Dominio público

Lo que queda por hacer: notas para reconstruir la esperanza

José Manuel Jurado, Sabela Rodríguez Vázquez y David Rodas Martín

Diputado de Por Andalucía; educadora social; militante del movimiento cultural Xexi Body Milk

Imagen del documental 'Somos Tribu', sobre una asociación vecinal en Vallecas.
Imagen del documental 'Somos Tribu', sobre una asociación vecinal en Vallecas.

A nadie se le escapa hoy que la izquierda transformadora atraviesa un momento de debilidad en todos los sentidos: debilidad organizativa, programática; falta de cuadros e incapacidad para ocupar espacios que en la década anterior había alcanzado. 

Una década de victorias sin precedentes, de consecuciones que parecían imposibles unos años atrás. Ahora, sin embargo, nos encontramos en una suerte de estado de shock, sin capacidad aparente de imaginar nuevos métodos que nos permitan trascender los límites que aprendimos en un ciclo marcado por arduas contiendas electorales para la disputa de instituciones de gobierno. 

No es nuestro objetivo juzgar las posiciones tácticas que se puedan tomar desde los distintos proyectos electorales, ni siquiera cuestionar su capacidad de profundizar en la democratización del país. Más bien nos proponemos plantear las tareas colectivas de nuestro espacio en lo que queda por venir, ahondar en la ampliación de los límites de lo posible para redefinir tareas programáticas y transformar radicalmente la sociedad. 

Lejos de caer en la ingenuidad, somos conscientes de que el campo militante en España se encuentra actualmente inmerso en la escenificación mediática de luchas internas sin un debate político sólido de fondo. Son derivas identitarias y autoreferenciales, con una alarmante ausencia de organización y movilización social. En este sentido, la descomposición del tejido comunitario y la imposición de modos de vida cada vez más individualizados, es posiblemente una de las mayores victorias en el despliegue de la agenda de las élites a nivel global durante las últimas décadas. Su reflejo concreto en nuestro espacio político son, sin duda, dinámicas atomizadoras, sumidas en esas mismas derivas a las que hacíamos referencia. 


En lo político, las fuerzas populares hemos dejado de interpelar a amplios sectores de la población para convertirnos en una fuente de desesperanza, cuyas contradicciones resultan ajenas y difíciles de comprender para la gente trabajadora de nuestro país. Un repliegue que, en cierto modo, forma parte de la naturaleza de los movimientos político-sociales; pues nada es lineal y ningún proceso de acumulación de experiencia sigue un camino continuo y evolutivo; pero en el que corremos el riesgo de acomodarnos, perder posiciones y fracasar. 

Ante esta situación y frente al determinismo histórico que viene a decirnos que el futuro es distópico y que los intereses de los poderosos siempre se impondrán, que el sistema internacional y diplomático se hunde y conviene aplicar el "sálvese quien pueda", hemos de ser capaces deshacernos de ese pesimismo y volver a creer que todo está por ganar. Debemos repensar nuestras estrategias y acciones para reconstruir nuestras comunidades y garantizar el protagonismo de las mayorías sociales en el proceso político que está por venir, poniéndolo en valor como necesidad táctica, reivindicando otras formas de participación y ejercicio del poder para "andamiar" sobre ellas la legitimidad de nuevos proyectos políticos. Ser capaces de capacitar, formar, dar esperanza y capacidad de mando y acción a miles y millones de ciudadanos para hacer política desde lo concreto y hasta en el último rincón de nuestra tierra.  

