El discurso de Bashar al Asad de hoy -el cuarto desde que arrancaron las protestas en las calles de Siria- no ha tenido desperdicio. Siguiendo la estrategia de adormecer a la audiencia por espacio de casi dos horas, sobre todo cuando se ha enzarzado en reflexiones sobre el arabismo, el presidente que dejó de ser líder -otro más en la escena internacional- ha arremetido contra sus enemigos que, prácticamente, son todos, del uno al otro confín, con contadas excepciones.
En realidad, su hilo argumental ha cargado más contra los países árabes que contra Occidente, aunque puestos a repartir, siempre hay para todos. Y es que Al Asad ve en algunos países árabes intenciones más agresivas para con Siria que, incluso, otros países occidentales, con EEUU a la cabeza. Y ahí, ha plantado su frase lapidaria, una de esas 'ideas-fuerza' que Al Asad, educado en los mejores colegios de Occidente, conoce muy bien: "los países árabes que dan consejos sobre la Democracia son como los médicos que recomiendan dejar de fumar mientras tiene un cigarrillo en la boca".
Con la prepotencia de saber que "sin Siria, la Liga Árabe no es árabe", se ha atribuido a él mismo la idea de que acudieran observadores internacionales y ha dejado caer nuevas promesas de reforma. Pero su mensaje ha sido claro e inequívoco: se mantendrá firme tanto en sus ideas como en "los métodos empleados". Los mismos métodos que han conducido a más de 5.000 muertos en los diez meses de represión que se han vivido en el régimen de Damasco. Y los mismos métodos con los que diversos organismos aseguran que se ha manipulado por completo la misión de los observadores.
Sin embargo, Al Asad es inmune a todo esto y hoy no le ha templado la voz al asegurar tajantemente que "hay más de 60 cadenas de televisión que se dedican a dañar la imagen de Siria". Incluso, ha vuelto a repetir, como ya hiciera en diciembre, que la entrevista realizada hace unas semanas en la cadena estadounidense ABC fue manipulada; aquella en la que sostenía que sería propio de un "dirigente loco" haber ordenado la masacre de la que se le acusaba.
Mientras Al Asad clama contra el imperalismo árabe del que se cree víctima -y lo diferencia del occidental-, al otro lado del charco, Mahmud Ahmadineyad y Hugo Chávez luchan "juntos para siempre", según el presidente iraní, contra el imperialismo yanqui. Ambos países han apoyado a Al Asad desde que arrancó el conflicto. Pero hoy se ha producido un punto de inflexión, apenas imperceptible, pero que marca diferencias entre las aproximaciones de ambos bandos. Si Ahmadineyad y Chávez consideran que los países árabes a los que ha acusado hoy Al Asad están al servicio del imperialismo de Occidente, hoy el presidente sirio les ha otorgado entidad propia, ambición genuina, alumbrando dons imperialismos bien distintos. Y eso, de ser cierto, lo cambia todo.
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