Dominio público

Indonesia: elecciones y lecciones

Pere Vilanova

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A principios de julio, hubo elecciones presidenciales en Indonesia y, la verdad, fueron francamente bien. Es decir, abiertas, competitivas, con una campaña electoral tranquila pero viva, con debates importantes o incluso decisivos entre los candidatos en los medios, en particular en televisión. La participación fue alta, y el resultado claro: el presidente saliente, según avanzaban ya las encuentas, ganó con un 60% de los votos. La eterna rival, Megawati Soekarnoputri, obtuvo cerca de un 27% de los votos, y el tercero, Yusuf Kalla (que en 2004 era aliado del actual presidente), cerca de un 13% de los votos. Cierto, después se han anunciado algunos litigios electorales menores, que se resolverán ante el Tribunal Constitucional. En resumen: las elecciones han ido bien, y por ello no fueron noticia o casi. Hubo que buscar en las páginas interiores de algunos diarios internacionales o alguna pestaña menor en Internet para enterarse de ello.

En cambio, pocos días después, el terrorismo reapareció en la capital, con varios muertos en su balance, y entonces fue portada. El hecho ocupó importantes espacios en los medios y, más relevante todavía, generó columnas y artículos de opinión. Entre nosotros, las elecciones no. Y ello merece varios comentarios.

El primero tiene que ver con la disparidad del espacio que ambos hechos ocupan en los medios de comunicación y las consecuencias que ello tiene en el debate sobre el papel de estos en el mundo actual. Se debería partir de la correlación entre atentados y elecciones, precisamente por el éxito de estas. Dicho de otra manera, hay atentados en Indonesia cuando la democracia progresa, y ese progreso se mide –entre otras cosas–con el avance en la consolidación de los procesos electorales. Cuando la transición avanza en la buena dirección, en Indonesia hay atentados: desde Bali en 2002, en varias ocasiones y hasta el otro día. ¿Por qué? Es tan evidente que resulta embarazoso tener que recordarlo. Indonesia no es sólo un país muy importante.

Con sus casi 240 millones de habitantes, es el primer país musulmán del mundo, es uno de los impulsores del motor económico Asia-Pacífico, el líder de facto de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) y, cuando se cita la clásica lista de gigantes emergentes, créanme, además de China, Brasil e India, añadan Indonesia. Su transición, que se inicia con la crisis de la férrea dictadura de Suharto en 1998, ha sido bastante ejemplar: las elecciones de 1999 fueron inestables y hubo serios incidentes, las de 2004 fueron limpias –así lo certificaron las diversas misiones internacionales de observación electoral– y las del otro día también.

La economía va bien, y es más, la determinación del presidente, Susilo B. Yudhoyono, más la catarsis nacional producida por el terrible tsunami en su día, permitió acabar con el conflicto de Aceh, en el extremo occidental del país. En Aceh había un movimiento secesionanista desde hacía algo más de 30 años. La dictadura no consiguió acabar con él, la democracia sí; se han atenuado otros focos de inestabilidad en las provincias de Kalimantan (Borneo) o Papua. ¿Qué más tiene que demostrar Indonesia, el país musulmán más importante del mundo?

Pues bien, los atentados que siguen a cada progreso democrático, atribuidos a Jemaah Islamiya, la rama indonesia de Al Qaeda, se deben precisamente a esto: para Al Qaeda, que el primer país musulmán del mundo evolucione y se consolide en la dirección del modelo democrático que el pueblo indonesio ha elegido es la peor noticia posible. Es la negación del choque de civilizaciones, en particular en la versión que de ello nos proponen Bin Laden y Al Zawahiri.

¿Qué hacer? Lo que hacemos bien no es suficiente. Por ejemplo, la UE tuvo un papel destacado en el apoyo y acompañamiento del proceso electoral de 2004. Tuvo un papel muy relevante en la consolidación de la pacificación de Aceh después del tsunami. Pero no es sólo un tema de la UE o de la Comisión europea, es un tema que va más allá de lo que los gobiernos podrían hacer mejor. Tiene que ver con nosotros, la opinión pública y los medios de comunicación. Deberíamos estar mucho más atentos a lo que pasa en partes del planeta de las que sabemos poco o nada, pero la ignorancia está en nuestra parte. Lean prensa Indonesia en inglés o, para el caso, algunos excelentes periódicos pakistaníes e indios. Y así verán que los debates políticos son reales y, ante procesos electorales cruciales, se darán cuenta de que los dirigentes de Al Qaeda viven en la luna. Las últimas elecciones en Pakistán, después del brutal asesinato de Benazir Bhutto, fueron mucho mejor de que los más pesimistas anunciaban.
En amplias zonas del país la competición fue real y, en general, se considera que el 90% de la población (atención, Pakistán es el segundo país musulmán más grande del mundo) vive también ese tipo de debate político sobre elecciones, instituciones, la corrupción de ciertas élites, etc. Y quiere paz y más democracia. Los partidos expresamente confesionales vieron su representación reducida a menos de un 20 por ciento de los votos. Por todo eso, precisamente, ha aumentado después el terrorismo, la provocación del valle de Swat, el repunte de la insurgencia en Waziristán y las zonas tribales del oeste.

Deberíamos preocuparnos más de estas cosas, de leer correctamente los términos de la ecuación y de mostrar apoyo a quien lo merece y lo necesita. Indonesia va en la buena dirección, Pakistán atraviesa dificultades, Tailandia ha padecido algunos incidentes pero parece tender a la estabilidad institucional e India sigue siendo el referente regional. Prestemos atención a todo ello.

Pere Vilanova es Catedrático de Ciencia Política y analista en el Ministerio de Defensa

Ilustración de Iker Ayestarán

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