La organización popular y la intervención social en los territorios no debe y nunca debió ser un componente estético que acompañe a un proceso o hazaña mayor y al que recurrimos en momentos concretos, como cuando se incluye a la juventud en las fotos de los actos casi como un decorado, pero sin darles voz real en la toma de decisiones. Debemos generar, desde las organizaciones sociales, espacios capaces de problematizar nuevamente la cuestión del poder popular, que pivoten sobre la autoorganización de la gente trabajadora en todas las esferas de su vida cotidiana. Los únicos espacios donde partimos con algo de ventaja son aquellos en los que somos más, donde no llegan las élites, allí donde su presencia es minoritaria: nuestros barrios, pueblos, centros de trabajo, universidades, espacios de creación artística y cultural, administraciones municipales y agrupaciones deportivas. Donde creen que no se les ha perdido nada y desde donde la ciudadanía organizada puede, en realidad, cambiarlo todo. Es necesario que volvamos a tomar conciencia de la enorme fuerza que supone la agencia de capilaridad social de la gente trabajadora organizada y la ocupación del mayor número de espacios posibles. Twitter puede tener su importancia, pero no es, ni de lejos, el espacio más relevante que debemos ocupar como militantes. 


Si algo nos enseñó la década pasada es que, más allá de la inteligencia de una serie de actores que supieron canalizar un sentir popular, lo más importante de todo aquello fue el sentir y el hacer común descentralizado, la toma de conciencia de un pueblo que entendió que sus problemas no eran individuales, sino colectivos, y politizó su realidad cotidiana. Por esta razón, entendemos que es una tarea acuciante e inminente: fortalecer las experiencias concretas de organización de poder popular ya existentes, así como trabajar en la creación y el impulso de otras nuevas entendiendo las diferentes y novedosas formas de participación que ofrece la realidad social de hoy. 

Nuestro pueblo posee una capacidad ilusionante de crear instituciones propias que le permiten sostenerse afectivamente, organizarse, interactuar, buscar lo nos une, reconocerse en experiencias de lucha compartidas e impugnar el modo de vida social que les afecta. Experiencias dispersas, sin un centro concreto, federales, republicanas y municipales aunque no adopten esos nombres ni los tengan que adoptar lejos del foco y donde el pueblo se hace ciudadanía porque empieza a hacer política. Donde el individuo se hace ciudadano por eso mismo: por la tarea común de hacer política para sí y los suyos.  

Se trata de espacios de organización colectiva que nos permiten diagnosticar contradicciones, malestares, conflictos, que sirven de materia común para la politización de la realidad cotidiana y que rompen con la idea de que la política es un asunto de técnicos o especialistas. Dispositivos que nos invitan a la defensa del derecho de nuestro pueblo a hacer política, generando instituciones capaces de cubrir necesidades allá donde el Estado no es capaz o no tiene interés de llegar. Herramientas que alumbran nuevas formas de organizar la vida en común y que demuestran en el presente que otro futuro es posible. 

En esta línea, resulta igualmente imprescindible dotar dichas experiencias de una red de articulación política que logre ensamblar numerosas luchas que hoy aparecen e irán apareciendo atomizadas, fragmentadas, sectorializadas. Unir entre sí todo este saber popular para centralizarlo, sin homogeneizarlo, en un horizonte estratégico común y dotar a su actuar de una perspectiva compartida, pero respetando su necesaria autonomía y sus diversas formas de construcción. Las prácticas aisladas, romantizadas, pueden constituir pequeñas utopías interesantes, pero de no articularse en un proyecto político que reivindica la voluntad de ser gobierno, su recorrido es corto. Más allá del territorio inmediato, la disputa es por una nueva hegemonía y armar esa "retaguardia estratégica" se plantea para ello tanto o más necesario que el desarrollo político de una vanguardia electoral. 

Esta tarea de construcción de poder popular ha de realizarse sin duda desde abajo y desde la periferia, de pacto en pacto, de alianza en alianza, de pueblo en pueblo, de asociación en asociación, pero sin olvidar que las posiciones conquistadas en las instituciones del Estado son también un elemento clave para avanzar en el camino de una distribución más democrática del poder. De hecho, para las fuerzas del pueblo, para nuestro espacio político, sacar hacia afuera los recursos que encierran estas estructuras y con esos recursos democratizar la distribución del poder, debiera ser el principal objetivo por el que acceder a esas responsabilidades institucionales. Olvidar esta cuestión, ha sido quizás uno de los principales motivos que ha impregnado de impotencia a las fuerzas de gobierno a la izquierda del PSOE. 

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