Evo Morales llegó al poder en Bolivia en 2006. Lo hizo con un discurso cargado de reivindicaciones indígenas y, desde entonces, ha paseado su chompa por todo el mundo, desafiando a los rígidos cánones de protocolo. Esta defensa a ultranza de la riqueza indígena, de su tradición y sus valores se ha ido ahora al traste.
El detonante ha sido una carretera; la que divide en dos al parque nacional del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure) y que motivó una marcha de protesta hacia La Paz el pasado 15 de agosto. 700 indígenas caminando cientos de kilómetros desde Trinidad para luchar por lo mismo que llevó a Morales al poder, por la defensa de un territorio que les pertenece, de una de las reservas de biodiversidad más ricas de todo el Cono Sur. Los Chimanes, los Moxeños y los Yucaré luchan por su vida, pues la carretera impactaría de tal modo en el entorno que estos indígenas verían amenazada su supervivencia, teniendo que recurrir a la mendicidad en las ciudades próximas.
Evo Morales se ha traicionado así mismo, vulnerando leyes que él promulgó y evitando consultar el proyecto, como establece su ley, con las poblaciones indígenas que viven en la zona (hasta 64 comunidades de tres etnias). Morales tiene miedo. Sabe el calado social que tienen este tipo de protestas y quizás ha sido eso lo que le ha llevado a tachar a la marcha de ser un instrumento de Estados Unidos. Quizás ha sido eso lo que le ha llevado a dar la orden de levantar a golpes y por la fuerza el campamento antes de que la marcha llegara a La Paz. Balas de goma, bombas de humo, gases lacrimógenos, porrazos... todo para someter a una marcha pacífica que nunca se mostró violenta.
Morales se ha equivocado. Lo único que ha conseguido es expandir el movimiento. Como si hubiera querido aplastar una bola de mercurio, al hacerlo, ha creado decenas de bolas más pequeñas que comenzarán a aparecer por más ciudades bolivianas. En el fondo, de lo que parece no darse cuenta Morales es de que vencer a los indígenas es derrotarse a sí mismo... y no a la inversa, es decir, la victoria indígena ya no será la suya propia.
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