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Ni Dios es perfecto

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de física atómica molecular y nuclear en la universidad de Sevilla 

La última frase de la película Con faldas y a lo loco es memorable: "Nadie es perfecto". El premio Nobel de Física de este año se lo han dado a quienes demostraron en su día lo correctísimo de este aserto, pues si todas las religiones consideran perfectos a su Dios y su obra, resulta que estamos aquí gracias a ciertas leves imperfecciones de ambos.

Cuando se generó el universo (o lo creó Dios, que también así se denomina al magno acontecimiento), se produjeron tres cosas: radiación, espacio y tiempo. El espacio se fue ensanchando portentosamente y el tiempo empezó a transcurrir hasta hoy: han pasado 13.700 millones de años. Lo que ocurrió con la radiación es mucho más interesante y complejo. Fue cuajando en materia en forma de partículas, pero este proceso siempre va acompañado de la creación de antipartículas. Las partículas y las antipartículas se aniquilan entre sí en cuanto se ponen en contacto y se transforman de nuevo en radiación. Un objeto cualquiera, por ejemplo este periódico o el propio lector serían absolutamente indistinguibles de otros hechos de antimateria. Así pues, nuestro universo bien podría estar formado por la mitad de galaxias de materia y la mitad de antimateria. Eso sí, sin contacto alguno entre ellas porque se desintegrarían espectacularmente. Pero resulta que no, que los telescopios de todo tipo muestran algo que, además, corroboran las leyes de la física y los resultados experimentales en los aceleradores de partículas: nuestro universo es de materia, tiene muy poca antimateria y la radiación aún está en la proporción de mil millones a uno respecto a la materia. Conclusión: tras el Big Bang, una ligera imperfección del proceso permitió que, de mil millones de aniquilaciones entre partículas y antipartículas, sobreviviera una de aquellas y ninguna de estas. Y por eso tenemos un espléndido universo hecho de luz, acogedora materia oscura y preciosas galaxias, y no una triste zona de radiación cada vez más invisible y fría. Así pues, demos gracias a que la generación del mundo se llevó a cabo de manera sutilmente imperfecta.

Alfred Nobel dejó escrito en su testamento que el premio anual a otorgar se les concediera a científicos jóvenes que hubieran descubierto o inventado algo importante para el bien de la humanidad el año en curso. Nambu, Kobayashi y Maskawa son tres venerables vejetes que hicieron sus contribuciones a la ruptura espontánea de la simetría, que así se llama a la divina imperfección anterior, hace casi tres décadas. El italiano Nicola Cabbibo y el ruso Andrei Zaharov contribuyeron al asunto más decididamente que los premiados, pero al primero se le ignora y al segundo, ya muerto, le dieron el Nobel... de la Paz. Si nadie es perfecto, ni siquiera Dios, no íbamos a pretender que lo fuera la Academia sueca.

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