Dominio público

Grecia: austeridad o democracia

Pablo Bustinduy

Coordinador del equipo de Podemos en Bruselas 

Pablo Bustinduy
Coordinador del equipo de Podemos en Bruselas 

Grecia lleva cinco años respetando escrupulosamente las condiciones que le fueron impuestas para su "rescate": despidos masivos, privatizaciones, recortes de los salarios y las pensiones, de los servicios públicos, de los derechos sociales y laborales.  El fracaso de esas políticas, consideradas en sus propios términos, es rotundo. En los últimos cinco años la deuda griega prácticamente se ha duplicado, mientras que el "saneamiento" de las cuentas públicas le ha costado al país un 25%de su PIB y ha dejado tras de sí un paisaje desolador: dos tercios del aparato productivo devastado, un tercio de las empresas cerradas, casi un 40% de la población bajo el umbral de la pobreza o en riesgo de exclusión social, tasas de desempleo desatadas y miles de familias que han perdido sus casas, su trabajo, sus ahorros, y que se ven excluidas materialmente de la condición misma de ciudadanía. La situación es tan grave que el propio FMI salió a entonar  un mea culpa. Alguien dijo: "nos hemos equivocado en el cálculo de los multiplicadores".

Hoy, sin embargo, Rajoy y el directorio europeo vuelve a hacer campaña por su candidato; alaban los éxitos de las "reformas", recomiendan al pueblo griego que vote por la opción responsable, exigen que se garantice la continuidad de los programas impuestos por la Troika y amenazan con todo tipo de desastres si el pueblo griego decide libremente votar por Alexis Tsipras. Es evidente que hay algo que falla en esta lógica, algo de lo que cada vez más gente es consciente en Grecia: la austeridad no es sólo una mala política económica, no solo es injusta, sino que además entra en conflicto con la democracia, porque los gobiernos europeos no defienden los intereses de los ciudadanos que les han votado. La austeridad, la deuda, el fraude fiscal, los rescates, no son problemas técnicos sino políticos, en los que están en juego nuestros derechos fundamentales y nuestra capacidad de decidir sobre nuestro proyecto en común. Por eso en Grecia la escena política se ha simplificado: los griegos van a elegir entre la austeridad y la democracia, entre el gobierno de los acreedores y la capacidad de un pueblo de gobernarse libremente a sí mismo. Samarás o Syriza: un vicepresidente de Angela Merkel o un proyecto para recuperar la dignidad y los derechos del pueblo griego.

En muchos países de la UE el descontento y la desafección que han generado las políticas de austeridad ha resucitado los peores fantasmas de nuestro pasado: opciones xenófobas, autoritarias o euroescepticas. Syriza defiende por el contrario lo mejor de la herencia europea, la solidaridad entre los pueblos, el compromiso con la libertad, con la paz, con la igualdad y la justicia social. Lejos de ser una amenaza, su triunfo es una fuente de esperanza para abrir un nuevo ciclo en la política europea, un ciclo democrático que devuelva a los pueblos europeos la palabra y la capacidad de decidir. Nosotros lo tenemos claro: nuestra opción es el cambio, y ese cambio en Grecia se llama Syriza.

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