En un artículo publicado este jueves en La Razón, el exministro del Interior del PP, Jorge Fernández Díaz, el de las cloacas dirigidas por Villarejo, "la Fiscalía te lo afina" y "el presidente lo sabe", nos hace una relato muy personal de la Revolución de los Claveles, la del 25 de abril en Portugal, el inverso a un golpe de Estado: militares demócratas antifascistas, valga la redundancia, pusieron fin a la represión de la dictadura, conocida como régimen del Estado Novo. Para Fernández Díaz, los militares antifascistas eran "comunistas" y tenían muy preocupado a EE.UU. cuando, en realidad, el propio Kissinger dio la bendición a este alzamiento por la democracia y quien mantenía todas sus reservas y miedos era Franco en España; la que se le podía venir encima no era poca cosa. No me cabe duda, aunque el exministro no diga nada en su artículo, de que a Fernández Díaz no le gusta nada eso de un ejército "comunista", aunque era nada más -y nada menos- que demócrata, lo cual abarca un amplio abanico de posibilidades ideológicas, incluida la derecha.
La misma derecha de este país, no obstante, que va de democrática hasta que las urnas la apartan del Gobierno de España, no acepta PSOE como animal de compañía desde el Ejecutivo cuando el PP/Vox es oposición. Este es un hecho sobradamente demostrado a lo largo de la democracia postfranquista: con Felipe González y "la estabilidad del Estado" tocada (Luis María Anson, 1998), con los atentados del 11-M y el Gobierno de Zapatero, con Podemos e independentistas que amenazan con sus legítimos resultados el poder del PP, con Pedro Sánchez ahora, que se atreve a hacer uso de su mayoría parlamentaria y aprobar leyes que redundan en la configuración de una estrategia fuera de toda lógica derechista y ultra, equivocada o no. "¿Pues no quiere pacificar Catalunya, el imbécil?", parecía que se preguntaba la (ultra)derecha. Inconcebible en un presidente democrático, vaya.
La derecha no solo no sabe perder unas elecciones, sino que amenaza la estabilidad de cualquier Gobierno elegido democráticamente hasta que consigue echarlo; o ese es su objetivo, porque nunca sabremos cuánto del resultado de las derrotas de los gobiernos de González o Zapatero es producto del dopaje cloaquero y desinformativo (incluso, de la financiación ilegal) de PP y Vox y cuánto de la retirada del apoyo objetivo de sus bases por su gestión. En esas misma está un Alberto Núñez Feijóo desatado, que no parará ante nada. Si alguien creía que el otrora moderado iba a frenar la deriva golpista del PP cuando está en la oposición, se equivocaba de pleno. En Galicia supimos enseguida cómo se las gastaba el amigo del narcotraficante Marcial Dorado (¿Dónde están las "explicaciones" que Feijóo reclama a otros sobre esta amistad y sus contratos con la Xunta? ¿Dónde, que yo las vea?)
El PP lleva varios años con un operativo para derrotar al Gobierno de coalición -con Unidas Podemos, primero, y con Sumar, ahora- que va mucho más allá de los cuadros del partido; no quiero restar méritos a estos, que los tendrán, pero ni con todos los estrategas juntos ni con sus líderes supervisando, la formación de Feijóo -ahora, tras un golpe contra el blando Pablo Casado-. Es el control del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), de los medios de comunicación a través de jugosas subvenciones, incluso de la creación y sostenimiento financiero de webs que son fábricas de bulos, manipulación y simplicaciones aberrantes los que conforman la artillería pesada del PP en la oposición. No es nuevo, pero con las aportaciones de redes sociales y tecnología, el resultado es tan potente como dañino.
La antidemocracia, las actitudes golpistas encubiertas a través de los medios y las redes, no son nuevos: los usó y usa Trump, los utilizó Bolsonaro, Milei, Putin, etc., etc. Pero también el PP a lo largo de la democracia, con o sin Vox, que no deja de ser un riñón cojonero de este partido; y no están dispuestos a parar, Feijóo lo dejó muy claro este jueves: con o sin Sánchez, o La Moncloa es suya o nos vamos al carajo en medio del ruido y la furia de togas y bulos. No importa ya lo que haga el presidente del Gobierno el lunes.
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