Al sur a la izquierda

Se equivocó la paloma

Los tiempos son tan malos y el horizonte tan negro que cada vez es mayor el número de personas que tienden a pensar que los políticos son nuestra pesadilla, sin advertir que nuestra verdadera pesadilla sería justamente la contraria: un mundo sin políticos. O para ser más precisos: nuestra pesadilla sería no un mundo sin políticos, puesto que la existencia del mismo es metafísicamente imposible, sino un mundo gobernado por tipos que hubieran hecho creer a la gente que ellos no eran políticos. Franco, por cierto, era uno de ellos. Como lo era Jesús Gil. Digámoslo de nuevo: gobernar es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Y como tiene que hacerlo y además puede hacerlo, lo hace. Vaya si lo hace. Lo único que cabe determinar es quién será ese alguien, no si existirá o no, puesto que siempre existirá.

A estas alturas ya deberíamos saber que los políticos más peligrosos son aquellos que dicen no ser políticos, aquellos que dicen que van a acabar con la política. Son los más peligrosos porque le hacen creer a la gente que es posible acabar con la política y sustituirla por algo distinto. Por supuesto, ese algo distinto son siempre ellos mismos. El poder es algo que, por definición, siempre es ocupado por alguien. Sólo cabe determinar por quién es ocupado y, sobre todo, cuáles son las reglas que rigen esa ocupación.

Nuestro problema últimamente es que los políticos no han hecho bien su trabajo y por eso hay tanta gente que quiere echarlos. Y tiene buenos motivos para ello. Pero buenos motivos no son buenas razones. Los tiempos son tan malos que es natural que queramos echarle a alguien la culpa de lo que nos pasa. Nos ocurre a los ciudadanos con la política lo que le sucedía a la célebre paloma de Kant con el aire: "La ligera paloma, que siente que la resistencia del aire que surca al volar libremente, podría imaginarse que volaría mucho mejor aún en un espacio vacío", escribía el sagaz filósofo. Como diría Alberti: se equivocó la paloma, se equivocaba.

Acorralados por la crisis, los ciudadanos somos hoy esa paloma equivocada y un tanto ilusa. Y si nosotros somos la paloma, el aire es la política. El aire, ciertamente, opone resistencia al vuelo de la paloma, pero sin aire no hay vuelo posible y sin vuelo no hay paloma que valga. No podemos prescindir del aire, que es la política, porque hacerlo sería letal para nuestra supervivencia. Lo que sí podemos hacer es exigir que no está contaminado, reclamar que sea limpio y transparente. Y poner los medios para que lo sea. Tenemos que mejorar el aire, no acabar con él. Aunque, para empezar, no estaría mal que el propio aire empezara a poner algo de su parte.

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