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Chico listo busca bacteria superdotada

MICROBIOGRAFÍAS // JORGE BARRERO

Kartit Madiraju vive en Canadá. Ella, Magnetospirillum magnetotacticum, habita en marismas, pantanos y otras aguas estancadas. A Kartit, como a muchos jóvenes canadienses, le gusta el hockey y el fútbol, aunque no oculta otras pasiones menos frecuentes, como la de escribir poesía o inventar cosas. La habilidad de M. magnetotacticum tampoco es frecuente. De hecho, es tan singular que quienes la bautizaron no pudieron evitar mencionarla en su nombre y apellido. Eran tal para cual...

Kartit tenía 16 años cuando, en 2004, sorprendió a los visitantes de una feria de jóvenes talentos con un generador que obtenía electricidad a partir del magnetismo natural de la bacteria. Es cierto que el proyecto no dejaba de ser un divertimento científico a pequeña escala, pero espero que el lector comprenda mi asombro ante semejante hazaña adolescente. Pertenezco a una generación que en el colegio se dedicaba a cosas bastante más prosaicas. Nada de proyectos científicos, nada de inventos... En su lugar, invertíamos el tiempo en un compendio de tareas absurdas, camufladas bajo el irónico nombre de pretecnología. ¡Pero no nos dispersemos! El caso es que a M. magnetotactium parece que le gustan jovencitos. En la década de 1970 fue otro estudiante, eso sí, mayor de edad, el primero que

sucumbió al magnetismo del microbio.

Dick Blakemore descubrió a esta bacteria durante su doctorado. En una muestra de agua cenagosa, Blakemore observó al microscopio un grupo de bacterias que nadaba persistentemente en el mismo sentido. No lo hacían guiadas por la luz, ni en busca de ningún nutriente, sino orientándose hacia el polo norte magnético. El análisis detallado de estos microorganismos reveló la presencia de una brújula interna –el magnetosoma–, formada por cristales de un mineral magnético que las bacterias acumulan selectivamente. Sabemos el cómo, e intuimos el por qué: hasta el momento, todas las bacterias-imán que se han encontrado necesitan vivir en ambientes con poco oxígeno, como las zonas más profundas de las ciénagas. Con ayuda del magnetosoma, las bacterias se orientan más rápido en la dirección arriba/abajo y localizan con rapidez sus lugares preferidos.

Maridaju no es el único que ha intentado domesticar a M. magnetotactium. Varios científicos en todo el mundo investigan contrarreloj cómo valerse de sus minúsculos cristales de magnetita para diversos fines, biotecnológicos y nanotecnológicos . Quizá, entre todo esos científicos, haya más de un antiguo alumno de pretecnología.

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