estos.

Como profecía autocumplida, las naciones europeas anunciaron los planes de austeridad más ambiciosos desde el final de la Segunda Guerra Mundial -solo que sin Plan Marshall después-. El problema quedaba definido de otra manera totalmente distinta a la inicial: la causa de la debilidad económica no venía producida ya por la inestabilidad del sistema financiero, sino por los excesivos gastos públicos y servicios de bienestar de los estados occidentales, generadores de déficits públicos y falta de competitividad para el nuevo escenario. Los líderes políticos nacionales, en un principio escogidos por los ciudadanos, parecían ahora literalmente exudados de los mecanismos financieros, que imprimían el ritmo de los nuevos acontecimientos-realidades. En este contexto, la entrevista del presidente Zapatero con los ‘tiburones’ de Wall Street parecía una ironía macabra, pero representaba un cuadro perfectamente claro de lo que estaba sucediendo ‘realmente’ en esos momentos.

Nos quedaba Estados Unidos, con un presidente luchando entre dos épocas. El Gobierno de Obama, con un plan de estímulo de la demanda bastante más ambicioso que los europeos, estaba consiguiendo hacer avanzar a la economía a más del 3%, pero sin la fuerza suficiente para reducir un desempleo que se aproximaba a los dos dígitos. La Administración demócrata parecía estar desafiando la sabiduría convencional económica al situar el empleo como el principal problema a afrontar, ofreciendo un modelo de crecimiento opuesto al europeo para superar esta situación.

Pero el enorme volumen de deuda, el persistente paro y la timidez en las reformas del Ejecutivo federal han terminado por reducir sus apoyos a izquierda y derecha del espectro político. La nueva realidad también se había filtrado en el oasis estadounidense: Paul Volcker, creador del ‘shock’ financiero que en 1978 inauguró la orgía neoliberal, diseñó una reforma de las finanzas tutelada por el ex Goldman Sachs Timothy Geithner y rebajada en el Congreso y el Senado. La desilusionante normativa sanitaria y la dramatización de los republicanos han terminado con una derrota parlamentaria que sitúa a los EEUU en la senda de los Estados europeos, con la amenaza además de mantener una guerra de divisas, suerte de arma nuclear económica y financiera en un momento de extrema debilidad.

La derrota del presidente demócrata es un retroceso político, pero también un síntoma de cómo siguen profundizándose las "reformas" iniciadas en los años ochenta. Los resultados en las urnas parecen efectos colaterales, consecuencias de cómo sigue cambiando el centro de las decisiones y la correlación de fuerzas: los nuevos líderes políticos ‘elegidos’ resultan ser, como en el caso de Cameron o Merkel, los más adecuados para que la economía financiera continúe prevaleciendo sobre la productiva. Y los que se opongan a las nuevas prioridades -o no tan nuevas- se encontrarán con la amenaza de quiebra estatal, aunque esta nunca llegue a producirse. Hace ya décadas que nos robaron el empleo y ahora nos han quitado la realidad. ¿Por cuánto tiempo continuaremos jugando en su tablero?

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