Ayer sucedió un hecho en el que, quizás, no todo el mundo reparó. El ganador de la final de tenis de Londres 2012 lucía dos muñequeras con la bandera de su país, que en el sentido estricto de la palabra no es al que representaba. Andy Murray es escocés y esa es la enseña de sus muñequeras, aunque juega por Reino Unido... y aunque Escocia está volcada con su futuro referéndum de independencia.
Nadie protestó y el COI no lo consideró un gesto político. De haberlo hecho, Murray se habría llevado una buena reprimenda. Los símbolos que el COI considera políticos -no los políticos en sí, como vemos- están expresamente prohibidos. Ya le sucedió hace unos días al boxeador australiano Damien Hooper, cuando se le ocurrió mostrar una camiseta con símbolos aborígenes y el COI cargó contra él. Entonces, el diario Gara publicó un duro editorial poniendo más el énfasis en la ikurriña, claro.
Más allá de que sería bueno que la organización editara una Guía de los símbolos políticos, según el COI, ¿deberían poder expresar los atletas libremente sus convicciones políticas? ¿Representan los Juegos Olímpicos la unión entre los pueblos o entre los Estados? ¿O entre las marcas comerciales y los patrocinios astronómicos? Uno podría pensar que si tira del padre de los JJOO de la Edad Moderna, esto es, el baron Pierre de Coubertin, podría hallar respuesta... y se encuentra, vaya si se encuentra.
El serbio Lubodrag Simonovic -algunos le recordarán como el escolta yugoslavo del Estrella Roja de Belgrado en los 70- se pregunta en su Filosofía del Olimpismo cómo es posible que no hayan trascendido los textos de un humanista de la talla de Coubertin. Y se responde él mismo: porque, en realidad, el barón era un defensor del autoritatismo y del colonialismo y un admirador confeso de Hitler y los nazis. Con esos antecedentes, parece prudente que los defensores del Olimpismo -sea éste lo que realmente sea, que ya tiene poco o nada que ver con lo ideado en la antigua Grecia- quisieran ocultarlo.
Más allá de que uno disfrute con las proezas deportivas de los Phelps, los Bolt y las Belmonte, la organización de los Juegos Olímpicos son, hoy por hoy, un reflejo del sistema que hay detrás, que lo sustenta, que lo explota -sí, ese que piensan, el capitalismo-, de los países reconocidos. Si hablarámos de unos Juegos como la unión entre los pueblos, ¿no debería haber acaso un equipo palestino*? ¿No podría competir, al menos en alguna categoría, un equipo saharaui?
Diría, incluso, que se ha perdido una ocasión del lujo para demostrar que era posible organizar unos Juegos reales de la Crisis, unos juegos solidarios con verdaderos valores olímpicos, sin que se perdiera por ello espectáculo deportivo. En lugar de ello, el presupuesto se ha disparado y los beneficios aún están por ver; de hecho, una parte de la ciudad habla de pérdidas en lugar de ganancias. Y mucho me temo que no es sólo dinero lo que se ha perdido.
*CORRECCIÓN: Aunque Palestina no está reconocido como Estado, sí compite como país en los JJOO lo que, por otro lado y en cierto modo, choca con el enojo del COI con el boxeador australiano.
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