Las playas andaluzas se plagarán a partir de hoy de mascarillas. La Junta de Andalucía ha establecido el uso obligatorio de esta medida de protección, tanto en espacios abiertos como públicos. Va a ser complicado soportar con mascarilla los más de 40 grados en Sevilla o pasear por las playas malagueñas sudando la gota gorda. El consejero de Presidencia, Elías Bendodo (PP), se esfuerza por quitarle importancia a la medida porque sabe que está en juego la primera industria andaluza: el turismo y la hostelería.
En una orden de apenas dos páginas, el gobierno autonómico se ventila la interminable lista de casuísticas, dejando a cierta discrecionalidad de las policías locales el régimen sancionador que multa con 100 euros el incumplimiento... algo que no resulta especialmente tranquilizador. El hecho de que no se haga ni una sola mención en la orden al sector de la hostelería no parece casual.
Balancear la protección y el riesgo no es tarea sencilla. Desde los poderes públicos se esfuerzan en hacerlo en términos económicos. Desde que saliéramos del confinamiento, hemos visto cómo gobierno central y autonómicos han ido adoptando medidas para reactivar la economía. Algunas de estas medidas y la celeridad con que se han puesto en marcha han sido más que cuestionables pero, entonces, alguien ponía encima de la mesa el argumento de "la economía no soporta más el parón" y se acababa la discusión.
En nuestra esfera particular sucede algo parecido. El afecto con nuestros seres queridos es lo que el turismo para nuestra economía: algo necesario. A diferencia de lo que sucede en la macroeconomía, este afecto es imprescindible porque no cabe posibilidad de reestructuración de nuestro tejido productivo personal, porque esas muestras de cariño son las que nos mueven, nos levantan, nos recuperan tras meses de aislamiento.
Según el ministerio de Sanidad, las reuniones familiares constituyen el 45% de los 123 brotes activos en España. Nos resta por conocer un 55% de causas que no se ha precisado. ¿Qué aporte a esa causalidad ha tenido la reactivación económica? Quizás mayor que el de las reuniones familiares. ¿Acaso importa?, dirán algun@s porque ese riesgo sí es preciso correrlo para que el PIB no se desplome aún más.
¿Cuánto nos desplomaremos nosotros y nosotras sin esas muestras de afecto? Del mismo modo que las Administraciones asumen como lógico que bares, restaurantes y hoteles han de permanecer abiertos, debería sumir que las reuniones familiares resultan esenciales para el día a día de las personas, especialmente en una cultura latina como la nuiestra. En este sentido, llama poderosamente la atención en cómo se pone el acento en esas reuniones familiares en lugar de analizar dónde se infectó la persona que introdujo el coronavirus en ese encuentro.
Sean prudentes, tengan más que nunca un círculo cerrado de confianza que, por lo general, es el que nos aporta el cariño del que no queremos/podemos prescindir y gestionen el riesgo con más tino del que despliegan las distintas Administraciones a la hora de balancear la compleja disyuntiva economía-salud.