Este verano ni playa ni montaña: la cárcel es el destino de moda. Será la crisis, será un exceso de esnobismo pero la jet, que antes se amontonaba en Montecarlo o en Marbella, ahora prefiere amontonarse en Soto del Real, donde ya cae un sol de justicia. Banqueros, tesoreros, potentados van llegando en tales cantidades como para montar un especial de Corazón, Corazón. Tiene guasa que Bárcenas y Díaz Ferrán se hayan juntado en las duchas el mismo fin de semana en que se celebra el Desfile del Orgullo Gay en Madrid y en que se aprueba la ley del matrimonio homosexual en los Estados Unidos. Si Sara Carbonero no llega a estar en Maracaná tropezando con algún balón perdido, seguro que se viene a Soto del Real a hacer un reportaje.
Entre Bárcenas, Díaz Ferrán, Losada y Cabo pueden protagonizar una teleserie, algo en plan Sexo en Nueva York, pero con cincuentones hablando de sus cosas en un ambiente íntimo. Blesa le habría dado a la teleserie el punto de vista externo y también un toque de nostalgia. Casi con toda seguridad Blesa se habrá arrepentido de su decisión al saber que Bárcenas iba a aterrizar tan pronto: todo el mundo sabe que la fiesta va donde va Bárcenas. No por otra razón se ha quedado Díaz Ferrán, que podía pagar la fianza de 30 millones cuando le diera la gana y todavía le quedaría suelto para el taxi. Las fianzas han ido bajando poco a poco (la de Díaz Ferrán a 5 millones y la de Cabo de 50 a 3 millones) con vistas a dejar habitaciones libres para la temporada veraniega. Ellos piensan, con razón, que todo es cuestión de paciencia y que al final les darán dinero por irse. De momento, mientras piensan cómo vender la cárcel a buen precio, ya han abierto una sucursal de Viajes Marsans en el módulo de respeto. Si el verano sigue a este ritmo, en Soto del Real van a inaugurar un aeropuerto con línea directa desde Suiza.
El caso es que dos de los hombres más poderosos del país (el tesorero supuestamente intocable y el industrial que fue líder de los empresarios españoles) ahora duermen en celdas de delincuentes comunes, dándose un baño de humildad, como si estuvieran descansando en un monasterio. En las cárceles españolas no se veía un choque de esa magnitud desde que el Arropiero, el asesino en serie más famoso del franquismo, coincidió en la misma prisión con el Mataviejas. Los funcionarios pensaban que la cosa podía acabar a navajazos pero al final desembocó en una bonita amistad en la que intercambiaban anécdotas de asesinatos. "Yo mataba de todo" decía el Arropiero, "Hombres, mujeres. Lo primero que encontrase. ¿Y tú?" "No, yo no. Yo sólo viejas".
Muy posiblemente Bárcenas y Díaz Ferrán también hagan buenas migas en lugar de entablar una OPA hostil con los garbanzos del rancho. Con el tiempo compartirán cigarrillos a un interés variable y pasearán juntos por el patio, como Rick y el gendarme francés al final de Casablanca.
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