Llega la campaña electoral y los políticos sacan a la calle todo su arsenal retórico. Intentan demostrar que son seres humanos a base de sonrisas, saludos, achuchones, niños en brazos. Unos, como Albert Rivera, se ponen a abrazar críos y a arreglar injusticias en lugares lejanos, escogidos según rigurosos criterios geográficos, mientras que otros, como Pdr Snchz, empiezan la recolección de votos puerta a puerta, colándose en los hogares al estilo de un vendedor de enciclopedias y pidiendo vasos de agua para refrescar el gaznate. Me recuerda mis tiempos de cobrador de recibos, más que nada porque eran recibos de entierro.
Sin embargo en la política, como en el amor y en la guerra, todo está permitido. Pellizcos, soplamocos, zancadillas, patadas por debajo de la mesa. Y difamaciones, sobre todo, muchas difamaciones, cuantas más mejor. Sobre Podemos llevan meses salpicando acusaciones de financiación ilegal desde el extranjero, a pesar de que los jueces las desestiman una detrás de otra, y lo más gracioso de todo es que provienen de una formación podrida hasta los cimientos, por decirlo sin metáforas. Pablo Casado intentó el otro día agitar el cóctel de Venezuela y acabó poniendo una foto del Congo en su cuenta de twitter. O piensa que sus votantes son imbéciles que no distinguen África ni Sudamérica o a lo mejor quién no lo sabe es él. Hay una tercera posibilidad, la más probable, y es que Venezuela le importe un carajo.
Era difícil caer más bajo que el Cuñado Portavoz, sin embargo, Javier Maroto, vicesecretario de Acción Sectorial del PP, lo ha conseguido. Hace falta tener sentido utilitario para aprovechar los cincuenta cadáveres todavía calientes de la matanza de Orlando, más el medio centenar de heridos, y embutirlos en un bocadillo electoral sólo para pescar más votos. Cuando Iñigo Errejón condenó sin paliativos la masacre, Maroto se apresuró a señalar la hipocresía de la supuesta financiación iraní de Podemos, recordando que en Irán cuelgan homosexuales de las grúas. La hipocresía, por supuesto, es toda suya, que bien que se calló cuando el pasado septiembre tres ministros amigos suyos fueron a hacer negocios a Teherán junto a un montón de empresarios españoles. Entonces no le importaba mucho que allí colgaran homosexuales de las grúas, debe de ser porque el dinero es más importante que sus principios.
Maroto, gay oficial del PP, se encuentra en la misma trampa ideológica que este pobre negro que lleva el pecho tatuado con la cruz gamada y levanta el brazo haciendo el saludo nazi. Su condición sexual va directamente en contra de su cargo en un partido que ha hecho bandera de la homofobia durante décadas y que ha coreado, financiado y promovido una corriente de pensamiento neomedieval que identifica la homosexualidad con una enfermedad mental. Maroto pudo casarse gracias a una ley que su partido intentó impugnar ante el Tribunal Constitucional, lo mismo que recurrieron en 1981, cuando todavía se llamaban AP, la ley del divorcio, y en 1983, la ley de despenalización del aborto. No me extrañaría lo más mínimo que Margallo, Soria y Pastor hubieran ido a Irán a vender grúas.
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