David Bowie dijo hace muchos años que él nunca vendría a actuar a España porque África empezaba debajo de los Pirineos, un insulto feroz que los africanos todavía no le han perdonado. Más allá de la los toros, el flamenco y la Inquisición no sabemos a ciencia cierta qué cosa sea España, aunque queda claro que Europa no y que África tampoco. Ortega y Gasset habló de una nación invertebrada, igual que su apellido, aunque, como casi siempre con Ortega, al final no se sabía si se refería a la estructura del país o a la de sus dirigentes. En cualquier caso, si Italia es una bota de tacón a punto de golpear el balón siciliano, España es una península que hasta tendría rostro humano de no ser porque Portugal obtuvo el divorcio para dejar a huevo la metáfora: la piel de toro, un animal despellejado por los siglos de los siglos.
Esto de ser europeo y al mismo tiempo español es algo complicado, como cantar ópera y comer polvorones a la vez. Carlos V de Alemania, antecesor de Merkel y el primero que intentó la duplicidad, acabó por emplear diversos idiomas para dirigirse a personas y animales según su rango o condición, pero reservó el español para hablar con Dios, lo mismo que Aznar dejaba el catalán para la intimidad.
En Europa nunca supieron muy bien qué hacer con nosotros, aparte de padecernos, y ahora los abogados de la Unión Europea se encuentran con que la legislación española en materia de desahucios se halla unas cuantas décadas retrasada respecto a Kunta Kinte. Como expulsamos a los judíos y los moros a patadas, y gitanos nunca hubo suficientes, pues tuvimos que echar mano de los pobres para que hicieran de negros y se nos fue el santo al cielo, se nos pasó todo el lío ese de la emancipación de los esclavos junto con la Ilustración y la Revolución Francesa. Total, que mucho compararnos con nuestros vecinos del norte, pero resulta que aquí un médico viene a cobrar más o menos igual que una cajera de supermercado en Tolouse, mejor no comparar con un barrendero en Bruselas.
Igual que los primeros viajeros se quedaron boquiabiertos contemplando el espectáculo sanguinario de la tauromaquia, los comisarios europeos se llevan las manos a la cabeza al comprobar que la población española está indefensa ante la barbarie prehistórica de la banca y la justicia hispánicas. También debería considerarse excepción cultural eso de que una pobre anciana tenga que indemnizar al usurero por daños y perjuicios después de haber perdido su propia casa y la del hijo que avaló. Y mejor no protestar mucho, que lo mismo en la letra pequeña de la hipoteca hay un privilegio ancestral que permita colgar a la vieja boca abajo, degollarla y recoger su sangre en una palangana para que el banquero se fría unas mollejas. Para no perder las buenas costumbres, la autoridad competente tendría que retransmitir los desahucios por televisión, para que la muchedumbre aplauda, igual que hace siglos coreaba los autos de fe. No vayamos a olvidar que España es diferente.
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