Al sur a la izquierda

La guerra no ha terminado

Este semana el Gobierno del PP ha aprobado la nueva ley de educación que el próximo Gobierno del PSOE derogará nada más tome posesión. Con la ley del aborto ocurrirá lo mismo. Y algo parecido puede que le espere a la nueva ley de costas. Tales leyes durarán lo que dure el Gobierno que las propugna. ¿Por qué impulsa la derecha leyes que probablemente sean volteadas por el siguiente Gobierno de signo político contrario? Seguramente porque algún cráneo privilegiado la ha debido convencer de que estos tiempos de crisis económica feroz son ideales para que un Gobierno cambie todo cuanto le venga en gana, dado que la gente tiene la cabeza puesta en otras cosas y apenas prestará atención a las tropelías gubernamentales.

Pero, de entre todas las que viene imponiendo, la ley sin duda más significativa políticamente es la de educación. Más incluso que la del aborto. Esta última es antes que nada un anacronismo, un disparate, una antigualla, una bofetada a las mujeres, un absceso inesperado en la castigada piel de la modernidad de un país que siempre tuvo un elevado porcentaje de sus élites que nunca quiso ser moderno. La ley de educación es otra cosa: es la demostración más cruda de que la guerra no ha terminado; pero no la guerra en sentido figurado, sino la guerra en sentido literal, la guerra nuestra, la de toda la vida: la guerra civil.

Esta ley de educación que mete la religión por la puerta grande de los colegios será, naturalmente, un fracaso. El consenso no garantiza el éxito de una reforma educativa, pero la falta de él sí que garantiza su fracaso. Y esta ley no es solo que nazca sin consenso, es que nace despreciando la idea misma el consenso. Es el tipo de ley que demuestra que la guerra civil no ha terminado, que tenemos una derecha para la cual el laicismo o la aconfesionalidad del Estado son moderneces que nada tienen que ver con el ser de España. Es la demostración de la cerril fidelidad de la derecha a sí misma, pues eso es lo que pensaba la derecha hace ochenta años y por lo cual se dedicó desde el minuto uno a conspirar contra la República. Es la misma derecha que nunca aceptará la ley de memoria histórica, cuyo fracaso estrepitoso tiene que ver con muchas cosas, pero la principal de ellas es que la derecha española está íntimamente en desacuerdo con dar cristiana sepultura a los miles de españoles enterrados en las cunetas porque piensa que si los mataron como los mataron y los enterraron como los enterraron es porque se lo merecían. Se lo merecían entonces y se lo merecen ahora.

¿Donde está en España la derecha normal? Pudiera estar, si acaso, en Cataluña y el País Vasco pero es como si no estuviera, puesto que la derecha vasca y la derecha catalana no ejercen de derecha española ni son asimilables a ella, y además están en la cosa patriótica suya, la cual es, a su vez y por otra parte, una demostración más de que la guerra civil no ha terminado. Aparte del económico tenemos un problema histórico, político y sociológico que no hemos resuelto: es el problema de que aquella maldita guerra civil iniciada hace casi un siglo no acaba de terminar de una maldita vez.

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