Tierra de nadie

Lo de Podemos es algo personal

Se han adueñado de Podemos esos odios profundos que antes se decían africanos por puro racismo. Por una ventana del reino de la sonrisa se ha colado un vendaval de rencores que agita frenéticamente los cortinones. Es un aire que trastorna, como ese viento del sur al que muchos llamaban el de los locos, y que llegó a estar recogido como eximente en algunas causas penales. Es también el viento de los suicidas, condición que parece dibujarse con trazos gruesos en los rostros de unos dirigentes a los que nadie imaginaba tan volcánicos y autodestructivos.

Los suicidas siempre tienen sus razones, aunque los más considerados acostumbran a explicar en unos folios por qué deciden experimentar la gravedad colgados de una soga. Quienes aceleran su mudanza al otro barrio suelen argumentar que no ven sentido a su existencia, que la vida les trata fatal o que el desamor les resulta insoportable. Antes de pegarse un tiro en la boca, Hunter S. Thompson, el creador del periodismo gonzo, escribió a su mujer que sus 67 años eran 17 más de los que necesitaba. Entusiasta del fútbol americano, era febrero como ahora y había concluido la temporada: "Aburrido. Estoy siempre insoportable. No soy divertido para nadie. Te estás volviendo codicioso. Compórtate de acuerdo con tu avanzada edad. Relájate, no te va a doler". Puede que fuera un motivo suficiente.

Lo que es del todo inconcebible es suicidarse a lo tonto, como intentan estos profesores de Políticas ante el espanto de cinco millones de electores. A sus tres años Podemos se ha hecho viejo de repente, ya que sólo así se explican tantos recelos, envidias y rivalidades. La suya era la fiesta perfecta que acaba a botellazos, una historia de amores rotos que culmina en una noche de cuchillos largos. Si de aquí Vistalegre –bendita ironía- les da por dejar una nota se parecerá bastante a la que Kurt Cobain dirigió a Courtney Love: "Se me ha acabado la pasión. Es mejor quemarse que apagarse lentamente".

De una trinchera a otra se disparan insultos y se reprochan traiciones aunque no haya argumentos que justifiquen una balacera semejante. Ya no hay colegas sino camarillas resueltas a solventar sus disputas a tiro limpio. Se trata en cualquier caso de una guerra inventada porque ni los proyectos son incompatibles ni hay un bando de la calle y otro institucional ni hay rojos y transversales, como se pretende hacer ver. Las supuestas disputas son cubiletes de trileros en movimiento. ¿Dónde está la bolita? En otro lado.

Las razones no son políticas sino personales. El suelo está lleno de juramentos rotos y de camas vacías. No se quieren al lado porque no se soportan. Incluso cuando logra desplegarse cierta cortesía se hace para esconder bajo su velo el aborrecimiento. No hay mediación posible porque ni siquiera se persigue la derrota del contrario sino la humillación. No hay lógica sino intestinos serpenteantes.

En cualquier otro partido se entendería una lucha sangrienta por el poder pero no en una organización que se ha construido negando la posibilidad de que eso pudiera suceder. Los malos siempre eran los otros y la nobleza y la bondad anidaban por ensalmo entre sus filas. ¿Cómo explicar que debe haber vencedores y vencidos a quienes creían que el cainismo había sido desterrado por decreto?

Sea cual sea el resultado de la Asamblea, será difícil hasta para el tiempo restañar algunas de las heridas. La integración será imposible en un partido que llega quebrado y que saldrá en pedazos. No habrá perdón para los garbanzos negros de la lista perdedora y si lo hubiere la amnistía jamás será completa. El hierro odiará al imán porque su atracción no es suficiente para que sean uno solo. El cuento se habrá acabado. Colorín, colorado.

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