El cierre del año 2010 es también el final del Año Internacional a favor de la Biodiversidad declarado por Naciones Unidas, por lo que esperemos que el asunto no se arrincone ahora en el cajón de temas pendientes. Porque si algo tenemos claro, con o sin año internacional, es que el futuro de la humanidad depende de la nave en donde viajamos, la Tierra, y esta sólo continuará mientras sea biodiversa.
La comunidad científica ha señalado en numerosos informes que la situación patrimonial de la Tierra es preocupante. Entre todos, destaca el trabajo elaborado por el Centro de Monitoreo para la Conservación Mundial que, tomando diferentes indicadores (como la apropiación de recursos naturales, el número de especies amenazadas, la cobertura de áreas protegidas, la extensión de bosques tropicales y manglares y el estado de los arrecifes de coral) y su evolución desde 1970 hasta 2006, demuestra con objetividad y cifras lo que la observación cotidiana y atenta de cualquier paisaje también nos dibuja: disminución de especies y razas de distintos grupos de mamíferos y aves, reducción de la extensión de los bosques y los manglares, deterioro de las condiciones marinas y de las costas, invasión de especies exóticas compitiendo con las especies nativas, etc. El análisis le ha permitido a este centro dependiente del PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) afirmar que "los gobiernos no lograrán cumplir su promesa de llegar a 2010 con una reducción significativa de la pérdida de diversidad biológica". Ciertamente.
Cuando se habla de pérdida de biodiversidad, la primera mirada recae sobre los espacios naturales más vírgenes y las especies animales más exóticas, pero si enfocamos hacia los vegetales y animales que nos alimentan la fotografía es igual de grave, y es bajo esta óptica más fácil relacionar la biodiversidad con el futuro de la especie humana. De las 50.000 especies de aves y mamíferos contabilizadas en el planeta, únicamente encontramos 40 de animales domésticos de utilidad para la alimentación y la agricultura. Además, sólo 14 concentran el 90% de su aportación a la alimentación y la agricultura. Es decir, a pesar de su relativa escasa importancia sobre la diversidad global (40 especies sobre 50.000), las especies de animales domésticos tienen una importancia enorme: satisfacen más del 30% de las necesidades humanas en alimentación y agricultura (carne, leche, huevos, estiércol, etc.); en los países en desarrollo aún suponen más del 60% de la fuerza motriz que se utiliza en la agricultura o en el transporte; y se estima que, de forma global, unos 2.000 millones de personas viven directa o indirectamente de la ganadería.
No obstante, estas especies domésticas están también muy asediadas en su diversidad, esto es, en sus diferentes razas. En concreto la FAO (Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación), después de varios años de trabajo, presentó en 2003 la Lista de Vigilancia Mundial para los Animales Domésticos, donde reconocía la gravedad de la situación: se han perdido la mitad de las razas que había hace cien años y el ritmo de extinción es de seis razas de animales domésticos al mes, con lo cual, de mantenerse este ritmo, en los próximos 30 años se perdería el 40% de las razas a nivel mundial. Sólo en España, según el Catálogo Oficial de Razas de Ganado de 2008, el 81% de las 177 razas locales registradas se encuentra en riesgo de extinción.
Así como todos los estudios coinciden en señalar entre las causas de la pérdida de biodiversidad general el cambio climático, el aumento de desastres naturales, el incremento de incendios... y, desde luego, el papel del ser humano, en el caso de la pérdida de diversidad de animales domésticos aptos para la ganadería, la responsabilidad la hemos de focalizar en la generalización de un modelo de alimentación único y global impuesto por una nueva especie que llegó al planeta a ritmo de desregulaciones, privatizaciones y liberalizaciones: las transnacionales de la alimentación.
Con la connivencia de las políticas públicas, estas corporaciones han impuesto una alimentación rápida, muy carnívora, de poco sabor e insana, que les permite –a ellas– expandirse y enriquecerse, y que se asienta en un modelo de industria ganadera, lógicamente, también muy homogeneizado y uniformizado. Con los argumentos de la máxima rentabilidad se ha primado una genética animal orientada a la máxima producción de huevos, leche o carne; producciones con mayor cantidad de grasa; o crecimiento más rápido de los animales, dejando de lado otros valores como la capacidad de adaptabilidad o rusticidad. Sólo se utilizan genética y animales de primera división que controlan unas pocas empresas, relegando a la desaparición a muchas estirpes que han estado siempre al acceso y bajo el control de campesinas y campesinos.
Así, me atrevo a afirmar que la velocidad a la que perdemos diversidad animal ganadera es proporcional a la velocidad en que las corporaciones de la alimentación aumentan su control en la cadena alimentaria.
Gustavo Duch Guillot es coordinador de la revista ‘Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas’.
Ilustración de Mikel Casal
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