Siempre se cita aquella célebre pregunta de Bertolt Brecht: "¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?" Y siempre nos faltaba el segundo término de la comparación, porque robos bancarios, lo que se dice robos bancarios, los hemos visto de todos los colores, en el cine y en la realidad, de Bonnie & Clyde a Lehman Brothers; con pistola, con taladradora, con hipotecas; con clientes tiroteados en la sucursal, con muchedumbres de viejecitos estafados, con cadáveres ahorcados en retrospectiva. Incluso hemos presenciado lo inimaginable: el atraco posmoderno en donde el propio banco, cual Matrix desencadenada, toma las riendas del asalto y despluma al montón de panolis que confiaban en él para guardar sus ahorros.
Ahora, por cortesía de Luis de Guindos, asistimos a la segunda parte del símil, lo nunca visto, la fundación de un banco, un acto tan secreto que no aparece en ninguna película de la mafia ni en ningún manual de antropología, ese momento acojonante en que los financieros se bajan los pantalones todos a una para sentar las bases de la usura. Lo llaman el banco malo, un epíteto arriesgado porque supone que hay alguno bueno, pero que básicamente quiere decir que sí, que llevamos razón en nuestras suposiciones, que es mucho peor de cuanto imaginamos.
El banco malo lo están creando por el mismo procedimiento por el que esos doctores locos insuflaban vida en el monstruo de Frankenstein, juntando pedazos de cadáveres de aquí y de allá, pisos deshabitados, locales de gente que se quitó la vida, casas fantasma. Y luego, para animarlo, para darle vidilla, un rayo nocturno, que son gratis, una buena inyección de dinero público. Hay tanto dolor, tanto latrocinio y tanto muerto inocente en esas siglas que van a echar a andar que deberían abrir las oficinas en las cunetas de la guerra civil y la central quizá en la Cruz de los Caídos o quizá en Auschwitz, depende de si quieren que se sepa quién manda.
Lo están creando al modo en que los ingenieros soviéticos diseñaron el Sarcófago de Chernobyl, con toda la mierda radiactiva que quedó diseminada después de la explosión (activos tóxicos los llaman, por si teníamos dudas), venga a meter trozos de cesio y de uranio usando a millares de incautos para que se quemaran vivos y se fuesen muriendo despacio, años o décadas después, traspasados por la miseria.
Ya sé, ya sé que estas comparaciones son odiosas (sobre todo para Frankenstein) y que yo no tengo ni idea de economía, pero parece que nadie domina el tema a fondo, menos que nadie De Guindos, que declaró en 2003 que en España no había ninguna burbuja inmobiliaria y después lo pusieron al frente de la filial española de Lehman Brothers sólo para que la catástrofe fuese un éxito y porque no estaba a mano Paco Martínez Soria.
Comentarios
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